Esperanza más allá de la tumba | El Mundo de Mañana

Esperanza más allá de la tumba

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Hace mucho tiempo asistí a un emotivo funeral. Tuvo lugar en un gran cementerio de Pensilvania donde había tumbas que se remontaban al siglo XVIII. El sitio web del cementerio explicaba que la lápida legible más antigua databa de 1764, hace casi 260 años. Caminar por ese viejo cementerio me hizo pensar: Muchas personas han estado en estas tumbas durante más de 200 años, mucho más tiempo del que vivieron.

Los funerales, especialmente los de seres queridos, naturalmente traen a nuestras mentes algunas de las tristes realidades de la vida: cuanto más vivamos, más seres queridos perderemos, a más funerales asistiremos y veremos más tumbas que se cierran. El libro de Eclesiastés nos recuerda las duras realidades de la vida. Aunque es desagradable pensar en estos hechos difíciles, la palabra de Dios nos brinda un consuelo increíble y profundo, siendo uno de los aspectos más reconfortantes la esperanza de que, en algún día real en el futuro, las tumbas se abrirán milagrosamente.

La Biblia describe la muerte como un enemigo que entierra un aguijón, algo que causa dolor (1 Corintios 15:26, 55). Una de las principales causas de ese dolor es la tristeza, a menudo porque la muerte parece permanente y duele saber que ya no podremos ver, abrazar o hablar con un ser querido mientras nuestra vida física continúa día a día. Pocas cosas resultan tan permanentes y conmovedoras como ver cómo bajan a un ser querido a su tumba. En esos momentos, podemos sentir que la muerte es una puerta cerrada con llave, permanentemente cerrada y que nos separa de nuestro ser querido.

Pero la reconfortante verdad es que las tumbas no están cerradas permanentemente. El libro de Apocalipsis registra la inspiradora declaración de Jesús: “No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; más he aquí que vivo por los siglos de los siglos… Tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1:17-18). La Biblia también explica que Jesucristo no sólo posee las llaves para abrir tumbas, sino que también tiene la voz para despertar a quienes duermen en esas tumbas; “No os maravilléis de esto; porque vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida” (Juan 5:28-29).

Dios inspiró al profeta Ezequiel a profetizar sobre uno de los acontecimientos más esperanzadores del futuro: “He aquí yo abro vuestros sepulcros...Y sabréis que yo soy El Eterno, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas” (Ezequiel 37:12-13).

A la gran mayoría de la humanidad se le abrirán sus tumbas en una de dos resurrecciones. Los llamados, escogidos y fieles serán resucitados en la primera y mejor resurrección, que tendrá lugar cuando Cristo regrese al sonido de la séptima trompeta (1 Tesalonicenses 4:16; Hebreos 11:35; Apocalipsis 17:14; 20:4 –6). Mil años después, se abrirán las tumbas de “los demás muertos” (Ezequiel 37:12-13; Apocalipsis 20:5).

El funeral familiar al que asistí recientemente tuvo lugar en un pequeño rincón en la parte trasera del cementerio, un tranquilo y hermoso terreno dedicado exclusivamente al entierro de niños de un año o menores. Todas las tumbas en ese rincón del cementerio eran pequeñas y contenían pequeños ataúdes pertenecientes a aquellos con vidas más pequeñitas. Me reconfortó la esperanza de que algún día todas esas pequeñas tumbas se abrirán, al igual que muchas otras en todo el mundo.

Probablemente haya algún cementerio que sea especial para usted porque contiene las tumbas de familiares y amigos queridos, tumbas que tal vez visite para mantenerlas ordenadas, o para reflexionar, recordar y evocar. La sección del cementerio que contenía niños pequeños era evidente por las flores, los ositos de peluche y otros recuerdos dejados allí por los padres de muchos de esos bebes que continuaron visitando las tumbas de sus hijos años después de su muerte, cada uno de ellos está durmiendo hasta que Cristo los despierte.

Basados en la palabra inquebrantable de Dios, los cristianos deben sentir una profunda esperanza, una intensa anticipación y una creencia sincera de que llegará el día en que Jesucristo abra las tumbas de nuestros amigos, padres, abuelos, hijos, hermanos, y tíos (y tal vez nuestras propias tumbas), permitiendo que todas esas personas despierten, abandonen sus tumbas y vivan de nuevo.          

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