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Un ciudadano prominente y yo nos dimos la mano al hacer un trato para comprar mi casa ya que yo me trasladaría a otra ciudad por motivos laborales. Una sonrisa de alivio se dibujó en mi rostro. Pero mi alivio desapareció un tiempo más tarde cuando descubrí que no se había hecho nada para mantener nuestro acuerdo. Para ese entonces ya me habían trasladado y había adquirido otra casa.
Me habían enseñado que entre personas honestas un apretón de manos es visto como un vínculo de honor. Tuve que aprender por las malas que no todos cumplen con este código. En la escuela, cuando éramos jóvenes, todos aprendimos sobre “Abe el honesto” (Abraham Lincoln), y nos enseñaron que George Washington no mintió sobre el árbol de cerezo. La historia está llena de ejemplos de hombres y mujeres íntegros que estaban decididos a cumplir con su palabra.
Lamentablemente, en unas pocas décadas, parece que muchos han olvidado, o nunca se les ha enseñado, el valor de la integridad. Lo que nuestra sociedad ha cosechado de esto es una forma de vida llena de incertidumbres y tensiones. No es de extrañar que tantos no cumplan las promesas que le hicieron a Dios cuando se bautizaron, o a su cónyuge durante los votos matrimoniales.
Recuerdo las palabras de un poema que alguien me envió:
Suponiendo que hoy fuera tu último día en la Tierra,
la última milla del viaje que has recorrido;
después de todas tus luchas, ¿cuánto vales?
¿y cuánto vale tu palabra para Dios?
Dios nos ha dado esta vida para construir nuestro carácter, y la integridad de nuestras palabras y acciones son lo que lo definen. La Biblia tiene mucho que decir sobre el valor de nuestras palabras: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene” (Proverbios 25:11). Nuestras palabras y promesas a los demás, son de gran importancia a los ojos de Dios.
El poema que mencioné anteriormente termina con estas líneas:
Solo estamos suponiendo, pero si fuera real
y facturamos nuestras obras desde nuestro nacimiento,
y sumamos todo lo que hemos hecho en los tratos de la vida,
¿cuánto valemos realmente?
Vivimos en un mundo donde el compromiso y la obligación simplemente no son parte de su sistema de valores. En el libro de Proverbios, leemos algunas verdades que nos hacen pensar sobre cómo ve Dios las palabras que decimos y las promesas que hacemos: “Seis cosas aborrece El Eterno, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Proverbios 6:16–19).
Nuestras palabras nos honran o nos condenan. Vale la pena cuidarlas ya que dan forma a nuestras acciones. Muchos de los problemas de hoy se remontan a la falta de compromiso.
Para obtener más información, vea las transmisiones de El Mundo de Mañana "El impacto cultural judeocristiano" y "¿Qué es la verdad?" o lea el artículo "Abundancia de la mentira ¿Valdrá la pena actuar con honradez?”