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Es vital que los padres entendamos los errores que a veces cometemos, y que influyen en nuestros hijos de maneras que tal vez no logramos prever.
Toda madre y todo padre anhelan ver a sus hijos salir adelante en la vida. Lamentablemente no siempre resulta así. Unos terminan en la cárcel, otros drogados o con hijos ilegítimos; o simplemente se convierten en miembros improductivos de la sociedad. En un artículo anterior de la revista El mundo de mañana, edición de septiembre y octubre del 2017, vimos cinco factores que llevan a algunos jóvenes a desviarse del buen camino. En este artículo veremos otras cinco causas. Se trata de errores muy graves que es preciso evitar.
Cuando los padres se niegan a reconocer el gobierno de Dios o la autoridad civil, los hijos hacen otro tanto. Los padres desobedientes crían hijos desobedientes, y si usted rechaza el gobierno de Dios y del hombre, sus hijos sumarán uno más a la lista de autoridades que irrespetan: ¡a usted! Gálatas 6:7 nos dice: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.
Es muy importante que los padres sean constantes en el respeto que muestran por las autoridades. ¿Cómo pretende que sus hijos respeten al oficial de policía que lo detiene a usted para ponerle una multa, si usted no le muestra respeto? ¿Cómo van a respetar a la autoridad religiosa si usted los lleva a la Iglesia, y esa noche mientras cenan se burla del predicador o lo critica mordazmente? Si usted no respeta a las autoridades civiles y religiosas, ¿por qué las han de respetar sus hijos? Si usted está en franco desacuerdo con las enseñanzas de su Iglesia o con la maestra de su hijo, quizá sea hora de cambiar de iglesia o de colegio. Pero haga usted lo que haga, y pese a su descuerdo con una figura de autoridad, hágalo de forma respetuosa. Esto es especialmente importante para los padres divorciados. Cuando usted habla pestes del padre o la madre de sus hijos, delante de ellos, está haciéndoles un enorme daño. Un hijo que no respeta a su padre, a su madre ni a la autoridad civil o religiosa, está encaminado al fracaso en la vida.
Jesús nos dice en Mateo 12:25: “Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá”. Aceptemos la realidad: En todo matrimonio hay dificultades. Los hombres y las mujeres no piensan igual. En la comedia musical Mi bella dama, el profesor Higgins se preguntaba desconcertado: “¿Por qué las mujeres no pueden ser como los hombres?” ¡Simplemente no entendía! A las mujeres y a los hombres Dios los creó diferentes, y lo hizo así por razones más que válidas. El fenómeno viene muy al caso en la crianza de los hijos. Aunque hay excepciones obvias, en general las mujeres tienden a sentir más ternura que los hombres y siendo así, su disciplina puede ser menos eficaz. Por eso se les oye decir: “¡Ya verás cuando llegue tu padre!” Esta diferencia suele generar roces entre los dos. Algunas mujeres son demasiado blandas cuando los hijos actúan mal, y algunos hombres son demasiado duros. O al menos, así se perciben el uno al otro.
Los padres deben trabajar en colaboración y gran parte de esta labor debe ser a puerta cerrada. Recuerdo bien a una familia que daba buen ejemplo en este aspecto. Los niños de corta edad cometen muchos errores: meten objetos de metal en el tomacorriente, tiran la lámpara del cable y la hacen caer, derraman la leche y al ir creciendo pueden empezar a decir mentiras. Esta pareja hablaba en detalle de lo que era más importante en cada etapa. Les preocupaba más que su hijita saliera corriendo a la calle y no que derramara un vaso de leche. Colaborando los dos, se concentraron en las mismas prioridades y esto le dio a la niña una idea de que mamá y papá la consideraban realmente importante. Mamá no la estaba corrigiendo por una serie de infracciones y papá por otra. Los padres no pueden saber todo lo que hace un niño, pero sí pueden trabajar juntos en los asuntos más evidentes.
Un padre muy autoritario y una madre emocionalmente débil que siempre viene al rescate terminan por anularse. Salvo en las circunstancias más extremas, aplazar la disciplina o no ejercitarla y hablar del asunto después, en privado, es mejor que mostrarse en desacuerdo delante de los hijos.
