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Javier y Laura eran objeto de admiración por parte de sus amigos y allegados. Eran jóvenes, bien parecidos y recién casados. Acababan de graduarse de la universidad y Javier había conseguido un empleo "ideal". En la universidad, Laura se había destacado en su actividad social y Javier había sido buen deportista y buen estudiante. Él y Laura estaban entusiasmados por su nuevo empleo y las oportunidades que se le abrían, y esperaban vivir "felices para siempre".
Roberto y Dora eran mucho menos jóvenes cuando se casaron pero conservaban la salud y el vigor. Dora había enviudado varios años atrás y conoció a Roberto cuando él comenzó a asistir a su iglesia. Pronto simpatizaron y finalmente se enamoraron. Tanto Roberto como Dora se habían sentido muy solos y ahora rebozaban de felicidad al acercarse la fecha de la boda. Los dos estaban convencidos de que sus penas y soledad quedaban atrás y que les esperaban años de alegría y satisfacciones.
Con el paso del tiempo, las dos parejas vieron sus sueños transformados en pesadilla. Cada una de estas personas llegó al matrimonio cargada con heridas e inseguridades del pasado, y las tensiones normales de la vida conyugal no hicieron más que agravarlas. El amor se desvaneció reemplazado por el distanciamiento y la amargura. En su dolor, cada uno se volvió contra su pareja. Todos se habían embarcado en el matrimonio pensando alcanzar el amor y la intimidad que tanto habían soñado pero jamás habían tenido, y en ambos casos la unión terminó en penas y amargura. Fueron vidas en las cuales triunfaron el dolor, los temores y el rencor a expensas del amor y los anhelos de felicidad.
¿Por qué son tan pocos los que alcanzan tan anhelada felicidad en el matrimonio? Por cada matrimonio que se deshace en amarguras, otros muchos siguen adelante cojeando entre la incomprensión y el aburrimiento. ¿Acaso tiene que ser así? ¿Es realista esperar mucho más del matrimonio?
Entendamos un punto vital. La intención de Dios desde el principio fue que el amor fuera mucho más que una simple "coexistencia pacífica" entre dos personas. Él nos hizo varón y hembra con el propósito de que alcancemos la unidad dentro del vínculo conyugal. Esta unidad trae la connotación de verdadera intimidad. ¿Pero qué es la intimidad, cómo se fomenta y se cultiva? La mayor parte de los matrimonios están lejos del ideal que Dios propuso. Sin embargo, quienes estén personalmente dispuestos a superarse y cambiar sí pueden progresar y mejorar su situación.
Nuestra superación empieza al reconocer que solamente podemos cambiarnos a nosotros mismos. Es fácil pensar que nuestro problema se podría resolver si nuestro cónyuge cambiara. Esto, desde luego, ¡no es así! Todos llegamos al matrimonio con nuestro bagaje acumulado. En muchos, las heridas del pasado generan barreras defensivas con las cuales se pretende mantener a raya cualquier dolor o desilusión adicional. À la larga, estas barreras se convierten en obstáculos a la verdadera intimidad. Para acercarnos realmente a otra persona, es preciso que nos hagamos vulnerables.
Tanto Javier como Laura eran hijos de padres alcohólicos. Los de Laura se divorciaron cuando ella era niña. Luego de una niñez llena de perturbaciones, abandonó el hogar en su adolescencia para vivir con amistades y terminar sus estudios secundarios. Su personalidad exterior, exuberante y simpática, ocultaba al ser interior agobiado por sentimientos de insuficiencia e inseguridad. Las críticas la desmoronaban. Aunque otros la consideraban muy atractiva, Laura vivía bajo la sombra de su madre, mujer muy elegante, y sintiéndose tosca y torpe, incapaz de hacer bien las cosas. Tanto Javier como Laura habían aprendido desde la niñez a presentar un rostro sonriente ante los demás, pero el temor les impedía salirse de aquel mecanismo de auto-protección; ni siquiera el uno con el otro. Cada uno se convenció que la falla de su matrimonio era culpa del otro.
