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Entre las personas que leen nuestras publicaciones muchas viven en vecindarios estables y seguros, y algunas han ocupado la misma casa por decenios. Viven en la misma residencia, envían a sus hijos a los mismos colegios, conocen y confían en sus vecinos y hasta tienen la estabilidad económica que les permite ir pagando su casa. Para muchas otras no es así.
Actualmente vemos migraciones masivas, gente que recoge lo que pueda cargar y huye de conflictos violentos, o emprende camino en busca de una vida mejor. Ocurre en el Oriente Medio y en África, lo mismo que en Centro y Sudamérica. Millones huyeron de Siria, no por odio a su patria sino simplemente para sobrevivir. Aunque las circunstancias varían, vemos migraciones masivas de gente que abandona Venezuela. La gente ama su patria y su casa. Ama su país y su cultura, sus costumbres, su comida y sus maneras de vivir. Difícilmente podemos imaginar lo que se siente, y sentir compasión por quienes se ven en la obligación de desarraigarse de todo lo que conocen para ir tras una vida nueva, lejos de los suyos. Nos cuesta entender lo que deben estar viviendo y sintiendo.
Nos cuesta imaginar también que residentes de Norteamérica, Europa, Australia, Nueva Zelanda y otros países; que ahora gozan de gran estabilidad, podrían verse en la misma situación algún día. ¿Qué se sentirá al perder todo lo que nos hemos esforzado por alcanzar y emprender viaje hacia un destino desconocido?
Las migraciones y deportaciones masivas no son nada nuevo. Poco antes de la Segunda Guerra Mundial millares de judíos y otros grupos empacaron sus cosas y salieron de Europa, antes de que se cerraran las vías de escape. Quienes quedaron atrás fueron atrapados en el medio infernal del Holocausto. En los años de la Gran Depresión y el tazón de polvo en los Estados Unidos, muchos residentes de Oklahoma perdieron sus granjas y hogares y tuvieron que empezar de nuevo en el valle Central de California. A comienzos del siglo veinte, mucha gente huyó de Rusia por causa de la Revolución.
La mayor parte de quienes se declaran cristianos están lejos de comprender realmente la Biblia y la historia de los pueblos israelitas. Los judíos eran solo una pequeña parte de lo que se conoció como la nación de Israel, aunque está claro en la Biblia para
quien desee leerlo. Después de la muerte del rey Salomón, su hijo Roboam causó tanto disgusto a las diez tribus del Norte, que estas lo rechazaron como rey y se separaron para formar otra nación, la cual conservó el nombre de la casa de Israel. Se quedaron judíos, benjamitas y levitas; quienes formaron la casa de Judá, leales al trono de David y con su capital en Jerusalén. Todos estos son hechos históricos (1 Reyes 12) y tienen algo que ver con nuestro mundo actual.
Una de las grandes migraciones forzosas en la historia ocurrió en el siglo octavo antes de Cristo, cuando el Imperio Asirio derrotó a las diez tribus del Norte y trasladó la población a una región entre los mares Negro y Caspio. Transcurridos más de cien años, los judíos también fueron vencidos, esta vez por los caldeos, que los llevaron cautivos a Babilonia. Para los estadounidenses y demás pueblos descendientes de los británicos, es difícil imaginarse lo que es salir vencidos en un campo de batalla y caer en cautiverio, ¡pero la profecía bíblica declara que así ocurrirá!
¿Pensar que no puede ocurrir? Los Estados Unidos siguen siendo faro de esperanza y la Tierra prometida para millones que buscan una vida más segura y prosperidad, pero bajo la superficie no todo anda bien. Pensemos en el estado de división de ese país y en su deuda que asciende a $22 billones de dólares [trillones en EUA]. Parece un país deseable por el momento. Pero, ¿acaso puede tenerse en pie una casa tan dividida contra sí misma? ¿Cuánto tiempo tolerará nuestro Creador la inmundicia de su desenfreno moral? Y, ¿cuánto tiempo va a tolerar la muerte de millones de niños inocentes antes y después de nacer?
La casa de Judá se convirtió en el pueblo que hoy conocemos como los judíos, pero, ¿qué fue de la antigua casa de Israel, situada al norte de ellos? Esa parte de los descendientes de Abraham se conoce también como “las diez tribus perdidas”, porque los historiadores, en su mayoría, ignoran su paradero. ¿Estarán perdidas en realidad?