La máxima división familiar es el divorcio. Que el divorcio se haya vuelto tan común es lamentable en nuestro mundo, pero aun en casos de divorcio, hay que poner a los hijos por encima de los intereses personales. Es frecuente que uno de los padres hable pésimamente del otro delante de sus hijos. Incluso considerando que dos personas se llevan mal, si realmente aman a sus hijos tienen que hacer un esfuerzo descomunal por respetar al otro. Al fin de cuentas, los niños tiene un solo padre biológico y una sola madre biológica, y estas dos personas son maravillosamente importantes para ellos. ¡No hay que dañar esa relación!
Dios dice que los hijos necesitan disciplina amorosa y que sea consecuente, justa y de acuerdo con la falta. Unos se van a un extremo o al otro. Ciertos padres maltratan a sus hijos físicamente y otros no imponen ninguna corrección por el mal comportamiento.
La disciplina asume muchas formas, desde una nalgada aplicada con la mano, hasta un tiempo de quietud o el retiro de privilegios. El libro de Proverbios aboga por el castigo corporal apropiado (13:24; 29:15), pero no todos comprenden las palabras que se emplean. La vara citada en estos pasajes es una ramita delgada. En algunos lugares la ley permite que los padres den a su hijo una nalgada aplicada con la mano. Sin embargo, esto no es universal, ya que en ciertos países se prohíbe por ley toda forma de castigo físico. Los padres deben conocer las leyes que les afectan. Allí donde se permite dar nalgadas, estas no deben ser fuertes ni deben aplicarse con ira.
Una forma de disciplina que muchos pasan por alto es dejar que el niño sufra las consecuencias de sus propias decisiones. Alguien con mucha sabiduría me contó lo siguiente: “Si nuestra hija, de seis o siete años en ese momento, quería ponerse su vestido preferido para una fiesta; y si el día de lavar la ropa ya había pasado, ella sabía que esa semana no podría usarlo para la Iglesia”. La decisión era de ella, pero mamá no iba a lavar y planchar el vestido para ir a la Iglesia si la niña se lo había puesto para la fiesta.
A medida que el hijo y la hija iban madurando, sus padres les dejaban tomar decisiones más importantes; pero nunca los sacaron de apuros por los resultados. Los hijos tenían que correr con las consecuencias. Estos padres estudiaban cuidadosamente la posibilidad de que los hijos sufrieran algún daño inherente en su oportunidad de tomar decisiones y si ellos hicieran algo que pudiera perjudicarlos seriamente, entonces impondrían sus reglas. Ciertas decisiones nunca quedaban en manos de los hijos, como incumplir la hora fijada para estar de vuelta en la casa, o probar drogas recreativas. Ciertamente nadie puede garantizar que sus hijos no hagan algunas cosas perjudiciales, pero al darles libertad para tomar decisiones apropiadas desde temprana edad, acompañada de consejos sabios, los padres aseguran que sus hijos estarán menos dispuestos a contrariar su autoridad.
En el caso de mis amigos, sus dos hijos han crecido y han salido adelante en la vida como ciudadanos correctos que contribuyen al bien de la sociedad. Aprendieron la autodisciplina desde temprana edad. También aprendieron que, si bien mamá y papá les permitían tomar ciertas decisiones, la guía y los consejos que les daban antes de tomar esas decisiones eran acertados. Cuando el hijo quiso gastar varios centenares de dólares en unos parlantes para su carro, el padre le dijo que estaría malgastando el dinero que había ganado con su propio esfuerzo y que la compra pronto perdería su encanto. Unos meses después, el hijo reconoció que su padre tenía razón en el consejo que le dio. Fue una lección importante. ¡Su padre sabía lo que era mejor para él!
Las decisiones apropiadas según la edad del chico no perjudican a la larga, siempre y cuando los padres se mantengan firmes. Unas lágrimas que se derraman en los comienzos de la vida quizás ahorren muchas lágrimas más adelante, pero a menudo los padres ceden y los hijos nunca aprenden que sus decisiones traen consecuencias y no adquieren autodisciplina.
En los últimos 30 años se ha escrito mucho sobre la autoestima, pero se trata de un concepto muy imperfecto. Se ha planteado la idea de que si Juanito tiene baja autoestima saldrá mal en la vida, pero si le damos autoestima, probablemente saldrá muy bien. Felizmente muchas autoridades han cuestionado, y con razón, esta mentalidad y han señalado algunos de sus defectos. Para comenzar, veamos los dos siguientes:
Primero, cuando los padres solamente le insisten a Juanito que él es muy especial, esto significa que su bienestar depende de ellos. ¿Qué ocurrirá cuando despierte en el mundo real, donde otras personas no lo consideren tan especial? ¿Acaso deseamos que su bienestar dependa de otros?
