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Cada año, especialmente durante la "temporada de la gripe", millones de personas sufren una serie de enfermedades como resfriados, influenza y diversas infecciones respiratorias, que se pueden prevenir. La mayoría de estas enfermedades se consideran "comunes" y no son tan impactantes como los brotes inusuales de enfermedades en años pasados como el SARS o la gripe porcina, sin mencionar las continuas luchas con la MRSA y en este momento, la pandemia del coronavirus, que continúa dando forma a la política y a la respuesta global.
Sin embargo, desde el rinovirus común (resfriado) hasta la COVID-19 (el brote actual), la mayoría de estas afecciones contagiosas tienen algo en común, y es que su propagación puede controlarse mediante varios principios simples. Curiosamente, estos principios, aunque han sido recomendados en todo el mundo por las organizaciones de salud durante brotes grandes o pequeñas, se pueden encontrar en una antigua fuente de sabiduría práctica, la Biblia.
En el libro de Levítico, Dios instruyó a su pueblo por medio de Moisés sobre los métodos apropiados, en ese momento, para contener y controlar la propagación de infecciones como lo es la cuarentena o el aislamiento (Levítico 13:3–8). Mucho antes del estudio de la epidemiología, sin mencionar el descubrimiento de microorganismos y virus como agentes de enfermedades, Dios le dio a Su pueblo escogido pautas preventivas específicas, y al mismo tiempo le prometió protección general si respetaban y obedecían Sus leyes.
Otro principio era simplemente mantener una buena higiene, incluyendo numerosas instrucciones para que las personas enterraran sus desechos, se lavaran después del contacto con fluidos corporales, cadáveres u otras fuentes inevitables de impureza, y evitaran consumir animales declarados inmundos por la Palabra de Dios. Una vez más, estas simples medidas higiénicas contribuyeron en gran medida a crear una sociedad con un enfoque proactivo respecto a la salud pública.
Compare eso con el mundo globalizado de hoy, donde a pesar de nuestro vasto conocimiento médico y la conciencia pública de la enfermedad, luchamos por contener la propagación del contagio y no podemos hacer que todos sigan las medidas más simples. Abundan los chistes de cómo la gente recuerda de repente que existía el jabón de manos. Aunque este tipo de humor es exagerado, aun así, muestra cuán descuidada es la higiene de algunas personas.
No tenemos suficiente información y aunque la causa exacta del virus sigue siendo desconocida, se sospecha que la raíz de la actual pandemia es el consumo de animales que la Biblia clasifica como "inmundos". Ingerir estos animales permite que un patógeno causante de la enfermedad (zoonosis) ingrese a la población humana que de otro modo solo habría permanecido en sus animales anfitriones.
La presión económica de la vida moderna muchas veces se interpone evitando la prevención de contagios, como escribió un escritor para El Mundo de Mañana hace algunos años bajo circunstancias similares:
Los principios de salud para el bien de la sociedad están en la Biblia. Algunos de ellos han sido redescubiertos por la ciencia en nuestros días, pero siguen siendo ignorados. Si una persona tiene un resfriado o un virus intestinal, su empleador, en muchos casos, espera que venga a trabajar, incluso si infecta a cientos de clientes ("Cómo prevenir enfermedades y muertes", Carl Ponder, 15 de marzo de 2007).
A medida que los gobiernos mundiales se apresuran a emitir advertencias, consejos, prohibiciones de viaje, cierres masivos y cuarentenas, parece que la humanidad está tomando medidas cuando la situación ya está fuera de control.
Pero, aparte de la buena higiene y la cuarentena, ¿cuál es el principio definitivo y más importante de la salud pública? También puede encontrarlo en la Biblia: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22:37-39).
Cuánto podríamos beneficiarnos de guardar estos mandamientos, en vez de solo enfocarnos en a nosotros mismos. Muy a menudo, vemos un mundo en confusión e ignorancia, donde una vez que el "tigre está fuera de la jaula", las poblaciones mundiales entran en pánico y las instituciones de salud mundial se esfuerzan por mantenerse al día, luchando una batalla cuesta arriba contra un enemigo microscópico que se extiende rápidamente.
La enfermedad siempre estará con nosotros, incluso hasta el regreso de Jesucristo, pero si usted practica actúa con responsabilidad hacia su prójimo, así como por su propia salud y bienestar, los principios más simples pueden ser mucho más fáciles de seguir, y extremadamente efectivos.
Dios dijo que la pestilencia sería un problema generalizado al final de la era (Lucas 21:11), pero también prometió protección más allá de cualquier medida física, sin importar cuán sabia o bien implementada sea (Éxodo 15:26). Preste atención a la palabra de Dios y busque su protección, mientras se esfuerza por proteger su propia salud y la de su prójimo.