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La profecía cobra vida

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Muchas profecías bíblicas describen señales específicas que aparecerán en el escenario mundial al acercarnos al final de la era, es decir, el período justo antes de que Jesucristo regrese a la Tierra a establecer el Reino de Dios.

Jesús les dijo a sus discípulos que observaran esas señales para que reconocieran que su regreso se aproximaba (Mateo 24:32-44).

Muchas de esas profecías, escritas hace decenas de siglos, ¡están cobrando vida a plena vista! El apóstol Pablo escribió que "en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombresamadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos… crueles… amadores de los deleites más que de Dios" (2 Timoteo 3:1-5).

Jesucristo criticó duramente a quienes hacen gala de su justicia mientras en privado buscan su propia ganancia egoísta. Dirigiéndose a uno de los jefes religiosos de su época, le dijo sin ambages: "Vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad" (Lucas 11:39). ¿Acaso no es común esta actitud en los negocios, la política y la actual cultura del consumismo?

¡La codicia no es buena!

Los diez mandamientos condenan la codicia (Éxodo 20:17). Salomón advirtió hace miles de años que los malos eran "dados a la codicia" (Proverbios 1:10-19). Jesús reprochó a los jefes religiosos por sus manifestaciones de hipocresía, extorsión y avidez desaforada (Mateo 23:25). Los profetas protestaron fuertemente contra la inclinación a la adquisición egoísta de bienes materiales: "¡Ay de los que… maquinan el mal… Codician las heredades, y las roban; y casas, y las toman… Por tanto, así ha dicho el Eterno: He aquí, yo pienso contra esta familia un mal" (Miqueas 2:1-3). El profeta Amós transmitió esta advertencia de Dios a los israelitas, por su codicia rampante, su materialismo impío y su explotación de los menos afortunados: "Heriré la casa de invierno con la casa de verano, y las casas de marfil perecerán; y muchas casas serán arruinadas" (Amós 2:6-7; 3:1, 14-15). À los dirigentes de Israel que vivían rodeados de lujo mientras otros subsistían con mucho menos, les dijo: "He aquí, vienen sobre vosotras días en que os llevarán con ganchos… e Israel será llevado cautivo lejos de su tierra" (Amós 4:1-3; 5:27; 6:7; 7:11, 17). La Biblia revela que Dios ha tratado con severidad a los ambiciosos e impíos en el pasado ¡y lo volverá a hacer en el futuro!

Un dilema de todos los tiempos

El tema de la codicia es causa de divisiones entre los habitantes de muchos países. Por ejemplo, en los Estados Unidos, comentaristas como Bill Moyers y Michael Winship se lamentan de que el gobierno no sea capaz de frenar la avidez humana: "En vez de actuar como freno sobre el poder y la codicia desenfrenados de las grandes empresas, el gobierno se convierte en su facilitador". En cambio, como lo señaló el economista Milton Friedman en su libro Capitalismo y libertad: "¿Qué es la codicia? Ninguno de nosotros es codicioso, desde luego; el codicioso siempre es el otro. El motor del mundo son los individuos que andan cada uno tras sus propios intereses".

Es fácil señalar con el dedo a los demás, pero difícil reconocer la avidez en uno mismo. La cultura de la codicia se ha extendido por todo el mundo, exportada de un país a otro. La música, el cine y la televisión promueven interminablemente los productos de consumo y la filosofía de que el consumo incesante trae felicidad. Así han generado una cultura juvenil preocupada por el dinero y que luego se nutre del bombardeo audio visual". Algunos consideran que la proyección mundial de la influencia estadounidense, ridiculizada como la McDonalización de la sociedad, es como un virus altamente patológico que se reproduce en el resto del mundo, infectando el cuerpo cultural de otras naciones. La globalización del consumo ambicioso y egocéntrico que emana de los países más ricos genera gran animosidad a la vez que socava valores y culturas tradicionales.

El historiador cultural Morris Berman describe otra tendencia inquietante: La desigualdad creciente con ricos que siguen enriqueciéndose mientras los pobres se empobrecen más. Berman señala que en los últimos decenios hemos visto unaredistribución sin precedentes de la riqueza hacia los ricos. En términos de disparidad económica, los Estados Unidos están a la cabeza de las grandes naciones industriales. Hay ejecutivos cuyo sueldo es más de 400 veces el de sus trabajadores. Instituciones financieras que antes parecían dignas de respeto ahora se dedican agresivamente a las compras hostiles y compras con dinero prestado, que les permite llenar sus bolsillos con jugosos honorarios de ejecutivo y despedirse con millones de dólares; mientras que miles de trabajadores ven desaparecer su empleo y sus ingresos.

El historiador Jim Nelson Black señala que estas mismas tendencias sociales y económicas existieronhacesiglos, durante el período de decadencia del Imperio Romano y en el ocaso de otros estados poderosos. Los escritores de la antigüedad dejaron constancia de que la codicia y la preocupación inmoderada por el lujo, aceleraron el declive moral que contribuyó a la caída del poderoso Imperio Romano. Los historiadores Will y Ariel Durant observaron un patrón repetido, siglo tras siglo, en la acumulación y redistribución de la riqueza. La riqueza se concentra en manos de pocos, y cuando las masas empobrecidas ya no soportan más la inequidad, la riqueza se redistribuye, ya sea mediante una legislación pacífica o una revolución violenta. Los Durant escribieron hace varios decenios que la brecha entre los más ricos y los más pobres es mayor ahora que en cualquier momento desde la Roma imperial y plutocrática; y previeron que pronto habría una corrección. Más recientemente, el economista francés Jacques Attali advirtió que en los próximos años veríamos una división amarga, volátil y creciente entre un núcleo cada vez más rico y una periferia cada vez más pobre, y que la periferia pobre acabaría por levantarse contra el núcleo rico, en una guerra como ninguna que se haya visto en tiempos modernos.

Durante siglos, los economistas han dado por supuesto que la razón humana es capaz de controlar los mercados mundiales. Los historiadores optimistas han temido lo peor, mientras esperan una redistribución pacífica de la riqueza cuando las fuerzas sociales produzcan un cambio. Sin embargo, la Biblia revela que las tendencias actuales nos llevarán a un resultado muy diferente en la culminación de los siglos de codicia humana. Las Escrituras revelan que Dios permitirá que nuestras sociedades egoístas, materialistas, obsesionadas por el consumo cosechen las tristes consecuencias de lo que hemos sembrado (Jeremías 2:17-19). Las Escrituras hablan de una potencia religioso política que surgirá en los últimos días, trayendo prosperidad efímera al mundo. Al principio, los hombres de negocios llenos de avidez "se [enriquecerán] de la potencia de sus deleites" (Apocalipsis 18:3). Pero esa prosperidad se acabará, y los mismos ambiciosos que se enriquecieron por su poder "se pararán lejos por el temor de su tormento" (v. 15).

Al final, Jesucristo va a regresar e intervenir con "mano fuerte" (Salmos 136:12; Apocalipsis 11:17) para reestablecer la justicia económica y poner fin al egoísmo y la codicia. Los siglos de ambición desenfrenada de la humanidad se encaminan a un punto dramático, revelando que la profecía bíblica, efectivamente, ¡está cobrando vida!

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