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[Ella] "Alarga su mano al pobre, y extiende sus manos al menesteroso" (Proverbios 31:20).
Si alguna vez ha estado en un punto donde no puede volver a la normalidad por usted misma, usted debe entender el valor de una mano amiga. Históricamente, cuando los primeros pioneros estadounidenses se aventuraron a viajar al oeste, para abrirse paso hacia una nueva vida, las mujeres tenían que ser especialmente fuertes y trabajadoras. Cuando los tiempos eran difíciles, contaban con el apoyo de vecinos y amigos para superar las dificultades. Era un sistema de "dar y recibir". Los bienes y servicios se comercializaban en forma de trueque o intercambio con un valor igual o superior a la moneda: las mujeres vendían o intercambiaban sus productos enlatados o cultivados, por lo que necesitaban a cambio. Confeccionaban ropa nueva, remendaban ropa rota o lavaban ropa para otros, por cierta cantidad de dinero o de productos.
Las mujeres trabajaban duro para mantener a sus familias. Pero cuando una vecina estaba enferma, o tenía un bebé recién nacido, las mujeres compraban lo que esta vecina necesitaba y la visitaban, ayudándole sin esperar pago por sus servicios. Era una época en la que era esencial trabajar para comer y sobrevivir, pero, aun así, los vecinos se tomaban el tiempo para ayudarse unos a otros. Tener una mano amiga realmente marcaba la diferencia.
"Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis..." (Santiago 2:8).
En nuestra cultura, las personas han olvidado lo que es quedarse sin algo cuando no tienen con que comprarlo y cómo se siente luchar por lo que se necesita. La ayuda de un vecino ya no es necesaria para la supervivencia. Las personas dependen de las tarjetas de crédito, préstamos y programas gubernamentales para sobrevivir durante tiempos difíciles y esto no es necesariamente algo malo, pero sí nos hace estar enfocados en nuestros propios problemas, vidas y familias, y rara vez tenemos tiempo para considerar las luchas de los demás. ¿Es esto lo que Dios pretendía?
"La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo" (Santiago 1:27).
Pero aún en este tiempo, tenemos a aquellos que luchan. Tenemos madres jóvenes que tienen bebés y necesitan descanso o aliento; y recibir ayuda para lavar los platos, para lavar la ropa o preparar una comida. Tenemos "viudas en aflicción" que se sientan en casa esperando ansiosamente el contacto humano afectuoso: una visita, una llamada telefónica o una tarjeta para saber que alguien está pensando en ellos y orando por su bienestar. Esto presenta una gran oportunidad para ayudarles a aliviar su dura soledad.
Conocemos huérfanos a los que podríamos regalarle una prenda nueva de vestir de vez en cuando; mostrarles que nos preocupamos por su futuro o darles una ayuda para que puedan progresar en su carrera. Tenemos quienes están heridos o enfermos y con poca movilidad; también hay quienes podemos ayudar comprándoles comestibles o ayudándoles a limpiar sus casas. Sí, como damas cristianas, debemos mostrarle a Dios el Padre y a Jesucristo cuánto los amamos, estando dispuestas a poner nuestra fe en acción y trabajar para ayudar a quienes lo necesiten.
“¿Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?" (Santiago 2:14-16).
Después de haber recibido ayuda durante mis momentos de necesidad, puedo mencionar el increíble efecto que produce en una el sentirse atendida y, lo agradecida que me sentí con esas damas que se tomaron el tiempo para ayudarme. Y al haber podido ayudar a alguien más, puedo dar testimonio de las muchas bendiciones que Dios ha devuelto por esas labores. Todos necesitamos ayuda de vez en cuando, especialmente cuando estamos deprimidos y no encontramos cómo regresar a la normalidad. Si estamos dispuestos a ayudar a otros en un momento de necesidad, Dios se asegurará de que, cuando sea nuestro turno, recibamos mucho más cuidado de lo que podríamos esperar.
“Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lucas 6:38).