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Pregunta: En tanto que la vida eterna es un regalo de Dios, mediante el Espíritu Santo, ¿qué papel juegan las "buenas obras" en la vida de un cristiano?
Respuesta: Mediante nuestra propia "justicia" y nuestras "buenas obras" no podemos persuadir a Dios para que nos conceda la vida eterna.
La Biblia nos recuerda: "Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento" (Isaías 64:6). Todos necesitamos salvación, "por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23).
Quienes dan por un hecho que están cumpliendo con la letra de la ley, y con esto ganarán la vida eterna, deberían tener en cuenta que todavía no han tropezado con todas las pruebas o tentaciones de Satanás. Antes de su conversión, Saulo creía que estaba obedeciendo perfectamente a Dios: "Nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne. Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene también de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible" (Filipenses 3:3-6). Saulo creía que era justo ante los ojos de Dios, hasta que el Cristo resucitado y glorificado lo derribó en el camino hacia Damasco (Hechos 9-4).
Sin embargo, guardar los mandamientos es esencial. Cuando un joven rico le preguntó a Jesús: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" (Marcos 10:17), Jesucristo primero lo respondió, diciéndole que ninguno es "bueno", sino solo Dios, luego procedió a recordarle los mandamientos de Dios (vs. 18-19), de los cuales le mencionó seis; pero no le mencionó el primero: "No tendrás dioses ajenos delante de mí" (Éxodo 20:3). Cuando el joven afirmó que había guardado fielmente los mandamientos, Cristo le dijo: "Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes… y ven, sígueme, tomando tu cruz" (v. 21); el joven rico "se fue triste, porque tenía muchas posesiones" (v. 22). Jesús, de inmediato se dio cuenta de lo que le faltaba: El joven estaba infringiendo el primer mandamiento de la ley de Dios. La Palabra de Dios enseña que el amor al dinero es idolatría (Efesios 5:5).
Por medio del Espíritu Santo en nosotros, el cual escribe las leyes de Dios en nuestra mente y en nuestro corazón (Hebreos 10:16; 2 Corintios 3:3), seremos salvos: "El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Juan 14:26). Recibimos el Espíritu Santo después de nuestro arrepentimiento y bautismo: "Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare" (Hechos 2:38-39).
Los verdaderos cristianos estamos en proceso de "salvación" (1 Corintios 1:18; 2 Corintios 2:15). Pero nos toca a nosotros concluir ese proceso: "El que persevere hasta el fin, este será salvo" (Mateo 24:13).
Enfrentar la "fe" contra las "obras" es un grave error. Veamos la Palabra inspirada: "Alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras" (Santiago 2:18). El don divino del Espíritu Santo en nosotros, es lo que nos transmite el poder para perseverar hasta el fin en la obediencia a los diez mandamientos. Con todo, Dios puede quitarnos el Espíritu Santo si intencionalmente lo rechazamos y decidimos abandonar el camino de justicia (Hebreos 6:4-6). Hasta el antiguo rey David sabía la importancia del Espíritu de Dios, y le pidió a Dios que no le quitara el Espíritu Santo (Salmos 51:11). Debemos tener cuidado de no "apagar" el Espíritu que Dios nos ha dado (1 Tesalonicenses 5:19).
Quienes en la actualidad creemos en Dios y en sus promesas, inevitablemente tenemos que luchar por obedecer sus leyes, y el Espíritu Santo en nosotros, ese regalo inmerecido de Dios el Padre, nos ayudará a practicar y obedecer cada día más esas leyes. En tanto que obedecemos, con la ayuda del Espíritu, iremos venciendo cada vez más nuestros errores y creceremos en gracia y conocimiento (2 Pedro 3:18). Debemos usar el don del Espíritu Santo, cuya práctica se hará manifiesta por nuestras obras… ¡o lo perderemos!