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El verano pasado tuve el privilegio de prestar mis servicios con el personal de sóftbol en un campamento juvenil de la Iglesia de Dios. Un tema principal que enseñamos a nuestros jóvenes es la importancia de hacer todas las cosas decentemente, en orden, sin confusión y en paz (1 Corintios 14:33, 40). También inculcamos muchos valores provenientes de la Biblia. Uno de los principios bíblicos que surgió varias veces este año, no solamente en relación con el sóftbol sino también con el baloncesto y otras lecciones, fue el que a veces se llama la Regla de Oro.
La Regla de Oro viene de las palabras de Jesús en el Sermón del Monte: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12; ver también Lucas 6:31). Es un principio capaz de transformar al mundo. ¡Un principio que necesitamos más urgentemente que nunca! Jesús, como siempre, lo expresó de la mejor manera.
Es de particular interés ver la manera como Jesús resumió gran parte del Antiguo Testamento en este principio. Otros también lo hicieron. Por ejemplo, el apóstol Pablo lo expresó de manera similar: “Toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5:14). Quienes no conocen muy bien la Biblia no saben que Pablo, al igual que Jesús, estaba citando una enseñanza esencial del Antiguo Testamento: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo el Eterno” (Levítico 19:18).
La Regla de Oro me recuerda a mi abuela, quien me regaló un pequeño adorno de pared de estilo antiguo que traía las palabras: “La Regla de Oro”, y debajo de ellas: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten a vosotros”. Lo guardo como precioso recuerdo tanto de la enseñanza de Jesús como de mi abuela, una señora dulce y generosa; y al mismo tiempo “llena de energía y vinagre”, como decía ella. Para quien nadie era un extraño. Excelente ejemplo de una vida que procuraba ser fiel a la Regla de Oro.
Los discípulos de Jesucristo debemos esforzarnos por mantener la Regla de Oro, muy bien centrada en nuestro modo de pensar y no reducirla a simple perogrullada. Este peligro se evita con un esfuerzo concienzudo de nuestra parte.
El principio de la Regla de Oro, lejos de ser una bobería, es una norma sumamente práctica que podemos aplicar en casi todas nuestras interacciones y relaciones, como nos lo recuerdan varios pasajes del Antiguo Testamento. El siguiente ejemplo, algo largo, merece cuidadosa atención:
“Si vieres extraviado el buey de tu hermano, o su cordero, no le negarás tu ayuda; lo volverás a tu hermano. Y si tu hermano no fuere tu vecino, o no lo conocieres, lo recogerás en tu casa, y estará contigo hasta que tu hermano lo busque, y se lo devolverás. Así harás con su asno, así harás también con su vestido, y lo mismo harás con toda cosa de tu hermano que se le perdiere y tú la hallares; no podrás negarle tu ayuda. Si vieres el asno de tu hermano, o su buey, caído en el camino, no te apartarás de él; le ayudarás a levantarlo” (Deuteronomio 22:1-4).
Este pasaje nos recuerda que la Regla de Oro no es una simple bobería, sino parte de un conjunto práctico de estatutos que Dios transmitió a la antigua Israel, y que les enseñaba el principio esencial de ayudar activamente a nuestro prójimo… lo mismo que Jesucristo enseñaría con la Regla de Oro muchos siglos después.
Fueron muchas las alegrías que tuve al enseñar la Regla de Oro, junto con otros valores bíblicos, a los jóvenes en el campamento de verano. Y al enseñarla, también recibí el beneficio de recordar siempre una de las enseñanzas más sencillas y notorias de Jesucristo. Con tanta agitación que reina entre personas y naciones, el mundo haría bien en escuchar las sencillas instrucciones de Jesús… y en especial, su Regla de Oro.