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A veces, podemos mirar una cosa y no “ver” realmente como es desde todos los ángulos. Nuestro enfoque en la vida, con sus alegrías, pruebas y desafíos a menudo depende de nuestras percepciones, cómo elegimos ver las cosas en cualquier tipo de situación. Una analogía que parece encajar con esta propensión humana es sobre el aspecto de un diamante, la más rara de las piedras preciosas.
Los diamantes, que se forman con el tiempo por medio de altas temperaturas y presión, son hermosos a simple vista, pero tienen muchos defectos en su estructura. Los expertos que seleccionan y clasifican las gemas tienen en cuenta estas imperfecciones al determinar el valor de cada piedra.
En su estado final, estas piedras son hermosas a la vista. Son muy apreciadas y suelen costar mucho dinero. Sin embargo, cuando algunos miran un diamante ven sólo su belleza, mientras que otros, al ver la misma piedra, sólo ven sus defectos.
Parece que ocurre lo mismo en las relaciones humanas. Cada persona está formada por experiencias que nos “pulen” y nos convierten en lo que somos. Sería deseable que en este proceso se formase un carácter hermoso en cada uno, pero no me refiero a la apariencia exterior, sino a la belleza interior, al carácter piadoso. Es maravilloso cuando podemos ver ese tipo de belleza en otros seres humanos. Y aún algunas personas no ven la belleza en otros; sólo sus defectos.
Si sólo vemos los defectos, nos perdemos de la rica experiencia, el disfrute y el sabor que otros pueden aportar a nuestras vidas. Los diferentes valores culturales, la historia y la sabiduría realmente pueden agregar valor y ampliar nuestra comprensión a medida que avanzamos por la vida. Ciertamente, hay males que debemos evitar para protegernos, pero también hay verdadera belleza si nos concentramos principalmente en lo positivo.
La Biblia contiene ejemplos de los fracasos de la humanidad, pero también registra los triunfos de quienes decidieron obedecer a Dios y vivir Su estilo de vida. Es interesante que el profeta Malaquías fue inspirado para describir al pueblo de Dios como se describe una joya, como parte de un “tesoro”. Él escribió: “Y serán para mí especial tesoro, ha dicho el Eterno de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve” (Malaquías 3:17).
Dios conoce a su pueblo y sabe que no es perfecto y, sin embargo, Él ve su belleza y lo llama “tesoro”.
Jesucristo practicó este tipo de compasión y percepción al tratar con personas arrepentidas cuando estuvo en la Tierra. Hay un hermoso ejemplo de este enfoque en Marcos 14:3–9:
Y estando en Betania, en casa de Simón el leproso, mientras estaba sentado a la mesa, vino una mujer que tenía un frasco de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio. Luego quebró el vaso de alabastro y lo derramó sobre Su cabeza. Pero hubo algunos que se enojaron entre ellos y dijeron: “¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume? Porque pudo haberse vendido por más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres”. Y la criticaron duramente.
Pero Jesús dijo: “Dejadla, ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho. Siempre tendréis a los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis. Esta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella”.
El anfitrión y los demás invitados en esta ocasión quedaron consternados por las acciones de esta mujer, pero Jesús reconoció la hermosa actitud que ella mostraba y le hizo un gran cumplido.
Entonces, en cualquier tipo de situación, ¿qué es lo que debemos ver? ¿La belleza o el defecto? Dejemos que las enseñanzas y el ejemplo de Jesucristo nos indiquen la dirección correcta y agudicemos nuestra percepción de la belleza que nos rodea.
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