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La intimidad profunda y el amor apasionado de un hombre hacia su Dios, han sido fuente de inspiración, consuelo y fortaleza para aquellos que a lo largo de tres mil años, han sabido beber en el libro de los Salmos, el agua viva que sana corazones quebrantados.
El estrés de la vida diaria se acumula en nuestro ser y genera la angustia que por dentro nos aprieta el pecho. Angustia significa "angosto", porque hay poco espacio en el alma humana cuando se suman las emociones, las preocupaciones y el cansancio.
Si no hallamos la salida correcta, la carga que todos llevamos por dentro se torna destructiva. Nos impele a buscar alivio en lo que a la larga agrava el mal. Afecta nuestros órganos internos y perjudica a los demás.
Fuimos diseñados con poca capacidad para almacenar tensión y con la necesidad de descargarla. El saber cómo y dónde liberar la angustia es la clave para hallar el alivio y la paz interior que todo ser humano anhela.
La psicoterapia moderna se vale de la catarsis, ya conocida desde antiguo para liberar en el ser humano lo consciente y lo inconsciente de la frustración y la tensión. Con todo, los tratamientos psicológicos, si bien es cierto que producen efectos temporales, no logran curar de raíz los males que suele padecer el corazón humano.
El libro de los Salmos, escrito por el rey David y otros autores inspirados, traza el camino que conduce a una transformación interior de la persona.
Gran parte de los Salmos, que son poemas y canciones como los corridos que cuentan una historia, brotaron del corazón del rey David en momentos de profunda angustia, cuando se hallaba en peligro de muerte. Así lo expresó el mismo David en su encuentro secreto con su amigo Jonatán: "Vive el Eterno y vive tu alma, que apenas hay un paso entre mí y la muerte" (1 Samuel 20:3).
Durante un período aproximado de diez años, David fue víctima inocente de una persecución encarnizada contra su vida, provocada por los celos y la envidia del rey Saúl, padre de Jonatán. Saúl trató por todos los medios de matar a David, porque sabía que habría de ser su sucesor.
Durante todos aquellos años David fue fugitivo. Al igual que otros que también aprendieron profundas lecciones en la escuela del dolor; anduvo pobre, angustiado, maltratado, errante por los desiertos, por los montes, por las cuevas y cavernas de la tierra. (Hebreos 11:37-38).
Con todo, siempre hubo un Ser invisible que jamás lo abandonó, y que una y otra vez le salvó la vida cuando se hallaba al borde de la muerte.
Con el paso de los años y las pruebas, aquel Ser se fue haciendo cada vez más real para David. Desarrolló de Él una dependencia tal que se puede decir de David, como se dijo de otro héroe de la fe, que "se sostuvo como viendo al Invisible" (Hebreos 11:27) y empezó a llamarlo: "mi refugio" (Salmos 32:7). Esta convicción produce el tipo de transformación interior que sana corazones quebrantados y que trae soluciones radicales a las angustias profundas del alma.
La palabra "refugio" que en hebreo es hasah, que a veces se traduce como "confiar" o "confianza", se encuentra 25 veces en el libro de los Salmos y en total 37 veces en el Antiguo Testamento. Es importante recordar que el libro más citado en el Nuevo Testamento es el libro de los Salmos.
Una de las lecciones más profundas que nos enseña el libro de los Salmos es desarrollar en nuestra vida el hábito que adquirió David en medio de sus pruebas: Cuando nos acose la angustia, de inmediato y por encima de todo, buscar siempre a Dios y hacer de Él nuestro refugio; y el objeto absoluto de nuestra confianza.
Mientras más grave la situación, más intensa la súplica y más pronto el socorro. Así, el Invisible se va haciendo más y más real. Por eso está escrito: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mateo 11:28). Ahora bien, esta promesa incluye una condición, en los versículos siguientes, que explicaremos más adelante.