Dora era muy joven cuando se casó la primera vez. Pasó los tres decenios siguientes criando hijos. Aunque su esposo trabajaba duro para dar de comer a su familia, se mostraba frío y emocionalmente distante de su esposa e hijos. Mientras duró su primer matrimonio, Dora estuvo rodeada de gente pero se sentía profundamente sola. Vio en Roberto una intensidad emocional que pensó facilitaría una relación mucho más estrecha de la que había tenido con su primer marido. Sin embargo, ella y Roberto se ofendían fácilmente, y ambos eran emocionalmente frágiles y muy dados a tomar a mal las palabras y acciones del otro. Los malos entendidos escalaban rápidamente. Cada uno estaba convencido de que si el otro cambiaba, todo se arreglaría.
Anhelar la intimidad no basta. El mundo está lleno de personas como Javier y Laura y como Roberto y Dora, desesperadas por conseguir lo que nunca tuvieron. Se casan llenas de expectativas… que pronto se hacen polvo. Sí es posible lograr una mayor intimidad pero la mayoría de las personas desconocen las claves que generan esa intimidad. En este artículo, analizaremos algunas de esas claves.
Forjar confianza en una relación es la clave principal para alcanzar la intimidad. La confianza tarda en edificarse pero se derrumba rápidamente. ¿Qué cualidades ayudan a forjar confianza dentro del matrimonio? Ante todo, la primera cualidad es la fidelidad absoluta. El adulterio destruye la confianza de inmediato. La verdadera fidelidad implica no solamente evitar todo contacto sexual con alguien diferente de la pareja sino también alejarse de las "zonas grises". Esto es evitar la pornografía en todas sus formas y no permitirse otras relaciones emocionalmente estrechas con personas del sexo opuesto. El descuido en estos aspectos puede causar heridas que socavan la confianza de nuestro esposo o esposa, y que reducen grandemente las posibilidades de alcanzar verdadera intimidad.
Otro elemento que forja confianza es el uso debido de las palabras. Cuando menospreciamos o nos mofamos de alguien—especialmente en presencia de otros—¿cómo pretendemos que después confíe en nosotros? ¿Quién desea revelar los secretos profundos del corazón a alguien que va a volver en su contra para herirlo? ¿Quién desea ser objeto de humillaciones, aunque la intención sea humorística? Nadie revela espontáneamente sus secretos si no se siente con confianza para hacerlo. Y el daño se multiplica cuando las palabras hirientes se pronuncian a oídos de los demás.
Muchas personas adultas fueron blanco de comparaciones negativas y comentarios despectivos en su niñez. Se hicieron sensibles a las críticas y esto las hace propensas a sentirse ofendidas. Para confiar en otra persona, tenemos que estar convencidos de su sinceridad y su motivación. Aunque no podemos obligar a otros a cambiar sus sentimientos ni su modo de ver las cosas, sí podemos portarnos de tal modo que facilitemos esos cambios. Cuando nos esforzamos por ser dignos de confianza, demostrando fidelidad y bondad en nuestras palabras y obras, nos vamos convirtiendo en personas como las que Dios desea ver. Al mismo tiempo, estamos generando un ambiente donde puede crecer la confianza.
El perdón es otra clave vital para fomentar la intimidad en una relación. Quienes llevan la cuenta de sus heridas y sus rencores no pueden lograr un acercamiento. Perdonar es renunciar a nuestro "derecho" de recibir justicia. La palabra griega traducida como "perdonar" en el Nuevo Testamento es aphiemi. Es el término empleado en Mateo 6:12, donde Jesucristo enseñó a sus discípulos a pedirle al Padre: "perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores". El mismo término se emplea en Marcos 1:18, donde aprendemos que los primeros discípulos de Jesús, que eran pescadores, "dejaron sus redes". Perdonar es dejar atrás.
