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Todos los cristianos debemos ser líderes al servicio de nuestro prójimo. Pero ¿qué significa esto? y, ¿cómo podemos practicarlo?
El mejor ejemplo de servicio que podemos encontrar es el que nos dio Jesucristo. Él había estado con el Padre desde la eternidad y tenía gloria, poder y una majestad asombrosa. Como el "Verbo" o el Portavoz del Padre, fue su voz la que anunció: "Sea la luz" (Génesis 1:3). En el trono de Dios, estaba rodeado de una belleza y majestad indescriptible y más de 100 millones de ángeles estaban allí, adorándolos y alabándolos a Él y al Padre (Apocalipsis 5:11-12).
Sin embargo, dado que el Verbo y el Padre habían decidido traer a millones de seres humanos a su familia, Jesucristo estuvo dispuesto a "despojarse" de su gloria y a tomar "forma de siervo" para ser " hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, [humillarse] a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (v.8).
En la carne, Jesús se dedicó a servir a los demás. Enseñó con amor y paciencia, sanó, bendijo, alentó y ayudó. Por medio de su ejemplo, Jesús les enseñó muy claramente a sus discípulos: "El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos"(Mateo 20:26–28).
En todas nuestras actividades, el énfasis debe estar en servir, no en complacernos o exaltarnos a nosotros mismos, ni buscando una "posición" más importante. Todos nosotros debemos humillarnos constantemente a través del Espíritu de Dios, y tratar de servir a los demás en todo lo que hacemos. Si tenemos que tomar una posición menos importante por un tiempo, como lo hizo incluso el Hijo de Dios, para servir a los demás, hagamos esto con alegría y agradezcamos a Dios por la oportunidad.
¡Dios nos está probando a cada uno de nosotros! Quiere saber si realmente estamos aprendiendo y poniendo en práctica las lecciones de liderazgo que Jesucristo nos inculcó. ¿Estamos dispuestos a humillarnos a nosotros mismo para poder servir a los demás? ¿Estamos constantemente pensando en cómo podemos usar nuestros talentos, nuestro tiempo y nuestros recursos para servir mejor a los demás y prepararnos para el Reino de Dios? Juan, el Apóstol amado, nos dice: "En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos" (1 Juan 3:16). Motivémonos verdaderamente con un espíritu de dar, ayudar, servir y alentarnos los unos a los otros. Entonces, sin duda, se nos concederá la entrada al Reino eterno de nuestro Padre, que se basará totalmente en ese espíritu de amor, bondad, paciencia, servicio y gozo profundo.
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