Hacia el final de la era vemos que ciertamente no lo están, y la Biblia las describe como pueblos claramente distintos de los judíos. El profeta Ezequiel habla de un tiempo futuro en el que tanto Israel como Judá, representados por dos “leños”, se reunirán y dejarán de estar divididos (Ezequiel 37:15-24, RV 1995). ¿Cómo sería posible si uno de esos “leños” hubiera dejado de existir?
En ese tiempo futuro, el antiguo rey David resucitará como rey sobre la totalidad de las doce tribus de Israel, y sobre cada una de ellas gobernará uno de los doce apóstoles de Jesucristo (Ezequiel 34:23-24; 37:24; Mateo 19:28). ¿Por qué se desatiende semejante mensaje en las iglesias llamadas cristianas?
Si los judíos e Israel son dos grupos distintos, y si ambos existen al final de la era, una persona con discernimiento debería preguntarse: “¿Quiénes forman esas tribus perdidas? ¿Es posible encontrarlas?” Las respuestas deben interesar a toda persona que nos lee.
Leemos en la Biblia profecías sobre Jerusalén y Damasco en el tiempo del fin. También hay profecías que hablan de Egipto, Etiopía y Libia… naciones eclipsadas por China, Rusia y la India. Si la Biblia tiene importancia en todas las épocas, ¿por qué no haría referencias a los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania? La respuesta es que sí hace referencia a estas naciones, pero no con sus nombres actuales.
Unas profecías se aplican a regiones de la Tierra, como la que habla de un ejército de 200 millones que viene del Oriente y atraviesa el río Éufrates (Apocalipsis 9:13-16). Es interesante señalar que esa es la única región de la Tierra capaz de reunir semejante ejército en poco tiempo.
Otras profecías son más definidas y se aplican a naciones donde residen muchos de nuestros lectores, pero son naciones que se mencionan por sus nombres antiguos. La identidad de las naciones actuales ofrece la clave para comprender las profecías bíblicas sobre el tiempo del fin, profecías que muestran un cuadro nada halagüeño de nuestros tiempos, por lo menos a corto plazo. Nuestras naciones occidentales han rechazado al Creador y el Creador nos rechazará a nosotros: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (Oseas 4:6).
Una de nuestras publicaciones más importantes que ofrecemos es el folleto: Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía. Le ofrecemos gratuitamente este recurso, que le abrirá todo un mundo de comprensión. Otro recurso es un artículo crucial que se puede solicitar y que revela la identidad de otra importante nación: ¿Un cuarto Reich? ¿Cuál es el futuro de Alemania? Los antiguos asirios, actuales alemanes, están surgiendo de nuevo y los Estados Unidos están motivándolos al insistir que aumenten sus gastos en defensa. Tal parece que no se ha aprendido la lección de dos guerras mundiales.
Comprendo que suena extravagante decir que los Estados Unidos y los pueblos de ascendencia británica serán conquistados y llevados de sus cómodas casas a una condición de esclavitud, pero así ocurrirá. Cuando ocurra recuerde que usted lo leyó aquí. Nos esperan sucesos sorprendentes en los próximos años, sucesos que impulsarán al mundo hacia los momentos culminantes de nuestra era.
La persecución religiosa, algo impensable hace tres decenios, es ahora una realidad en los Estados Unidos, Canadá, Australia y partes de Europa. Los valores morales que fueron antaño el fundamento de estas civilizaciones se están desechando a la velocidad de un rayo. El mundo se está hundiendo en el caos, tanto moral como geopolítico. Como dice Robert Kagan en The Jungle Grows Back: America and Our Imperiled World: “Hemos olvidado que cuando las cosas empiezan a marchar mal, pueden marchar muy mal muy rápidamente; y que una vez descompuesto el orden mundial, los peores defectos de la humanidad emergen de debajo de las rocas, y corren desenfrenados” (pág. 24).
Preparémonos para tiempos difíciles. Aislarnos del mundo en una cabaña lejana no nos salvará. Continuar supuestamente “sirviendo a Dios” con cómodas prácticas paganas será un error fatal. Nuestros pueblos deben arrepentirse de rechazar a nuestro Creador, de haberle faltado en todo, de pretender rehacerlo a nuestra propia imagen. El mundo que conocemos toca a su fin. Exactamente cuándo, no lo sabría decir, pero la escritura está en la pared. Aún faltan por suceder muchas cosas para que se cumplan las profecías del tiempo del fin, pero en el camino habrá sorpresas para muchos, y cuando llegue el fin, será de repente. [MM]