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¿Cuál es el objeto más complejo en el cosmos? La pregunta es amplia: las galaxias comprenden cientos de miles de millones de estrellas y planetas y bien pueden considerarse complejas, lo mismo que otras estructuras naturales.
Entre las realizaciones del hombre se cuentan obras extraordinarias, de intrincada elaboración. El poderoso acelerador de partículas en Europa, llamado el gran colisionador de hadrones, es una increíble proeza de la ingeniería; y en su época el transbordador espacial de los Estados Unidos se consideró la máquina más compleja jamás inventada.
¿Y la identidad del objeto más complicado en toda la creación? No es fácil señalarlo, sin embargo, hemos recibido el veredicto y no hay discusión. El neurocientífico David Eagleman afirmó: "De todos los objetos en el Universo, el cerebro humano es el más complejo".
¿Cómo puede ser? El cerebro humano es relativamente pequeño. Pesa menos de kilogramo y medio, cabe dentro del cráneo de una persona y está compuesto principalmente de agua y grasa. ¿Más complicado que el transbordador espacial?
Así es. ¡La complejidad del cerebro humano es impresionante! Y es un testimonio elocuente de la inteligencia y el poder inconmensurables del diseñador y Creador del ser humano.
El cerebro, como la mayoría de los tejidos corporales, se compone de células microscópicas. Las que resultan fundamentales para la enorme capacidad cerebral son sus 80.000 a 90.000 millones de neuronas. Ô mejor dicho, el increíble funcionamiento del cerebro se debe en realidad a una espectacular red de conexiones entre esas neuronas. Con sus ramificaciones de axones y dendritas, las neuronas se conectan entre sí formando una intrincada red en la cual cada neurona se conecta con diez mil o más neuronas vecinas. El resultado es un vasto sistema que continúa siendo un desafío para la comprensión humana.
En la actividad cerebral, una serie de impulsos eléctricos y químicos pasan por esta red de neuronas en una hermosa danza de actividad electroquímica y patrones cambiantes. Esta red de conexiones, de una complejidad inconcebible, unida a la danza electrónica constante que se produce en ella, de algún modo representa el trabajo del cerebro: acceder a recuerdos y generar otros nuevos, analizar información, procesar emociones y planificar nuestras acciones.
Chris Chatham, investigador en neurociencias de la Universidad de Brown en los Estados Unidos, resume así la complejidad de la interconectividad cerebral: "Para ser correctos, los modelos biológicos del cerebro tendrían que incluir unas 225.000.000.000.000.000 (225.000 billones) de interacciones entre células, neurotransmisores, neuromoduladores, ramas axonales y espinas dendríticas; y esto sin contar la influencia de la geometría dendrítica ni el aproximado billón de células gliales que pueden, o no, ser importantes en el procesamiento neural de información".
Para situar lo anterior en perspectiva, comparemos esta red de conexiones e interconexiones con la internet. Muchos tecnólogos consideran que la internet es el sistema técnico más complejo jamás hecho por el hombre. Se estima que para el año 2015 la vasta colección mundial de objetos que lo conforman incluirá 25 mil millones de dispositivos interactuantes. Aun así, estas conexiones mundiales representarían solamente el 0,00001 por ciento (un diezmillonésimo) de las interacciones que ocurren en el cerebro de un solo ser humano.
Habría que pensar que un órgano tan intrincado, con tan delicadas conexiones, ha de ser un instrumento frágil. Como dice un viejo refrán, "cuanto más complicada la cañería, más fácilmente se atasca".
Efectivamente, el cerebro está rodeado de un cráneo de hueso duro… y con razón; es sumamente importante protegerlo. Un daño cerebral puede producir consecuencias que alteren la vida. Aun en este aspecto, el cerebro humano resulta una maravilla de la ingeniería, ¡maravilla que científicos e investigadores todavía no logran comprender! ¡Ahora nos estamos enterando de que el cerebro tiene una sorprendente capacidad de repararse, restructurarse y renovar sus conexiones para superar sus daños y deficiencias!
Consideremos a los que sufren del síndrome de Rasmussen, inflamación que destruye un lado completo del cerebro. Las víctimas de este mal, mayormente niños, padecen terribles convulsiones. Los médicos han aprendido que a veces resulta posible quitar completamente la mitad afectada del cerebro y que la otra mitad se adapte con el tiempo a asumir las funciones y procesos de la mitad faltante, ¡dejando intactos los recuerdos, el sentido del humor y la personalidad del paciente!
Imagínese que la mitad del disco duro de su computadora quedara destruido e inaccesible, y que la otra mitad sencillamente se reprogramara para reemplazar el contenido que desapareció. Los expertos en computadoras saben que hasta un sistema de memorias múltiples depende de que se encuentre una copia intacta de los datos perdidos o dañados. En cambio, el enigmático cerebro humano puede hacer mucho más: ¡puede repararse solo a partir de cero!
¡Es un formidable testimonio de la gloria eterna de Dios y su inteligencia sin límites! Pese al optimismo reinante, muchos investigadores en el campo de la neurociencia y la inteligencia artificial empiezan a perder la esperanza de que sus propias creaciones lleguen un día a compararse con la increíble complejidad del cerebro humano.
El doctor Miguel Nicolelis, destacado neurocientífico de la Universidad de Duke en los Estados Unidos, quien en la Copa Mundial del 2014 en Brasil presentó un exoesqueleto para paralíticos controlado por el pensamiento, resumió en pocas palabras el problema de querer reproducir el cerebro con una computadora: "El cerebro no es computable y ninguna obra de ingeniería puede reproducirlo… Podríamos tener todos los chips de computadora en el mundo y aun así no crearíamos una conciencia".
Vista la inmensa complejidad del cerebro, debemos, sin embargo, reconocer que el cerebro solo no es el responsable de lo que somos, ni es lo que nos hace únicos entre las obras creadas por Dios. Somos más que nuestro cerebro, como afirmó Elihú, compañero de Job: "Espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda" (Job 32:8).
Dios no ha dispuesto que la humanidad se limite a ser el "pináculo de la creación". Lo que se propone es que al final el hombre trascienda esa creación para unirse a Él dentro de su propia Familia divina. El espíritu en el hombre actúa junto con el complejo cerebro humano, dándole a cada persona una mente: la mente humana que es única y que nos sitúa muy por encima de los animales. Dios no solamente nos hizo inteligentes, sino que nos hizo seres morales dotados de una vida espiritual y con la capacidad de tener una relación con nuestro Creador, quien es Espíritu (Juan 4:24).
Nuestro cerebro, como el resto de nuestro cuerpo, un día ha de morir y volver al polvo (Génesis 3:19). El cerebro humano es un instrumento extraordinario, pero no es eterno. Sin embargo, el espíritu en el hombre, dado por Dios, vuelve a Él cuando morimos (Eclesiastés 12:7) y lleva consigo la totalidad de lo que hemos aprendido y sabido, quiénes somos y nuestra personalidad (1 Corintios 2:11), ¡todo ello a la espera de nuestra futura resurrección!
Esta última capacidad, la de interactuar con nuestro espíritu humano dado por Dios, revela que el maravilloso cerebro humano hace más que convertirnos en una especie de "animal inteligente". Cumple un papel crucial en el cumplimiento del propósito que Dios tiene para nosotros y representa un elemento clave de su diseño para nuestra vida y su plan para la eternidad del hombre.
La creación representada por el cerebro humano es algo realmente maravilloso, ¡y en ella se refleja un maravilloso Creador!