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El otro día vi una calcomanía en el parachoques de un auto que decía: "¡Gracias a Dios, mi madre eligió la vida!" Eso me hizo pensar de inmediato en mi querida madre. Cuando ella tenía 44 años quedó embarazada de mí, y como ya tenía cuatro hijos varones, ahora deseaba tener una niña. Mi madre dijo que siempre supo que algún día tendría una niña.
Cuando fue al médico, él le preguntó si quería ese bebé, probablemente porque ella había tenido un aborto involuntario antes y también por su edad. Mi madre le dijo al médico: “¡Por supuesto que quiero este bebé!”. Debió haber estado pensando: “¡Qué pregunta tan horrible!”. Entonces el médico le dio un medicamento para evitar que abortara, el cual posteriormente se prohibió en los años 70. Se sabe que este medicamento causó infertilidad en muchos de los niños nacidos de las mujeres que lo tomaron, incluyéndome a mí. Si se hubiera sabido en ese momento, estoy segura que ella no lo hubiese tomado. Mi madre estaba haciendo todo lo posible por tenerme y me alegra que lo haya hecho. Dios intervino y le permitió tener a su pequeña niña.
He visto, por experiencia propia, que el amor de una verdadera madre es incondicional. No había nada que mi madre no hubiera hecho o al menos tratado de hacer por mis hermanos y por mí. Tuvimos la gran bendición de tenerla durante 94 años.
Ella oró mucho por todos nosotros. Recuerdo haberla escuchado orar por toda su familia cuando vivió con mi esposo y conmigo. Tuvimos la bendición de cuidar de mi madre y mi padre en sus últimos días.
Extraño todos los buenos momentos que estuvimos juntos trabajando, saliendo de compras, asistiendo a los servicios en la Iglesia y compartiendo nuestra fe juntos. Incluso cuando tuve pruebas y dejé de asistir a la iglesia a los 17 años, ella no se dio por vencida. Ella siguió orando. Volví a los 20 años con más ganas de aprender que antes. Esto me recuerda la escritura en Santiago 5:16: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”.
En sus últimos años, mi madre no podía desenvolverse muy bien, y sentía que ya no servía para nada. Yo le decía que orar por los demás era el trabajo más importante que ella podía hacer; y lo hizo.
En el 2011, tuve que someterme a una cirugía porque me diagnosticaron cáncer de endometrio. Mi madre insistió en estar en el hospital con mi esposo. Todo salió bien con la cirugía y me alegro de que mi madre quiso estar allí, incluso en una silla de ruedas.
A veces pienso que ella vivió todos esos años para asegurarse de que yo estaría bien. Dos semanas antes de morir, estábamos sentados afuera en la terraza, y ella me preguntó si todo estaba bien desde mi cirugía y le dije que sí. El hecho de que ella hiciera esa pregunta fue como un milagro para mí, porque su memoria ya no era buena. Creo que ella sabía que no estaría con nosotros por mucho más tiempo.
El amor de madre es verdaderamente un tipo de amor diferente. ¡Dios Padre y Jesucristo tienen un amor más grande que ese amor! Incluso si usted no tiene ese amor especial de madre en su propia vida, siempre hay viudas y mujeres mayores que a menudo necesitan ayuda o solo necesitan que alguien les preste atención, y también necesitan sus oraciones.
Hay una escritura que a mi madre le fascinaba:
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8).