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Los países del mundo han establecido museos con el objeto de preservar las grandes obras de arte de la humanidad. Recorriendo las galerías del museo del Louvre, en Francia, descubrimos el genio de Leonardo da Vinci en el rostro de la Mona Lisa, y la maestría de Miguel Ángel en los rasgos de sus famosas esculturas. El Instituto Smithsoniano de Washington tiene un Museo del Aire y el Espacio donde podemos admirar algunas de las grandes proezas de la ingeniería humana.
Con todo no hay quizás obra de arte mayor ni mecanismo más ingenioso que la simple mano del hombre. Poco nos detenemos a contemplarla, pero si lo hacemos, veremos en ella un prodigio del diseño y un reflejo de la obra, el talento y la mente de un Diseñador sin par.
Al respecto se dice que Sir Isaac Newton, erudito y matemático, y poseedor de una de las mentes científicas más privilegiadas de la historia, comentó: "Ausentes otras pruebas, me bastaría el pulgar para convencerme de la existencia de Dios".
Como la usamos todos los días, quizá la mano no nos parezca nada especial. Al fin y al cabo, la hemos tenido desde que nacimos. Nos ha servido día tras días. La usamos para tomar el café, para llamar a alguien por el teléfono celular y para amarrar el cordón del zapato. Quizá comparemos nuestras manos con las de otra persona, y pensemos que las nuestras son demasiado pequeñas o demasiado grandes, demasiado delicadas o demasiado toscas.
Sin embargo, los datos y cifras anatómicas en sí bastan para hacernos pensar. La mano humana se compone de 29 huesos, 29 articulaciones, más de 100 ligamentos, 35 músculos y un sinnúmero de nervios y arterias. Solamente para controlar el pulgar necesitamos nueve músculos y el esfuerzo conjunto de tres nervios principales de la mano.
Aun así, lo más maravilloso no son las cifras. Lo que nos hace apreciar un prodigio así, que es el diseño de una mano, es lo que somos capaces de hacer con sus huesos, articulaciones, ligamentos, músculos y nervios.
La capacidad de la mano humana es impresionante: su plasticidad para adquirir, a voluntad, una serie incontable de formas y configuraciones al poner en juego su habilísimo conjunto de dedos. De la parte del cerebro dedicada al movimiento, aproximadamente un cuarto corresponde al control de los movimientos de tan fino instrumento. Las diferentes combinaciones de fuerza, flexibilidad, destreza y control motor refinado manifestadas en un par de manos, no tienen igual en el mundo creado.
Si bien son varios los músculos que trabajan en conjunto para mover muestras manos, conviene señalar que, por fantásticos que sean los movimiento de los dedos, estos en sí ¡no tienen ni un solo músculo! Los dedos se mueven individualmente, con el más refinado control y sensibilidad, por medio de tendones entrelazados en ellos y conectados con músculos lejanos, ¡allá en el antebrazo! Los tendones se mueven distendidos como las cuerdas de una marioneta en un baile complicado, y coordinado con los músculos de la mano. Es así como se genera el vasto repertorio de movimientos que nuestras manos pueden describir.
Las manos son más que un medio para manipular el mundo que nos rodea. Son órganos de sentido enormemente eficaces que, mediante el tacto, nos enseñan sobre ese mundo.
La punta del dedo, por ejemplo, es un instrumento sensorial dotado de una increíble capacidad para detectar, y lo hace con un grado de sensibilidad que la ingeniería humana apenas si empieza a emular con la disciplina de la robótica. Estudios recientes han mostrado que nuestras huellas digitales, surcos en la punta de los dedos que forman un diseño único para cada individuo, son mucho más que un recurso para identificar a algún criminal; redoblan la capacidad de captar sensaciones y aumentan la cantidad de información que recibe el cerebro acerca de las superficies que tocamos y exploramos. Aun la uña, masa de tejido aparentemente "muerto", es un instrumento sensorial refinado que transmite las presiones y movimientos más sutiles a una red de nervios en la cutícula y el lecho nervioso, con lo cual el cerebro puede generar un modelo mental acertado de lo que la uña está tocando.
No es extraño, pues, que la creación de una mano artificial sea uno de los retos de diseño más difíciles para los ingenieros especializados en robótica. La mano humana representa una maravilla de diseño y de ingeniería. Piense que la misma mano que es capaz de asir un martillo de herrero y manejarlo con una tremenda fuerza de empuje, también tiene la delicadeza y sensibilidad necesarias para captar la presencia de un cabello humano sobre una superficie lisa, y además, levantar ese cabello. La mano es capaz de formarse como una cuchara hermética para sacar agua de un arroyo en la montaña, o de cerrarse fuertemente en un puño para servir de ariete. Tiene la destreza y el refinamiento necesarios para cumplir la tarea de amarrarnos los cordones de los zapatos con los ojos cerrados. Es la "herramienta para todo", flexible y capaz de completar un sinnúmero de acciones. En su sencillez y poder, ¡no hay nada hecho por el hombre que se le compare!
La mano humana es capaz de cumplir proezas extraordinarias de poderío y resistencia. Es el instrumento más importante del alpinista, con la potencia necesaria para suspender el peso del cuerpo por algún tiempo con la sola fuerza de los dedos. Y es igualmente eficaz como medio para comunicar el amor de unos padres por su recién nacido mediante la más suave de las caricias y el tacto más delicado.
Los dedos de la mano, fuertes, resistentes y firmes; sujetan de un modo tan eficaz y formidable como casi cualquier ser en la Tierra. Pero están dotados también de una destreza y una agilidad que les permite adoptar una infinitud de configuraciones, hasta el punto de dar lugar a la creación de lenguajes enteros, como es el lenguaje de señas, basados en su flexibilidad.
Tan fácil de pasar por alto, la mano humana representa un magnífico producto de la mente de un Dios lleno de amor y cuidado por nosotros. Es una prueba irrefutable de su maestría en el arte y en la ingeniería, un recurso que Él nos pone siempre, y literalmente, a la mano.
Unos tres mil años antes de que Newton se maravillara ante el diseño del pulgar, el rey David de Israel sintió algo similar. Reflexionando posiblemente sobre el diseño que observaba en su propio cuerpo, y quizás incluso observando fijamente su propia mano, exclamó: "¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!" (Salmos 139:14, Nueva Versión Internacional).
Sí, sus obras son verdaderamente maravillosas. ¡Y nosotros somos una creación verdaderamente admirable!