La familia de hoy y del mañana - La experiencia no es la mejor maestra | El Mundo de Mañana

La familia de hoy y del mañana - La experiencia no es la mejor maestra

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Está muy generalizada la idea de que la experiencia es la mejor maestra. No hay duda de que la experiencia tiene su valor. Desde el momento en que nacemos, lo que sucede en nosotros y alrededor de nosotros va estableciendo nuestro sentido de la realidad. Entonces la experiencia viene a ser nuestra maestra… y como tal, es muy eficaz. Sumada al medio y a nuestra composición genética, la experiencia forma el lente por el cual vemos el mundo. Pero si aprendemos únicamente por la experiencia, estaremos destinados a llevar una vida muy dolorosa.

Esto lo vemos reflejado en las Escrituras. Josué reunió a los hijos de Israel en Siquem poco antes de morir, y recordó a los líderes lo que habían vivido cuando Dios los sacaba de la esclavitud en Egipto: “Saqué a vuestros padres de Egipto; y cuando llegaron al mar, los egipcios siguieron a vuestros padres hasta el mar Rojo con carros y caballería. Y cuando ellos clamaron al Eterno, Él puso oscuridad entre vosotros y los egipcios, e hizo venir sobre ellos el mar, el cual los cubrió; y vuestros ojos vieron lo que hice en Egipto. Después estuvisteis muchos días en el desierto” (Josué 24:6-7).

La fidelidad de la generación de Josué puede atribuirse, al menos en parte, a lo que vieron y oyeron cuando salieron de Egipto. Habían visto la mano de Dios quebrantando el orgullo de Egipto a fuerza de plagas. Habían caminado entre el mar Rojo sin mojarse los pies, mientras Dios detenía las aguas a su derecha y a su izquierda. Y habían visto brotar de una roca agua, con la cual Dios apagó su sed en una tierra árida. Pero la experiencia de sus padres también incluía resistencia a las instrucciones de Dios, rebeldía e incluso idolatría rampante. La consecuencia de estas experiencias fue, para sus padres, morir en el desierto sin jamás pisar la tierra que Dios había ofrecido darles.

¿Cuál era la promesa de Dios para los israelitas? ¿Acaso quería verlos cosechar el fruto amargo de sus experiencias? A Moisés le expresó lo siguiente: “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deuteronomio 5:29).

¿Acaso tenía Dios la intención de que aprendieran cometiendo todos los errores posibles? De ninguna manera. Prosiguió: “Mirad, pues, que hagáis como el Eterno vuestro Dios os ha mandado; no os apartéis a diestra ni a siniestra” (v. 32).

De vuelta al principio

Dios le dio al primer hombre, Adán, la capacidad de aprender por la experiencia. Pero esperaba que Adán aprendiera también por la instrucción. “Tomó, pues, el Eterno Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó el Eterno Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:15-17).

Los seres humanos también aprenden por la experiencia de desobedecer las instrucciones de Dios, como vemos lo que ocurrió cuando Satanás tentó y engaño a Eva, diciendo: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4-5). ¿Cuál fue la experiencia de Eva al comienzo? “Vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (v. 6).

Según su apariencia, el fruto era bueno, aunque Dios había dado orden de no comerlo. Con todo, decidieron experimentar porque pusieron en duda la instrucción de Dios. Pero cuando se reveló todo el peso de su decisión, Adán y Eva aprendieron claramente que las instrucciones de Dios eran acertadas.

Entonces, ¿es la experiencia la mejor maestra? No. Debe ser parte del proceso de nuestro aprendizaje y de nuestros hijos, debemos aprender por lo que vivimos y por lo que viven otros. Pero, además, algo de vital importancia es cómo debemos recibir la instrucción. Al comienzo del libro de los Proverbios leemos lo siguiente:

“Los proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel. Para entender sabiduría y doctrina, para conocer razones prudentes, para recibir el consejo de prudencia, justicia, juicio y equidad; para dar sagacidad a los simples, y a los jóvenes inteligencia y cordura. Oirá el sabio, y aumentará el saber, y el entendido adquirirá consejo, para entender proverbio y declaración, palabras de sabios, y sus dichos profundos. El principio de la sabiduría es el temor del Eterno; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Proverbios 1:1-7).

En la Biblia aparece un tema constante: el conocimiento, la comprensión y la prudencia; se adquieren por medio de la instrucción. Y la base del conocimiento correcto es el temor de Dios, y la deferencia por su revelación. Si somos sabios, miraremos las cosas que experimentamos con el lente de las instrucciones de Dios.

Instrucción más experiencia

¿Cómo se aplica lo anterior al mandato que tenemos, de enseñar y formar a nuestros hijos?

Cuando Dios hubo sacado de Egipto a los hijos de Israel, les mandó conmemorar los hechos que acababan de presenciar y vivir. Y esa experiencia iba de la mano con sus instrucciones, en este caso, instrucciones que habían de transmitir a sus hijos: “Lo contarás en aquel día a tu hijo, diciendo: Se hace esto con motivo de lo que el Eterno hizo conmigo cuando me sacó de Egipto. Y te será como una señal sobre tu mano, y como un memorial delante de tus ojos, para que la ley del Eterno esté en tu boca; por cuanto con mano fuerte te sacó el Eterno de Egipto” (Éxodo 13:8-9).

Dios enseñó a los hijos de Israel el significado de lo que ellos y sus antepasados habían vivido. Esta es una modalidad que debemos adoptar nosotros. Padres, dediquen tiempo a hablar con sus hijos de lo que han vivido cada día. Resalten lo bueno, y expliquen por qué lo malo es malo. Además, la instrucción impartida con anticipación les ayuda a evitar experiencias dolorosas, que pueden marcarlos por el resto de la vida.

En el libro del Deuteronomio leemos que Dios mandó a los israelitas instruir a los hijos en sus caminos:

“¿Qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está el Eterno nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros? Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos” (Deuteronomio 4:7-9).

Desde los días de Adán, la humanidad ha insistido en aprender por el ensayo y el error, mediante la experiencia, dejando de lado la instrucción divina. Todos debemos aprender que necesitamos más que la experiencia. Para tener éxito en la vida necesitamos las instrucciones de Dios. Y podemos trabajar con nuestros hijos de la misma manera, sumando la instrucción divina a las experiencias de ellos.

La experiencia no es la mejor maestra. Sin embargo, reforzada con la Palabra de Dios, puede ser una muy eficaz. 

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