Quienes se empeñan en castigar cada mal y asegurar que el otro "sepa lo que se siente" solamente logran que se mantenga vivo el ciclo de heridas y ofensas. Al perdonar, dejamos atrás la ofensa. No hay que volver sobre los errores del pasado cada vez que surge un nuevo conflicto. La buena voluntad de perdonar es una de las características del cristiano, y es elemento imprescindible en un matrimonio íntimo. Como bien lo explicó el apóstol Pablo en 1 Corintios 13, el amor no guarda rencor.
El saber aceptar el perdón de Dios en nuestra vida es esencial para aprender a perdonar. Los que encuentran más difícil perdonar suelen ser personas que se criaron en un medio donde no tuvieron la experiencia del perdón verdadero. Aprendieron que el perdón es algo que se debe ganar o merecer, y les cuesta entender el concepto que la Biblia llama gracia. Aunque se arrepientan sinceramente y empiecen a cambiar, siguen bajo el peso de la vergüenza por sus pecados pasados y presentes, incapaces de perdonarse a sí mismos. Incapaces de sentir la paz que produce la absoluta confianza en que Dios perdona al que se arrepiente, son igualmente incapaces de perdonar a otros. La persona que se sintió rechazada, ahora es la que rechaza, y la que no se sintió perdonada, ahora no perdona. Los que no pueden comprender y aceptar la gracia que Dios les ofrece, ¿cómo pueden conceder verdadero perdón a otros?.
Otra clave para fortalecer el matrimonio es dedicar algún tiempo a hablar de lo que es importante para cada uno. Estos diálogos sobre las esperanzas y los sueños tienden lazos que se van fortaleciendo cada vez más. La comunicación es mucho más que un monólogo. Se necesita que alguien hable pero también que alguien escuche. El que escucha activamente se esfuerza por entender lo que el otro realmente quiere decir, y así reduce los malos entendidos y estimula la comunicación.
La comunicación se efectúa no solamente con palabras sino también con el lenguaje corporal, la inflexión, de la voz y la expresión de los ojos. Al prestar atención a otra persona y escucharla activamente, estamos comunicándonos también, ¡diciendo que la persona que habla es importante para nosotros! Cuando nos distraemos mientras el otro habla, quizá absortos en un programa de televisión o en la lectura del diario, estamos dando a entender firmemente que no valoramos a la persona. Aunque este no sea el mensaje que queremos enviar, sí es, muy probablemente, el mensaje que nuestro cónyuge recibe.
Tengamos presente también la necesidad de aplicar la Regla de Oro al hablar. Háblele a su pareja con la misma bondad, cortesía y consideración que desea recibir. Los comentarios hirientes o malintencionados cierran la puerta a la comunicación real y ponen al oyente a la defensiva. Cuando nos sentimos a la defensiva, generalmente dejamos de escuchar para empezar a defendernos y protegernos.
En nuestro agitado mundo, muchas parejas no parecen tener tiempo para hablar de cosas profundas. Si los esposos desean un mayor acercamiento e intimidad, tienen que asegurar que tengan tiempo solos, sin interrupción, para hablar de lo que tienen en mente. Busque un tiempo y lugar que les convenga dadas sus circunstancias. Pueden salir a caminar, sentarse en el patio o salir tomar una taza de café o a cenar. Si no hallan tiempo para esto dentro de su horario de actividades, más vale que examinen sus prioridades y reorganicen su horario. La comunicación íntima es algo que no se puede omitir en la vida.
La cuarta clave vital es pensar en dar y no en recibir. Cuando nos concentramos en satisfacer nuestras propias necesidades y deseos, estamos adoptando una actitud inherentemente egoísta ante la vida. Una diferencia fundamental entre el amor y la concupiscencia es que el amor busca dar, ayudar y servir al otro mientras que la concupiscencia busca placer para sí mismo. Cuando practicamos el camino de dar en una relación, estamos demostrando la propia mente de Cristo (Filipenses 2:3–8).
