A mi padre siempre le fascinaron las tormentas. La noticia de que llegaba una lo sacaba a la terracita de la casa, donde se quedaba de pie viéndola formarse en el horizonte. De niño, yo lo acompañaba a veces, con la mirada fija en los nubarrones distantes que se movían, se agitaban y se oscurecían; y me preguntaba qué traerían al acercarse más a nuestra casa.