Veamos algunos ejemplos de cómo el "Invisible" se convirtió en refugio para el rey David:
Salmo de David, siervo del Eterno, el cual dirigió al Eterno las palabras de este cántico el día que le libró el Eterno de mano de todos sus enemigos, y de mano de Saúl. Entonces dijo: "Te amo, oh Eterno, fortaleza mía. Eterno, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en Él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Invocaré al Eterno, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos. Me rodearon ligaduras de muerte, y torrentes de perversidad me atemorizaron. Ligaduras del seol me rodearon, me tendieron lazos de muerte. En mi angustia invoqué al Eterno, y clamé a Dios. Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de Él, a sus oídos" (Salmos 18:1-6).
Veamos otro ejemplo que incluye, además de hacer del Invisible su refugio, un elemento esencial e íntimo par aliviar las penas, el dolor y la aflicción. David lo llama elocuentemente: "Derramar el corazón" delante de Dios:
"En Dios solamente está acallada mi alma; de Él viene mi salvación. Él solamente es mi roca y mi salvación; es mi refugio, no resbalaré mucho… Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de Él es mi esperanza. Él solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré. En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está mi roca fuerte, y mi refugio. Esperad en Él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de Él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio" (Salmos 62:1-2, 5-8).
Esa conexión íntima entre el corazón de David y el corazón de Dios, es la misma que debemos buscar para hallar la paz interior. Por eso dice: "En Dios solamente está acallada mi alma".
Veamos ahora otro ejemplo de súplica intensa y de confianza en momentos de angustia. Si asimilamos estas palabras de manera que nos nutran el espíritu y desde lo más profundo de nuestro corazón las repetimos en momentos de ansiedad extrema, el efecto terapéutico no se hará esperar. En lugar de vernos destrozados, seremos fortalecidos. Una paulatina transformación interna, basada en la confianza, se irá efectuando. Experimentaremos lo que significan las palabras del Maestro: "Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón" (Lucas 4:18). He aquí una expresión sublime de la dependencia del "Invisible" y de la confianza en su respuesta:
"Mis ojos están siempre hacia el Eterno, porque Él sacará mis pies de la red. Mírame, y ten misericordia de mí, porque estoy solo y afligido. Las angustias de mi corazón se han aumentado; sácame de mis congojas. Mira mi aflicción y mi trabajo, y perdona todos mis pecados. Mira mis enemigos, cómo se han multiplicado, y con odio violento me aborrecen. Guarda mi alma, y líbrame; no sea yo avergonzado, porque en ti confié. Integridad y rectitud me guarden, porque en ti he esperado" (Salmos 25:15-21).
Un poco más adelante hallamos una expresión de gratitud por la respuesta de Dios:
"Bendito sea el Eterno, que oyó la voz de mis ruegos. El Eterno es mi fortaleza y mi escudo; en Él confió mi corazón, y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón, y con mi cántico le alabaré. El Eterno es la fortaleza de su pueblo, y el refugio salvador de su ungido" (Salmos 28:6-8).
El libro de los Salmos está repleto de alimento espiritual que reconforta el alma de los afligidos que aprenden a buscar allí el consuelo. En muchos de los salmos hallamos consignadas las situaciones concretas y precisas en que fueron compuestos. Es un ejemplo vívido que nos brinda la oportunidad de aprender una de las lecciones más profundas y preciosas que un ser humano puede asimilar en su existencia: Hallar en cada situación por apremiante que sea, la salida correcta para desahogar la ansiedad, el temor y el estrés.
Es así como en lugar del estrés postraumático, se va forjando en el fuero interno un poder que se define como: "La certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1).
David lo expresó así: "El día que clamé, me respondiste; me fortaleciste con vigor de mi alma" (Salmos 138:3).
Veamos algunos ejemplos de la reacción inmediata de David ante el peligro: Mictam de David, cuando huyó de delante de Saúl a la cueva. "Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; porque en ti ha confiado mi alma [el texto original hebreo dice literalmente: ‘en ti mi alma busca un refugio’], y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos. Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece. Él enviará desde los Cielos, y me salvará de la infamia que me acosa… Mi vida está entre leones; estoy echado entre hijos de hombres que vomitan llamas; sus dientes son lanzas y saetas, y su lengua espada aguda" (Salmos 57:1-4). La historia de cómo fue librado se encuentra en el capítulo 24 del primer libro de Samuel.
