Pregunta y respuesta | El Mundo de Mañana

Pregunta y respuesta

Díganos lo que piensa de este artículo

Pregunta: Las Sagradas Escrituras dicen que Poncio Pilato hizo azotar a Jesucristo antes de su crucifixión (Mateo 27:26; Marcos 15:15; Juan 19:1). ¿Tienen esos azotes algún significado especial?

Respuesta:

Hablando de la crucifixión de Cristo, el apóstol Pedro explica: "Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia. ¡Por su herida habéis sido sanados!" (1 Pedro 2:24; RV 1995). Estas palabras de Pedro hacen eco de las del profeta Isaías refiriéndose al Mesías: "Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:5).

Lo que Cristo padeció no fue una azotaina aplicada a manera de rito. Aunque no le quebraron ningún hueso (Salmos 34:20; Juan 19:36). Las Escrituras predijeron que por causa del maltrato, "fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres" (Isaías 52:14).

¿Con qué propósito sufrió Cristo tan terribles golpes? Veamos sus propias palabras: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia" (Juan 10:10). La vida eterna es el don que Dios nos dará en la resurrección, pero con estas palabras Cristo ofreció abundancia para sus seguidores en la vida física.

Obviamente, no hay nada más importante que la sanidad espiritual que ocurre cuando el cristiano recibe el Espíritu Santo y reemplaza su naturaleza humana carnal por la naturaleza espiritual de Cristo. ¿Pero hay algo más en el sacrificio de Cristo? ¡Sí! La sangre derramada de Cristo pagó la pena por nuestros pecados y hace posible el don de la vida eterna (Romanos 6:23). Además su cuerpo quebrantado, su "llaga", representado simbólicamente por el pan que tomamos los cristianos en el servicio de la Pascua (1 Corintios 11:23-24), hizo posible nuestra sanidad física.

La vida espiritual eterna es un don, o regalo, que no se puede ganar ni merecer. Aun así, quienes desobedezcan a Dios voluntariamente y se rebelen contra su ley pueden rechazar ese don (Hebreos 6:4-6). De igual modo, si nosotros obedecemos las leyes físicas que gobiernan la vida humana, podemos esperar una vida saludable. En cambio, si actuamos en contra de esas leyes, podemos esperar enfermedades. Jesucristo, el Dios del Antiguo Testamento (1 Corintios 10:4), les dijo a los antiguos israelitas: "Si oyeres atentamente la voz del Eterno tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy el Eterno tu sanador" (Éxodo 15:26).

Las Sagradas Escrituras confirman que "todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). Todos estamos necesitados de sanidad. Cuando pecamos, le pedimos perdón a Dios. Si somos sinceros, nos arrepentimos, o sea que cambiamos nuestra manera de proceder. Este principio se aplica también a nuestra sanidad física. Dios puede, por ejemplo, curar el enfisema de una persona que ha fumado por muchos años. Pero si la persona sanada no deja de fumar, no puede esperar que Dios la bendiga con más curación. Cuando pedimos sanidad, debemos examinarnos con diligencia para discernir en qué hemos podido violar las leyes básicas de la salud que nos produjeron la enfermedad. Debemos estar dispuestos a cambiar el comportamiento que fue perjudicial para la salud y de hecho cambiarlo (1 Corintios 11:31-32).

¿Qué más debemos hacer si deseamos que Dios nos sane? El apóstol Santiago dio unas instrucciones sencillas: "¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la Iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho" (Santiago 5:14-16). Estas instrucciones tan llenas de ánimo nos recuerdan que la unción efectuada por un verdadero ministro de Dios es un recurso poderoso en nuestra búsqueda de curación. Además, así como debemos orar por los demás, también debemos pedir que otros cristianos fieles oren por nosotros.

En resumen, los terribles azotes que sufrió nuestro Salvador fueron parte de las torturas que recibió, pagando por nuestros pecados físicos, para que pudiéramos ser curados milagrosamente cuando tengamos alguna enfermedad o dolencia.

MÁS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓN

Mostrar todos