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Tal como he escrito en el pasado, mi crianza fue "común y corriente", como la de muchos lectores de esta revista. Crecí en el Suroeste de Misuri y durante 19 años fui miembro de una iglesia "tradicional" muy respetable. Mis padres se graduaron de una universidad auspiciada por esa gran organización religiosa. Durante un año o dos fui presidente de mi grupo de religión. Me gradué en la Joplin High School y fui uno de los capitanes del equipo de pista y el corredor estrella de una milla por tres años consecutivos. Me destaqué en fútbol americano y fui campeón de los guantes de oro en boxeo. En la escuela secundaria recibí el grado de primer teniente del Cuerpo de Formación de Oficiales Reservistas. Más tarde fui al Joplin Junior College y fui elegido presidente del Club de Almuerzo, organización dedicada a las discusiones sobre temas cívicos y acontecimientos mundiales.
Sin duda, fui un joven "muy aceptable", un estadounidense típico.
À comienzos de la escuela secundaria, uno de mis amigos más cercanos murió en un combate de lucha libre. La tragedia me motivó a indagar la realidad de Dios y a buscar verdaderas respuestas. Llegué a ver que la auténtica "clave" del cristianismo real era creer y practicar lo que creían y practicaban Jesucristo y sus apóstoles. ¿Qué decían acerca de la posibilidad de ir al Cielo o al infierno? ¿Qué decían sobre el verdadero propósito de la vida? ¿Qué días de culto tanto en la semana como anualmente observaban? ¿Qué dijeron realmente acerca del "fin del mundo", la segunda venida de Cristo y lo que estarían haciendo los verdaderos santos cuando Cristo regrese? ¿Cuál sería nuestra "recompensa"?
Un paso vital para comprender el acertijo del "cristianismo" moderno, que contradice directamente las enseñanzas y prácticas de Cristo y sus apóstoles, es estudiar el modo de vida de la primera y verdadera Madre Iglesia: la Iglesia de Dios en Jerusalén.
El apóstol Pablo escribió lo siguiente a los creyentes en Tesalónica, que en su mayoría eran gentiles: "Vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea" (1 Tesalonicenses 2:14). Casi todos los historiadores reconocen que la primera Iglesia sede estaba en Jerusalén y que esta daba la tónica para las enseñanzas y el modo de vida de los verdaderos cristianos.
Una historia secular respetada sobre este período, fruto de investigaciones exhaustivas, es la monumental obra de Edward Gibbon titulada: La decadencia y caída del Imperio Romano. Hablando de las eras apostólica y posapostólica, Gibbon afirma: "Los primeros quince obispos de Jerusalén fueron judíos circuncidados; y la congregación sobre la cual presidían reunía la ley de Moisés con la doctrina de Cristo. Era natural que la tradición primitiva de una iglesia que se fundó escasos cuarenta días después de la muerte de Cristo y que fue gobernada casi igual número de años bajo la supervisión directa de su apóstol, fuera recibida como la norma de la ortodoxia. Las iglesias distantes apelaban con frecuencia a la autoridad de su venerable Madre".
Debo señalar aquí que "la ley" observada por los primeros cristianos no era la ley de Moisés en su totalidad. Lo que sí observaban los verdaderos cristianos eran los diez mandamientos y los estatutos de Dios que Jesucristo magnificó (Isaías 42:21), revelando su dimensión espiritual, comparados con lo que eran en el Antiguo Testamento. Los verdaderos cristianos no creían que estaban obligados a insistir en los aspectos ceremoniales de la ley de Moisés, ni en la administración física de la ley civil que Dios entregó a Israel. Sin embargo, como aquellos primeros cristianos sí guardaban el sábado, las fiestas anuales de Dios, el diezmo y ciertas restricciones dietéticas (ver Levítico 11), muchos historiadores continúan diciendo, erradamente, que guardaban la "ley de Moisés", poniendo en el mismo plano los mandamientos y estatutos de Dios con los sacrificios de animales y los lavamientos ritualistas. ¡Esto es absolutamente errado y es un engaño!
Lo cierto es que siempre ha habido una "manada pequeña" (Lucas 12:32), de creyentes que guardan las enseñanzas y prácticas de Cristo y los apóstoles. Sin embargo, desde los tiempos apostólicos, estos han sido acosados y perseguidos y han pasado casi inadvertidos por el mundo en general. Cuando los primeros apóstatas se fueron apoderando de las estructuras de la Iglesia y del nombre de "cristiano", el último apóstol que quedaba, escribió por inspiración divina estas palabras sobre uno de aquellos líderes apóstatas: "Yo he escrito a la Iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la Iglesia" (3 Juan 9-10).
Los verdaderos creyentes eran expulsados de las congregaciones locales ¡y ni siquiera Juan, el amigo amado de Cristo entre los apóstoles, estaba seguro de poder rectificar la situación!
Siglos más tarde, la mayoría de las personas siguen confundidas respecto de la verdadera religión de Jesucristo. Los que se declaran cristianos están divididos en cientos de sectas rivales. ¡Muy pocos entienden la forma original del cristianismo que Cristo y sus apóstoles enseñaron y vivieron! El mundo "cristiano" se ha estructurado sobre arena movediza. Su sistema moral es impotente sin el fundamento seguro de la ley divina. Cada vez más son seculares las fuerzas que dictan sus normas de conducta, antes era prerrogativa de los líderes religiosos.
Hoy vemos el espectáculo de pervertidos ocupando cada vez más puestos clave en los gobiernos, en la educación ¡e incluso en algunas de las iglesias tradicionales! ¡Vemos las estadísticas horripilantes de millones de niños sin nacer sacados del vientre materno por succión y con el cráneo fracturado! Vemos una civilización que realmente se está destrozando. Somos una sociedad que pronto será castigada directamente por el gran Dios que nos da la vida y el aliento.
¿Por qué? En gran medida porque nuestros pueblos han creído por engaño en "otro Jesús"; porque nuestros pueblos realmente han perdido el contacto con el Dios verdadero y su camino de vida revelado.
Jesús dijo: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mateo 7:21-23).
¿Maldad?
¡Sí! La religión que tomó el nombre de cristianismo adoptó los conceptos y prácticas de la religión babilónica de los misterios, ¡infringiendo directamente la ley de Dios! En 2 Tesalonicenses 2:7, el apóstol Pablo se refirió a esto como el "misterio de la iniquidad". Este sistema de culto falso se instituyó en lugar del camino de vida sencillo que Jesús y los apóstoles habían enseñado. El camino de vida de Jesús se basaba en la obediencia a los diez mandamientos, con la ayuda del Espíritu Santo que se recibe y mora en cada persona luego del arrepentimiento y el bautismo.
Los que somos parte de esta obra del Dios viviente enseñamos y practicamos, con la ayuda de Dios, el mismo "camino de vida" básico que enseñaron Cristo y sus apóstoles. Uno de nuestros lemas fundamentales es: "¡Restaurar el cristianismo original!"
Si usted desea aprender más sobre este regreso al cristianismo "original" y todo lo que encierra, no deje de escribir o llamarnos a la dirección más cercana de las oficinas regionales que aparecen en la página 2 de esta revista. Además le ofrecemos gratuitamente nuestro esclarecedor folleto: Restauración del cristianismo original.