Ana | El Mundo de Mañana

Ana

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Me gustaría hablarles de una de las mujeres más memorables que he conocido. Su nombre es Ana.

Ana era una viuda anciana que se sentaba en una silla de ruedas con su familia en la parte trasera del auditorio donde nos reuníamos para los servicios del sábado. Un chal cubría sus hombros y una manta cubría sus piernas hinchadas para mantenerlas abrigadas.

Un sábado, Ana nos invitó a mi esposo y a mí a comer con ella y su familia en un restaurante cercano. Aceptamos ya que queríamos conocerlos mejor.

La experiencia de compartir con Ana y su familia fue cálida y amigable. Cuando terminamos de comer, Ana y su familia insistieron en que fuéramos a su casa a comer el postre.

Cuando llegamos a su casa, nos llevaron a una espaciosa sala donde Ana preparaba y servía té y café en las mejores teteras y tazas de porcelana de la familia junto con galletas, pasteles rellenos de crema, trufas de chocolate y delicados bocados dulces de fruta. Todo era atractivo y delicioso. Me sentí abrumada por su generosidad y amabilidad.

Después de una animada charla y mientras terminábamos nuestros postres y bebidas, Ana llamó la atención de todos. Era su deseo contarnos, especialmente a sus invitados, la historia de su emigración a América. Cuando todos en la habitación guardaron silencio, el comportamiento de Ana adquirió un tono más serio. Y luego, con su distintivo acento europeo, nos describió acontecimientos que le sucedieron hace muchos años. Le prestamos toda nuestra atención, porque tenía algo importante que decirnos.

Ana nació en Europa del Este, donde ella, sus padres y hermanos vivían en una pequeña granja. Desafortunadamente, una epidemia asoló la región y cobró la vida de su padre y de varios de los hermanos de Ana. Como su madre no podía mantener la granja y no tenía ningún tipo de ingresos, los miembros restantes de la familia se mudaron con parientes cercanos. Allí su situación siguió deteriorándose. La madre de Ana y el resto de sus hermanos y hermanas fallecieron, junto con varios familiares con los que vivía. Ana era ahora la única sobreviviente de su familia inmediata.

Aunque los familiares que le quedaban le permitieron seguir viviendo con ellos, a menudo la maltrataban y le daban poca comida. Después de varios años, sus familiares ya no podían o no querían mantenerla. Sin que Ana lo supiera, sus familiares organizaron su viaje inmediato a los Estados Unidos para enviarla como novia para un desconocido. Es comprensible que Ana estuviera herida, enojada y asustada.

Empacaron las pocas posesiones de Ana y luego la llevaron a un puerto donde abordó un barco con destino a Estados Unidos. No tenía hogar, familia ni amigos y enfrentaba un futuro incierto. Estaba sola, desesperada y dependía completamente de la ayuda de Dios para guiarla.

A la llegada de Ana, el hombre con el que se iba a casar la estaba esperando. Aunque no se conocían, se casaron al poco tiempo. El marido de Ana consiguió un buen trabajo en una fábrica y pudo mantener cómodamente a Ana y a sus hijos durante sus muchos años de matrimonio. Él siempre la trató con gran respeto y honor.

Mientras escuchábamos a Ana contar los detalles de su juventud, también expresó su agradecimiento y fe en Dios por su protección y guía a través de circunstancias profundamente difíciles. Me conmovió su fe y su valentía.

¿Alguna vez se ha encontrado en una situación desesperada, como la de Ana, en la que usted dependía completamente de la dirección de Dios y no tenía idea de lo que le esperaba? Si alguna vez le ocurriera, consuélese sabiendo que Dios obra de maneras asombrosas (y a menudo inesperadas) cuando ponemos nuestra confianza en Él (Rut 4:13–17; Salmo 18), en el Dios que prometió nunca dejarnos ni abandonarnos (Hebreos 13:5).

Ana no podría haber previsto cómo ni cuándo Dios cambiaría sus circunstancias. Sin embargo, lo hizo de la manera más inesperada; de una relación abusiva a una amorosa.

Ana falleció hace muchos años después de vivir una vida larga y productiva. Siempre recordaré su ejemplo, ya que confió en Dios y siguió Su dirección.