“Sumisión” no es una palabra que nos deba disgustar | El Mundo de Mañana

“Sumisión” no es una palabra que nos deba disgustar

Díganos lo que piensa de este artículo

¿Ha notado usted que ciertas palabras perfectamente aceptables son mal vistas en nuestra sociedad? Palabras como humilde, manso o servidor evocan emociones negativas en la mente de quienes se han imbuido de los valores carnales del mundo. Sin embargo, Jesucristo dijo que debemos humillarnos (Santiago 4:10) y que los mansos heredarán la Tierra (Mateo 5:5). También dijo que para realmente ser grande hay que aprender a ser siervo (Mateo 20:26).

Las palabras someter, sumisión y sumiso son objeto de desdeño en el mundo moderno. Es claro que Dios difiere… pero ¿y nosotras, las mujeres en la Iglesia de Dios? Especialmente cuando se emplean para describir la relación de una esposa con su marido, ¿qué pasa por nuestra mente? ¿Nos crispamos un poquito al oír esa palabra?

Seamos claras: sumisión no es una palabra mala; es una palabra con un significado muy importante. Someterse es subordinarse a otra persona por deferencia. Es precisamente lo que decía el apóstol Pablo cuando enseñó a los discípulos a que se sometieran unos a otros (Efesios 5:21). Todo el mundo se somete a alguien. Los  negocios se someten a los deseos de sus clientes. Los empleados se someten a sus empleadores. A los cristianos se les manda someterse a las autoridades civiles (Romanos 13:1). Los hijos se someten a sus padres (Efesios 6:1). Los maridos se someten a la autoridad de Cristo, y aun Cristo tiene alguien sobre Él: Dios Padre (1 Corintios 11:3). La sumisión es un concepto universal; gracias a ella podemos trabajar correctamente en equipo. Si no mostramos deferencia a otros, no puede haber paz. ¿Por qué, pues, resulta problemático que una mujer se someta a su marido? ¿Por qué es difícil y aun ofensivo el tema para algunas mujeres cristianas?

Debo confesar que en un principio a mí no me caía nada bien oír sermones sobre el matrimonio en los que se explicaba que la mujer debe someterse al marido. No me crie en la Iglesia y había aprendido que las mujeres pueden hacer lo propio y deben hacerlo. Oír la palabra “someterse” era como oír a alguien raspar un pizarrón con la uña. Para mí, “sumisión” implicaba una relación de tipo amo/esclava, siendo la esposa la esclava que da gusto a su amo en todos sus caprichos. Quizá haya mujeres que todavía lo ven así. En mi caso, yo no entendía cómo ha dispuesto Dios que funcionen las relaciones familiares ni lo que es la sumisión aplicada correctamente.

Escoja bien al capitán de su equipo

En el matrimonio, Dios junta a un hombre y una mujer para que sean un equipo que colabora mutuamente para alcanzar los objetivos familiares. Todo equipo requiere un capitán y Dios ha dispuesto que el capitán del equipo familiar, el jefe de la familia, sea el esposo. Cuando una mujer acepta la propuesta matrimonial de un hombre promete reconocerlo a él como “cabeza” de ella; renuncia al “derecho” de ser cabeza de sí misma. En la ceremonia matrimonial de la Iglesia del Dios Viviente, la esposa promete ante Dios que obedecerá (se someterá) a su marido. Mirado desde esta perspectiva, vemos cuánta atención debe prestar la mujer y cuánto debe orar y sopesar su decisión de elegir a un hombre como su líder. ¿El futuro esposo manifiesta los frutos del Espíritu de Dios (Gálatas 5:22–23)? ¿Pone a Dios en el primer lugar en su vida (Mateo 6:33)? ¿Goza de buena reputación (Eclesiastés 7:1)? ¿Qué visión tiene para el futuro de los dos (Proverbios 29:18)? ¿Puede ella acoger esta visión como propia? Cuanto más tengan en común, más fácil será trabajar en conjunto como un equipo (Amos 3:3). De lo anterior se ve la conveniencia de buscar el consejo de un ministro de Dios antes de tomar una decisión tan importante.

Dicho esto, aun en el mejor de los equipos a veces hay desacuerdos. Todos sabemos por experiencia que cuando dos o más personas se disponen a hacer algo, probablemente habrá dos o más opiniones sobre cómo hacerlo. Ser sumisa no significa que perdamos nuestro derecho de opinar. Si su marido está dispuesto a escuchar, dígale su parecer. Él debe comprender que las mujeres somos una ayuda y que a menudo podemos ofrecer una perspectiva diferente sobre una situación.

