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Una vez, mis hermanas y yo visitábamos a nuestros padres con nuestras respectivas familias, reuniendo a todos sus nietos, desde los 18 meses hasta los seis años de edad. En ese momento, eran siete nietos en total: seis niños y una sola niña, mi sobrina Kyrstin. Mientras jugaban los siete, los seis niños se unieron para hacer frente a un monstruo imaginario y terrible. Cuando le pregunté a mi hijo mayor qué hacían, él respondió: "¡Estamos protegiendo a Kyrstin de las langostas gigantes!" Mientras tanto, Kyrstin, pretendía "luchar" contra las gigantescas langostas imaginarias, pero obviamente estaba más interesada en bailar y jugar con las simuladas criaturas del bosque que existían en su versión de esta escena imaginaria.
Fue una gran demostración de las diferencias naturales entre los niños y las niñas.
Nuestro mundo occidental trata de convencernos de que no existe tal diferencia; pero cuando vemos jugar a los niños y las niñas, generalmente nos damos cuenta de que existen diferencias en diversos grados y a un nivel muy fundamental. Como madres, nuestra tarea debe ser asegurarnos de no eliminar o invalidar esas diferencias y criar a nuestros hijos de la forma correcta.
Las madres podemos entender a las niñas; después de todo, una vez fuimos niñas. ¡Los niños, por otro lado, pueden parecernos criaturas extrañas! Corren por todas partes, escalan todo, acumulan una cantidad infinita de rasguños y moretones, y viven gran parte de su vida en el mundo de los "chicos buenos versus los chicos malos", y, por supuesto, enfatizan sus actividades con todo tipo de efectos de sonido. Pueden llevar a que una madre le pregunte a Dios: "¿En qué estabas pensando?"
Cuando criamos niños varones, debemos tener cuidado de no erradicar esas características que los convierten en hombres. Al tratar de aplastar todos estos comportamientos, corremos el riesgo de interferir en la formación de nuestros hijos y cohibir su potencial masculino. Por ejemplo, digamos que nuestro hijo pequeño se sube al sofá y salta. En lugar de tratar de desarraigar esa característica aventurera de nuestro hijo, como si fuera un defecto de carácter, tómese el tiempo para enseñarle. Explíquele que saltar de los muebles de la sala no es la forma en que cuidamos nuestras cosas y que podríamos romper algo más o hacerse daño. Luego explíquele que, si desea saltar, tal vez podría saltar en el patio donde es menos probable que rompa algo o que se golpee la cabeza contra objetos cercanos. Esto le enseña que hay un momento y un lugar para saltar y cómo tomar riesgos calculados, lo cual es una buena lección para el futuro.
El pasado está lleno de ejemplos de grandes hombres y líderes cuyas vidas estaban claramente asociadas con este tipo de características. Jesús llamó a los apóstoles Santiago y Juan "Hijos del trueno" (Marcos 3:17). Eso nos hace pensar que, probablemente hubo algunas luchas y otras travesuras cuando eran niños. El Sr. Herbert Armstrong habla sobre los comerciantes que lo enviaban a buscar "leche de paloma" para mantenerlo ocupado y que no los molestara más con sus preguntas cuando era un niño curioso (Autobiografía de Herbert W. Armstrong, Vol. 1, pág. 15). Sin embargo, un día Dios usó su inquebrantable curiosidad para comenzar la era de Filadelfia de la Iglesia de Dios.
Nuestra sociedad está llena de hombres sometidos y de perpetuos adolescentes que se han negado a madurar. Hay muchos libros seculares útiles que están disponibles para ayudarnos con la tarea de criar a nuestros hijos. Hablar con nuestros esposos y nuestro ministro o anciano local también puede ayudar. Le sugiero leer el folleto Porque es tan difícil criar hijos para obtener una perspectiva al respecto.
Un niño que siempre está sobrepasando sus límites, luchando contra "monstruos" imaginarios, saltando en el patio y constantemente corriendo, luchando y escalando. Está haciendo lo que tiene que hacer para convertirse en un hombre que puede hacerse cargo de su vida y cuidar de su familia.