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Querer ayudar a los demás es una característica maravillosa. Cuando Dios creó a la primera mujer, la diseñó para que fuera una “ayuda” idónea (Génesis 2:18). Pero ser una ayuda beneficiosa requiere humildad, percepción, comunicación y sabiduría.
Una señora muy hermosa y sabia me contó una historia sobre cómo su nieta quería ayudarla. La señora iba a recibir una visita y estaba tratando de mantener el jardín de la entrada a su casa organizado. Su nieta quería ayudarle, así que mientras arrancaba las malas hierbas no deseadas de su jardín, su nieta decidió "ayudar" a su abuela, ¡excepto que la joven "ayudante" comenzó a arrancar las flores en lugar de la hierba mala!
La abuela sabia entendió que la nieta no estaba siendo “mala”. Ella solo quería ayudar y se sintió atraída por las bonitas flores, así que instintivamente siguió arrancando las flores en lugar de la hierba mala. Y la señora no se enojó. Más bien, simplemente redirigió a la nieta a un área en la que podría ayudar verdaderamente.
Cuando reflexiono en esta historia y sobre los acontecimientos de mi propia vida, aprendo y entiendo que a veces la “ayuda” no es realmente ayuda.
Como mujeres queremos ayudar, y Dios nos hizo para que fuéramos ayuda idónea para nuestros maridos. Dios diseñó nuestra naturaleza para que deseemos ayudar. Sin embargo, debemos preguntarnos: “¿Realmente estoy ayudando? ¿Cómo puedo estar segura?
Una madre puede sentir que está “ayudando” a su hija al notar cómo ella tiende su cama todas las mañanas y la vuelve a tender un poco mejor cada día. Sin embargo, después de un tiempo, ella puede comenzar a sentir que cualquier cosa que haga no es lo suficientemente buena para mamá. Una dama puede ver a una amiga tratando de cumplir con un deber en particular y creer que está ayudando al ofrecerse como voluntaria sin decir palabra y haciendo ella misma parte de la tarea. Sin embargo, la amiga puede estar tratando de cumplir con el deber de una manera particular o trabajando en la tarea de acuerdo con un plan particular, y la "ayuda" accidentalmente podría hacer que las cosas sean más difíciles para su amiga.
¿Estoy diciendo que no debemos ayudar? ¡No, claro que no estoy diciendo eso! Debemos ayudar, pero teniendo cuidado con cómo y cuándo “ayudamos”.
Es cierto que muchas manos hacen el trabajo más liviano, pero debemos asegurarnos de que, cuando ayudemos, le pidamos a quien esté a cargo que dirija nuestras manos para lograr la "ayuda" que necesitan que hagamos. Por ejemplo, cuando ayudamos a nuestro esposo, debemos ayudarlo de la manera en que él necesita que lo ayudemos. Incluso para nuestros hijos, necesitamos enseñarles y luego, a veces, "ayudarles" dando un paso atrás y dándoles la oportunidad de hundirse o nadar por sí mismos. Una excelente manera de hacer esto es animándolos y dándoles "corrección en el camino" en los momentos apropiados. Se necesita buen juicio para saber cuándo y cómo ayudar, pues a veces significa “hacer” algo activamente o, tal vez, alejarse de algo, observar y luego felicitar a otra persona por un trabajo bien hecho.
Con nuestros amigos, debemos tener una relación en la que podamos preguntar y saber cómo podemos ayudarlos mejor. También debemos estar preparados para escuchar que la ayuda que alguien necesita puede no ser el tipo de “ayuda” que queremos brindar.
Todo esto es simplemente cuestión de tomar en serio la advertencia del apóstol Pablo en Filipenses 2:3-4:
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”.
Demos gracias que Jesucristo es la ayuda perfecta del Padre. Si se lo pedimos, ¡Él nos ayudará para que ayudemos mejor a los demás!