En su boda, los novios suelen prometer amarse y honrarse. Pero en su vida de casados, muchos piensan sólo en sus necesidades y no en sus obligaciones. Ningún ser humano puede satisfacer enteramente las necesidades de otro. ¡Esto solamente lo puede hacer Dios! Un conocido autor y psicólogo, compara el egoísmo en el matrimonio con la percepción que una pulga tiene del perro. À la pulga no le interesa darle nada al perro para beneficiarlo; lo que le importa es qué puede obtener del perro. El problema con muchos matrimonios ¡es que hay dos pulgas y ningún perro!
Cuando exigimos que nuestro cónyuge nos haga felices, lo que hacemos es reforzar nuestra sensación de vacío y frustración. La simple verdad es que nadie puede garantizar nuestros sentimientos con sus acciones. Nosotros somos responsables de cómo tratamos a nuestra pareja pero no podemos hacernos responsables de cómo él o ella se siente. Los sentimientos de otra persona dependen de muchos factores fuera de nuestro control. Cada uno de nosotros debe asumir la responsabilidad por sus propios sentimientos y comportamiento, mientras permite que otros asuman la responsabilidad por los suyos.
Jesucristo hizo énfasis en la importancia de dar. Ahora bien, para emular el ejemplo de Cristo, debemos recordar que cuando Él daba, lo hacía siempre motivado por amor, y que Él daba de corazón. Cuando nosotros damos a otro pero lo hacemos de mala gana y no de corazón, no resulta satisfactorio para el que da ni para el que recibe, y tampoco es aceptable ante Dios. Es preciso que acudamos a Dios para suplir todas nuestras necesidades (ver Filipenses 4:19), pues solamente así tendremos lo que se necesita para dar a los demás genuinamente. Pensar en dar en vez de obtener es una clave vital para la verdadera felicidad en la vida.
Al aplicar estos principios tendientes a una mayor intimidad en el matrimonio, no olvidemos que la relación más importante es la que tenemos con Dios. Él es el único que puede suplir todas nuestras necesidades y colmar el vacío que llevamos adentro. Cuando esperamos que otro humano lo haga, estamos exigiendo lo imposible y preparando el camino para la desilusión y la frustración.
Busque la ayuda de Dios para crecer y cambiar. Él siempre está allí y es la fuente del poder que necesitamos para realmente cambiar nuestra actitud y comportamiento. El cambio auténtico viene de adentro, y ese cambio sólo es posible mediante la ayuda y el poder de Dios.
Sea agradecido por las bendiciones que recibe a diario. Ningún desagradecido llega a sentirse realmente contento en la vida. La paz interior que viene de Dios se traduce en la relación con quienes nos rodean. La gratitud para con Dios, la decisión de poner nuestras ansiedades en sus manos, reconocer su amor y protección, conducen a este espíritu de paz.
También debemos tratar de promover un sano sentido del humor en nosotros mismos y aprender a ver la vida en su aspecto menos serio. Esto puede darnos una mejor perspectiva de las cosas. Basta mirar la creación para ver que Dios ciertamente tiene sentido del humor. Piense, si no, en tantas cosas del mundo de los animales que nos hacen reír. ¿Podemos reírnos también de nosotros mismos? ¿De nuestras flaquezas e idiosincrasia? Si no, pasaremos por la vida volviéndonos demasiado serios y propensos a encresparnos ante la menor ofensa real o imaginaria.
Como seres humanos, fuimos hechos para tener intimidad. Nuestro Creador desea que compartamos la intimidad con él, así como con nuestra pareja de toda la vida, como bendiciones para nuestro bien. La intimidad no es algo que se logra con facilidad ni naturalidad cuando se interponen nuestros temores y nuestra actitud defensiva. Pero con la ayuda de Dios, podemos cambiar y superarnos hasta hacer realidad nuestro potencial. Sí se puede fortalecer un matrimonio y se pueden aprender lecciones de ese matrimonio que nos ayuden a prepararnos para una relación de auténtica intimidad con nuestro Creador y Salvador para toda la eternidad.