Hablar, luego subordinarse

Su esposo puede o no dejarse persuadir por el consejo que usted le da. Y Dios dispone que él tenga la última palabra. Si decide quedarse con su plan original, se espera que la esposa acceda. Esta es la sumisión en acción, tal como Dios la planeó y la dispuso. Una mujer cristiana no debe fastidiar, quejarse, criticar, manipular ni “enfurruñarse” para salirse con la suya.

Para cambiar nuestro modo de reaccionar, lo mismo que para aprender a someternos, hay que comenzar por la mente. Solamente la esposa decidirá si va a obedecer a Dios y mostrar deferencia a su marido. No debe someterse a la fuerza. Dios desea que la mujer tenga un espíritu manso y se someta al liderazgo de su esposo voluntariamente (1 Pedro 3:3–5).

¿Qué hacer si su esposo no pidió consejo y no quiso escuchar su opinión? ¿O si usted está absolutamente convencida de que el plan de él no va a funcionar? ¿Debe, como esposa cristiana, estar de brazos cruzados observando mientras el plan fracasa para poder decir “Te lo dije”? ¿O trabajar en el plan de su esposo a medias porque estuvo en desacuerdo desde el principio? Este es el momento en que una mujer guiada por la voluntad de Dios pone el Espíritu en acción; es aquí donde se manifiesta el verdadero carácter cristiano.

Primero que todo, debemos pedirle a Dios en oración que ayude a que el plan tenga éxito, que le dé a nuestro esposo la sabiduría que necesita para llevarlo a buen término, que muestre bondad con él y que a nosotras nos dé la capacidad de apoyar a la decisión de él y ser una ayuda grande en su ejecución. ¡Luego procedemos a hacer todo lo que podamos por asegurar el éxito (Eclesiastés 9:10)! No es fácil esforzarse en algo cuando creemos que va a fracasar, pero con la ayuda de Dios podemos hacerlo.

Recordando mi experiencia en el pasado, puedo decir que hubo momentos en que pensé que algo que mi esposo se proponía hacer estaba destinado al fracaso. No obstante, le rogué a Dios que me ayudara a colaborar con él para que el plan tuviera éxito… ¡y lo tuvo! Ocurrió tantas veces que empecé a ver cómo Dios nos bendecía porque trabajábamos en equipo. Y fue posible únicamente porque le pedí a Dios que me ayudara a someterme a la decisión de mi marido.

Esperanza para la pareja inconversa

¿Qué hacer si su esposo no está en la Iglesia y no comprende el papel que Dios ha dispuesto para cada uno dentro del matrimonio? Las responsabilidades suyas como esposa son en esencia las mismas. Dios quiere que la mujer se someta a su esposo en todo, salvo, por supuesto, cuando se trata de trasgredir las leyes y estatutos divinos (Hechos 5:29). Algunos hombres no saben cumplir el papel de esposo tal como Dios ordena, pero aun así hay esperanzas. Nuestro Padre desea que la esposa convertida sea un buen ejemplo para su marido. Si él no está convertido, Dios dice que ella quizá pueda ganarlo mediante su propia conducta, incluida la sumisión (1 Pedro 3:1–2). ¡Son palabras de mucho ánimo!

Recordemos de nuevo que la sumisión no es mala, sino buena. Es difícil hacerlo dada nuestra naturaleza humana y la influencia de la sociedad que nos rodea. Para la esposa puede ser duro, pero su responsabilidad es someterse, aceptar por deferencia la decisión de su esposo aunque no esté de acuerdo. Si bien al principio parece difícil someterse, resulta, como con la mayoría de las cosas, que cuanto más se practica, más se facilita. La práctica nos perfecciona, y cuanto más lo hagamos, más veremos los buenos frutos que trae. Nosotras, como hijas de Dios, debemos comprender el papel del gobierno familiar en el hogar y podemos aprender a estar agradecidas por él. Cuando vemos al esposo como cabeza de la familia y nos sometemos a él debidamente, le damos un ejemplo que debe influir en la manera como él también se somete a Dios, que es cabeza del hombre en la dirección de la familia.

Hay que confiar en que Dios guiará nuestro esposo mientras él dirige y guía a la familia, y debemos aceptar el papel que hemos recibido como compañera, consejera, asesora, ayudante y más. Sabemos que somos parte de un equipo, de una familia. Dios es sabio y Él ha dispuesto que el marido se encargue de la familia y que la esposa se someta a él (Colosenses 3:18). La sumisión es un rasgo de carácter que toda mujer cristiana debe cultivar. Con la ayuda de Dios, ¡usted puede hacerlo!