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La libertad se define como el poder de actuar como uno quiera. Es un estado de independencia, de autonomía, de estar libre de restricciones y de tener derecho a la autodeterminación. La libertad puede definirse de diferentes maneras cuando se habla de ella política, filosófica o religiosamente. ¡Algunos pueden definir la libertad como el derecho a hacer lo que ellos quieran, cuando quieran y con quien quieran! Pero la mayoría de nosotros nos damos cuenta de que la verdadera y duradera libertad conlleva restricciones morales y éticas.
Aunque la Declaración de Independencia de los Estados Unidos estableció el principio “vida, libertad y búsqueda de la felicidad”, el padre fundador estadounidense Patrick Henry (famoso por su desafiante declaración: “¡Dadme libertad o dadme muerte!”) estableció límites éticos: “Los grandes pilares de todo gobierno y de la vida social [son] la virtud, la moralidad y la religión” (“Carta a Archibald Blair”, 8 de enero de 1799).
El comportamiento humano debe ser gobernado. Las leyes o normas que direccionan una nación, ciudad, equipo, unidad familiar o individuo imponen restricciones legales. Los equipos de fútbol deben respetar los límites y las reglas, que los árbitros hacen cumplir. Se imponen sanciones cuando se violan las reglas.
En el hogar, los padres tienen el derecho y la obligación de restringir la libertad para la protección y el bienestar de sus hijos. El gobierno de una ciudad restringe el movimiento del tráfico en sus calles para la seguridad de sus ciudadanos. Una nación establece leyes para proteger a sus ciudadanos. Sin estas restricciones, habría anarquía. Un comportamiento inmaduro, desatento o abiertamente tonto y poco ético resulta en un enorme daño.
La libertad con restricciones puede parecer una contradicción, ya que es una figura retórica que combina dos ideas mutuamente excluyentes. Pero, en realidad, el concepto de libertad debe incluir restricciones.
Consideremos la perspectiva filosófica. El antiguo filósofo romano Cicerón dijo: “La libertad consiste en poder hacer lo que la ley permite”. El escritor inglés Sir Walter Raleigh dijo: “Los hombres bien gobernados no deberían buscar otra libertad, porque no puede haber mayor libertad que un buen gobierno”. El dramaturgo irlandés George Bernard Shaw dijo: “Libertad significa responsabilidad. Por eso la mayoría de los hombres le temen”. El filósofo estoico Séneca (el Joven) dijo: "Ningún hombre es libre si es esclavo de la carne". Sus declaraciones reconocen que la libertad viene acompañada de restricciones por parte de la ley, el gobierno y la responsabilidad personal.
Consideremos ahora la perspectiva bíblica. La Epístola de Santiago nos dice “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Santiago 2:10-12). ¿La ley de la libertad? ¡Sí! ¡La obediencia a la ley de Dios resulta en libertad! Obedecer la ley contra el asesinato lo libera de las consecuencias del asesinato, lo que también se aplica a las leyes contra el robo, la mentira o el adulterio.
El apóstol Pedro advierte sobre los maestros engañosos y sus falsas doctrinas. “Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció” (2 Pedro 2:19) Falsos maestros prometen libertad usando palabras engañosas (v. 3), pero enseñando un camino que en realidad lleva a la esclavitud a través de las consecuencias de acciones incorrectas (“el camino de la verdad será blasfemado”) (v. 2).
Cuando Jesús comenzó Su ministerio, “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos,” (Lucas 4:17-18).
Todos hemos sido cautivos de las consecuencias de nuestras acciones equivocadas. Pero podemos tener la verdadera libertad proclamada por Jesucristo si lo seguimos. Incluso ahora, en una época en la que la libertad ha sido reemplazada casi por completo por el libertinaje que sólo conduce al sufrimiento, la inestabilidad y la pérdida de la paz mental y la confianza, ¿no es más importante que nunca considerar la libertad que Él ofrece?
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