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Viajando con mi familia por carretera en la región central de los Estados Unidos, no podíamos menos que admirar la hermosura natural de los paisajes: kilómetro a kilómetro de campos y bosques salpicados aquí y allá por algún pueblo o ciudad. Entonces algo nos llamó la atención. Algo que en medio de tanta belleza, parecía totalmente fuera de lugar.
Como una mancha gigante en una camisa recién lavada y planchada, se presentó ante nuestros ojos algo tan chocante a la vista como revelador de que la sordidez y la indecencia no se limitan a las zonas rojas de las grandes ciudades. Enmarcada entre un bosque por lo demás prístino, se destacaba una valla solitaria que anunciaba una Tienda de entretenimiento para adultos.
Hay quienes defienden las imágenes sexuales provocativas como una forma artística que celebra la hermosura del cuerpo humano. Semejante aseveración pretende separar la obra del verdadero Artista de su intención y sus instrucciones. Dios creó la figura humana conforme a su propia imagen (ver Génesis 1:26-27). Sin duda, la obra creada por Dios es hermosa y también la reconoció como tal. Su intención desde el principio fue que el hombre y la mujer se unieran y fueran uno, dentro de los parámetros del pacto matrimonial. Dios creó la sexualidad no solo para fines de procreación, sino también como una expresión de amor que acerca a los esposos tanto física como emocionalmente. Mientras que la pornografía ofrece sexualidad morbosa en vez de una intimidad real.
La verdadera satisfacción sexual es un resultado que se alcanza solamente dentro de una unión matrimonial llena de amor y centrada en Dios. La pornografía promete satisfacción sexual, pero es solo una ilusión, como un espejismo en el desierto. Muchos se dejan seducir por ella y por el estilo de vida que ofrece, y luego aprenden por experiencia que la realidad no es otra cosa que frustración y vacío.
El sabio rey Salomón advirtió sobre la búsqueda del placer sexual ilícito en Proverbios 5:3-5: “Los labios de la mujer extraña destilan miel, y su paladar es más blando que el aceite; mas su fin es amargo como el ajenjo, agudo como espada de dos filos. Sus pies descienden a la muerte; sus pasos conducen al seol”. Las acciones tienen consecuencias, y los resultados por meterse con pornografía son todo menos agradables. Aunque al principio quizá parezca dulce, al final es amargura y muerte, justamente lo que se esperaría al descender por una “escalerilla al seol”.
La pornografía explota a unas personas para dar placer sexual a otras. El placer es temporal y quienes lo buscan lo hacen en detrimento propio. Quienes se dejan llevar por la ilusión y las imágenes ilícitas de la pornografía, siguen la sentencia del placer “como va el buey al degolladero” (Proverbios 7:22). Así como el buey se deja tentar por un balde de grano que lo dirige al matadero, quienes buscan el placer sexual ilícito se dejan llevar a su propia destrucción, atraídos por la promesa del placer.
Lejos de ser una distracción inocua, la pornografía es como un cáncer social que ataca los cimientos mismos de una nación: sus familias. Para muchos, la pornografía es un vicio que sirve como puerta de entrada hacia otras actividades sexuales ilícitas.
En muchos procesos de divorcio la pornografía figura como factor importante en la descomposición del matrimonio. Un trabajo presentado en la reunión anual de la Sociedad Sociológica de los Estados Unidos en el 2016, presentó los resultados de un estudio según el cual las probabilidades de divorcio se duplican para los hombres, y se triplican para las mujeres, cuando uno de los dos empieza a mirar pornografía. Los resultados de este vicio son dolor y sufrimiento, no solo para quienes buscan la distracción ilícita, sino para quienes han enlazado su vida con estas personas: cónyuge, hijos, hermanos. Lejos de ser inocuas, las imágenes ilícitas encierran un costo incalculable.
Para leer más sobre el poder destructor de la pornografía y cómo evitarla, le invitamos a ingresar a nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org, y en el enlace de revistas buscar el artículo: La pornografía: Un secreto vergonzoso, página 14 en la edición de enero y febrero del 2014.