Salmo de David, cuando mudó su semblante delante de Abimelec, y él lo echó, y se fue. "Busqué al Eterno, y Él me oyó, y me libró de todos mis temores. Los que miraron a Él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados. Este pobre clamó, y le oyó el Eterno, y lo libró de todas sus angustias. El ángel del Eterno acampa alrededor de los que le temen, y los defiende. Gustad, y ved que es bueno el Eterno; dichoso el hombre que confía en Él [el texto original hebreo dice literalmente: ‘dichoso el hombre que busca en Él su refugio’]" (Salmos 34:4-8).
Lo que observamos en los textos aquí citados, y en muchos más a todo lo largo del libro de los Salmos, es un reflejo espiritual adquirido por David, que Dios quiere que aprendamos y desarrollemos. Los resultados son simplemente milagrosos, cuando aprendemos a hacer de Dios nuestro refugio y nuestra roca en cada circunstancia.
Vale la pena citar siquiera dos ejemplos más para que quede confirmado este principio fundamental, de la terapia espiritual del alma que nos brinda Dios por medio de los Salmos.
Mictam de David, cuando envió Saúl, y vigilaron la casa para matarlo."Líbrame de mis enemigos, oh Dios mío; ponme a salvo de los que se levantan contra mí… sálvame de hombres sanguinarios. Porque he aquí están acechando mi vida; se han juntado contra mí poderosos. No por falta mía, ni pecado mío, oh Eterno" (Salmos 59:1-3).
Salmo de David, cuando huía de delante de Absalón su hijo."¡Oh Eterno, cuánto se han multiplicado mis adversarios! Muchos son los que se levantan contra mí. Muchos son los que dicen de mí: No hay para él salvación en Dios. Mas tú, Eterno, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el que levanta mi cabeza. Con mi voz clamé al Eterno, y Él me respondió desde su monte santo. Yo me acosté y dormí, y desperté, porque el Eterno me sustentaba" (Salmos 3:1-5).
Dios dijo del rey David: "He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero" (Hechos 13:22).
David amaba profundamente a Dios, a aquel Ser invisible que en medio de las pruebas jamás lo abandonó. Al que lo tomó de detrás de las ovejas para hacerlo pastor y rey de su pueblo Israel. Aquel Ser de quien dijo en más de una ocasión: "Vive el Eterno que ha redimido mi alma de toda angustia" (2 Samuel 4:9; 1 Reyes 1:29).
El deseo apasionado de David era agradar y agradecer a ese Ser que lo llamó un hombre según su corazón. ¿Cómo manifestar su amor y gratitud?
Siglos después Juan, el discípulo amado de Jesús, definió lo que es el amor en los siguientes términos: "Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos" (1 Juan 5:3). Luego, para que no quede duda, repite la definición del amor en su segunda epístola: "Este es el amor, que andemos según sus mandamientos" (2 Juan 6). Además, en su Evangelio Juan cita tres veces las palabras de Jesús: "Si me amáis, guardad mis mandamientos" (Juan 14:15, 21; 15:10).
En el Salmo 119, el capítulo más largo de la Biblia, el rey David consignó en un poema magistral los efectos asombrosos que se producen en el corazón, el alma y la mente de quien con todo su ser decide seguir el camino del amor a Dios:
"Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley del Eterno. Bienaventurados los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan… En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti… ¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación… ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca" (Salmos 119:1-2, 11, 97, 103).
El libro de los Salmos nos señala el camino hacia la transformación del corazón del hombre, para que, como el de su autor, llegue a ser según el corazón de Dios: "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva" (Juan 7:38). Esta es la descripción perfecta de la terapia que no solo sana el alma, sino que la convierte en fuente de bendición para los demás.