Segundo, lo que él piensa de sí y lo que realmente es, quizá no concuerden. Puede creer que es especial o que es muy buen jugador de baloncesto porque los demás no quieren decirle la verdad, pero si cree que está listo para el equipo de la escuela superior, quizás esté viviendo en un mundo de sueños. Esto se ve constantemente en algunos programas de talentos en la televisión, cuando algunos concursantes al ser rechazados por los jueces, que son expertos en los temas, les discuten, diciéndoles que están equivocados.
¿Cómo pudo prevalecer entonces este concepto de la autoestima? Debe haber equilibrio entre animar a un hijo y desmoralizarlo. Los hijos sí necesitan aliento, pero algunos padres, especialmente los hombres que crecieron en tiempos muy difíciles cuando no era tan fácil sobrevivir, han sido muy duros y exigentes con sus hijos. Las generaciones de la gran depresión y la Segunda Guerra Mundial deseaban que a sus hijos les fuera mejor, y de este modo el péndulo se fue en la dirección contraria.
Otro hecho muy real es que los padres, en especial el varón, por naturaleza pueden ser demasiado exigentes. Por eso fue que el apóstol Pablo nos advirtió en Colosenses 3:21: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten”. Y en Efesios 6:4: “Vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”.
No le diga jamás a su hijo o hija que no sirve para nada, y no sea tan perfeccionista que sus hijos se den por vencidos y dejen de esforzarse. Los chicos son chicos. No importa que cometan errores. Ellos necesitan mucho respaldo y ánimo. Cuando lo hacen bien, hágales saber que está bien, pero cuando se portan mal o si se equivocan del todo en cuanto a lo que deben hacer, díganselo sinceramente, con mucho amor y en el momento apropiado.
Hay padres que les dicen a sus hijos jóvenes: “Sé que probablemente te vas a emborrachar, vas a probar drogas, conducir demasiado rápido o a tener relaciones sexuales antes del matrimonio”. Algunos llegan al extremo de facilitar píldoras anticonceptivas a sus hijas. Los consejos de este tipo suelen venir de una madre o un padre que hizo cosas así en su juventud y, en consecuencia, se imagina que todos los jóvenes hacen lo mismo. Es cierto que muchos cometen estos errores, pero no todos. Los hay que jamás se emborrachan, nunca prueban drogas y dejan las relaciones sexuales para después de la boda. Cuando los padres expresan expectativas bajas, esto equivale a darles permiso.
Una mejor estrategia es comunicar la expectativa de que sus hijos no harán esas cosas, pero es necesario entender que es posible que sí las hagan. Entonces, si toman algunas muy malas decisiones, háganles saber que usted está decepcionado porque no cumplieron con las expectativas de la familia. Si se ponen expectativas muy bajas, los hijos puede que no lleguen a la altura de sus capacidades. Si son muy altas, es posible que ni siquiera hagan el intento. En la crianza de los hijos tiene que haber equilibro, pero las expectativas mínimas o bajas predisponen al fracaso.
Todos estos puntos se resumen en una palabra: amor. Nosotros comunicamos nuestro amor por los hijos siendo personas que ellos puedan admirar y respetar. Seamos consecuentes en la vida, y sin hipocresía. Mostremos sabiduría, tratemos a los demás con justicia y sin egoísmo. Demostremos nuestro amor por ellos dedicándoles tiempo. Demostremos nuestro amor cuando sacamos tiempo para enseñarles con diligencia el camino que deben seguir y cuando damos el ejemplo de respetar a la autoridad. Demostremos nuestro amor por ellos cuando nosotros, como padres, hacemos de lado nuestras diferencias para guiarlos a ellos en común acuerdo. Se muestra amor al aplicar disciplina con justicia, en la medida adecuada y siendo consecuentes. Y demostramos nuestro amor cuando nos abstenemos de desmoralizarlos con expresiones de desprecio y, al contrario, los edificamos y elevamos con palabras de aliento sinceras y les hacemos saber que tenemos expectativas altas pero justas. Cosecharemos lo que hemos sembrado, y si con nuestras acciones sembramos amor, ¡nuestros hijos seguirán el camino correcto! (Proverbios 22:6).