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Hace muchos siglos, cuando los judíos que se hallaban cautivos en Babilonia, fueron liberados luego de la caída del Imperio a manos de Ciro de Persia, se les ayudó para regresar a Jerusalén. Pero muchos no regresaron y prefirieron dispersarse por las regiones del Imperio Medopersa bajo el rey Asuero. Un varón judío de nombre Mardoqueo, recibió en su casa a la huérfana de un tío suyo, llamada Ester. Mardoqueo era un hombre amable y reflexivo, y crio a Ester como a su propia hija, quien llegó a ser una mujer hermosa que, por una serie de hechos notables, fue llevada delante del Rey.
Cuando la joven Ester se presentó ante el Rey, Asuero gobernaba sobre 127 provincias que se extendían desde la India hasta Etiopía. Como mujer judía humilde, probablemente nunca pensó que un día llegaría a ser la posible esposa del rey persa. Quizá ni siquiera deseó semejante cosa… pero el Rey se prendó de ella: “El Rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y halló ella gracia y benevolencia delante de él más que todas las demás vírgenes; y puso la corona real en su cabeza, y la hizo reina en lugar de Vasti. Hizo luego el Rey un gran banquete a todos sus príncipes y siervos, el banquete de Ester; y disminuyó tributos a las provincias, e hizo y dio mercedes conforme a la generosidad real” (Ester 2:17-18).
La historia de Ester estuvo a punto de terminar en tragedia. Llegó el día cuando un individuo de nombre Amán, malévolo asesor del rey Asuero, lo persuadió para que hiciera matar a todos los judíos que vivían en todo lugar de su Reino. Ester se vio ante una alternativa casi imposible: ¿Debía guardar silencio, ocultar su propia identidad como judía y no hacer ningún esfuerzo por impedir la matanza de su pueblo? ¿O debía acudir al Rey sin invitación, acto que, según la ley, podía ser causal de su propia muerte? Mardoqueo le dio a Ester un consejo que sigue siendo un reto para nosotros: “No pienses que escaparás en la casa del Rey más que cualquier otro judío. Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al Reino?” (Ester 4:13-14).
En otras palabras, le estaba diciendo: Si no actúas tú, ¿quién lo hará? Dios se valdrá de alguien, pero eres tú la que está en la mejor posición para salvar a tu pueblo.
Cuando comenzamos a aprender la diferencia entre el bien y el mal, el efecto de ese conocimiento se hace sentir. Puede llegar el día cuando alguien haga algo notoriamente malo delante de nosotros, algo que no solo choca con uno de los mandamientos de Dios, sino que hace mal a otro. Si mi amigo Juan roba dinero de la cartera de mi amigo Pedro, hay un impacto, un daño. Y yo me veo en una encrucijada de conciencia. ¿Se lo hago saber a Juan, intentado corregir la situación? Si no lo hago yo, ¿quién lo hará? Tarde o temprano se sabrá la verdad, pero si yo no pongo la cara y digo algo, habré menoscabado mi carácter. Este es el mensaje de Santiago 4:17: “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”.
El 30 de abril del 2019, los estudiantes de la Universidad de Carolina del Norte, en la ciudad de Charlotte, terminaban sus últimos cursos del semestre de primavera, cuando un hombre armado comenzó a disparar en un salón de clases. Hirió a cuatro estudiantes y dos murieron. Pero lo que se destaca de tan trágico episodio, es que podría haber sido mucho más trágico si no fuera por la valerosa acción de Riley Howell, un joven de 21 años, que embistió al agresor dando a la policía la oportunidad de prenderlo y arrestarlo. Riley murió a tiros, pero salvó muchas vidas.
No interpreten mal lo que digo. No es que debamos buscar la oportunidad de encontrarnos ante la muerte, y los cristianos no debemos meternos en protestas políticas ni otros intentos similares por salvar al mundo, cosa que solamente Jesucristo puede hacer (ver 2 Corintios 5:20). Sin embargo, nuestras acciones, o falta de acción, afectarán a otras personas. Hacer lo correcto puede ser ponerse en pie para defender a alguien que está siendo calumniado, o quizá sacrificar algo de tiempo para ayudar a un vecino necesitado. Y a menudo se reduce al mismo principio: Si no eres tú, entonces ¿quién? ¿Quién hablará para callar los rumores? ¿Quién se tomará el trabajo de dar una mano de ayuda?
A veces, nuestras decisiones se toman en privado, y nadie sabe lo que hicimos o dejamos de hacer; pero no siempre. Unos investigadores han identificado lo que llaman el “efecto mirón”, que disuade a la gente impidiendo que haga lo que debe hacerse. En 1964, una mujer joven de nombre Kitty Genovese fue asesinada frente a su apartamento en el distrito de Queens, en la ciudad de Nueva York. El diario New York Times informó que 38 personas vieron u oyeron el asesinato, pero ninguna vino en su ayuda ni llamó siquiera a la policía. Aunque más tarde se encontró que el artículo estaba equivocado en cuanto al número y las acciones de los que se dieron cuenta, el horripilante caso demostró que la mayoría de las personas no encuentran el valor para dar un paso adelante y ayudar, si creen que hay otras personas metidas o conscientes del problema.
La autora Catherine A. Sanderson, se refiere a un famoso estudio del fenómeno en su libro: Por qué actuamos, publicado en el 2020: “John Darley de la Universidad de Nueva York, y Bibb Latané de la Universidad de Columbia, simularon una emergencia en un entorno experimental a fin de evaluar cómo la presencia de otras personas influiría en las reacciones de los participantes” (págs. 26-27). Encontraron que el 85 por ciento intentaron ayudar a otro participante que sufría un aparente ataque de convulsión si creían ser los únicos que podían ayudar. En cambio, solo el 31 por ciento ofrecieron ayuda cuando pensaban que otros se habían dado cuenta de las convulsiones y la necesidad de ayuda. Ese efecto mirón o pereza social se observa en niños lo mismo que en adultos, según la explicación dada por Sanderson de estudios sobre este tema.
En la Biblia vemos un ejemplo de lo anterior cuando leemos sobre Goliat. Goliat era un guerrero formidable: “Todos los varones de Israel que veían aquel hombre huían de su presencia, y tenían gran temor” (1 Samuel 17:24). Lo que hace tan heroicas las acciones de David es que superó el efecto mirón. Reconoció el peligro que suponía Goliat para él, pero aun así se presentó a responder al desafío. Si no lo hubiera hecho él, entonces ¿quién?
Todos pasamos por momentos que nos piden reunir el valor para hacer lo que sabemos que se debe hacer. Quizá nuestro empleador descubra que lo decíamos en serio cuando dijimos en nuestra entrevista que no trabajaríamos en sábado. ¿Quién será un ejemplo de persona temerosa de Dios? Claro, Dios podría traer a alguien más, pero ¿y tú? ¿Serás tú ese ejemplo?
Este es el desafío que tuvo la reina Ester. Mardoqueo le dijo: “No pienses que escaparás en la casa del Rey más que cualquier otro judío. Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al Reino?” (Ester 4:13-14).
Dios puede cumplir sus propósitos por algún otro medio, y lo hará si tú no das la cara. Pero, ¿por qué no tú?