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Los arqueólogos y antropólogos se han ideado nombres como la "edad de piedra" y la "edad del bronce" para identificar eras de la sociedad humana por sus características más sobresalientes. Dada la prominencia de la sexualidad en nuestra sociedad actual, no sería raro que los antropólogos del futuro rotularan la nuestra como "la era de la sexualidad".
Los temas sexuales nos rodean por doquier. Atentan contra nuestros sentidos y nuestra mente de modo casi ineludible. Imágenes que antes se limitaban a revistas que de venta clandestina y exclusivamente para adultos, ahora se exhiben descaradamente a los ojos de grandes y chicos en vallas comerciales y en los carteles de los centros comerciales. Los comerciantes se valen de la sexualidad para vender de todo, desde papitas fritas hasta llantas radiales.
Este amplio despliegue de imaginería sexual atenta contra nuestra sociedad de muchas maneras. La mujer queda reducida a un objeto, obligada, según se siente, a juzgar su propia belleza por las imágenes de las mujeres que ve en los medios de comunicación: mujeres alteradas mediante cirugía y retocadas por la mano hábil del fotógrafo. También los hombres se perjudican con este fenómeno, como que aprenden a ver en la mujer un simple objeto de placer sexual y no persona en pie de igualdad y digna de su amor y su respeto.
Nuestros hijos sufren igualmente. Los comercializadores han descubierto una fórmula lucrativa: "Niños madurados antes de tiempo". La televisión induce a las niñas a usar modas atrevidas y seductoras que ofrecen primero para sus muñecas… pero que luego se convierten en moda que las chiquillas aprenden a exigir para sí mismas.
Dios ideó la sexualidad (ver Génesis 1:27–28) con la intención de que obrara como una fuerza poderosa en la vida de las parejas casadas. La unión sexual genera no solamente hijos sino lazos emocionales intensos que Dios desea crear entre la pareja de casados. La Biblia habla de "el rastro del hombre en la doncella" como algo casi indescriptible por lo maravilloso (Proverbios 30:18–19), y en las condiciones que Dios propuso, lo es. La unión sexual es un elemento extraordinario y de enorme felicidad en la vida matrimonial ¡cuando se emplea tal como Dios manda!
Pero, como decía el abuelo de mi esposa, Dios no ideó la sexualidad como un espectáculo popular. En la época actual, y bajo la influencia de Satanás (2 Corintios 4:4), no es de extrañar que los expertos en publicidad deseen explotar esta poderosa fuerza capaz de conmover la mente humana en sus niveles más profundos. Lo que antes se restringía a la intimidad de la alcoba matrimonial, ahora se exhibe en público ante adultos y niños por igual, ¡con el único fin de producir ganancias económicas para alguien! Las consecuencias han sido desastrosas para la sociedad… y para las familias individuales. Las enfermedades de transmisión sexual han llegado a ser rampantes. Los niños sufren una "sexualización" impuesta desde antes de alcanzar la pubertad.
Dios desea que nosotros encontremos la satisfacción sexual en aquella intimidad intensa que une profundamente al esposo y la esposa. Pero hoy, muchos pretenden alcanzar la satisfacción sexual por medio de la "técnica" o la "experimentación". Buscan un "amante experimentado" en la alcoba pero nunca llegan a vivir allí el amor verdadero. ¡Qué lástima!
Felizmente, la Biblia nos dice que vendrá el día—llamado el de la "restauración de todas las cosas" (Hechos 3:21), en que todo será como Dios propuso que fuera. Como una piedra preciosa engastada en una joya hermosa de oro puro, la sexualidad ocupará el lugar que le corresponde allí donde cumple su más hondo y completo potencial: en la unión feliz entre esposo y esposa.
Afortunadamente para usted, nadie tiene que esperar hasta que legue el Reino de Dios para vivir la experiencia de un matrimonio feliz. El matrimonio es un don de Dios. Y usted puede aprender ahora a hacer de su matrimonio el don que Dios quiere que sea. Continúe leyendo esta revista y escuchando el programa de radio El Mundo de Mañana y descubrirá mucho más sobe este importante tema.