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De la caldera hirviente de conflictos incesantes en el Medio Oriente, surge otra vez la amenaza de una guerra entre el Hezbolá, brazo armado de Irán en el Líbano, y la nación de Israel. ¿Hay alguna clave que nos permita entender el drama que el mundo perplejo observa sin entender sus raíces? ¿Cómo explicar el agudo contraste de las relaciones entre Irán e Israel antes y después del derrocamiento del Sha de Irán en 1979? ¿Será un asunto simplemente de Religión?
Por extraño que parezca, las raíces de las gravísimas tensiones que hoy existen entre los que actualmente gobiernan el país de Irán y la nación de Israel, se remontan a una época en la cual el Islam ni siquiera existía. Se trata de un conflicto de familia que se ha perpetuado a lo largo de los siglos hasta nuestros días.
Hay una sola fuente de información sobre la faz de la Tierra que provee todos los elementos necesarios para identificar y entender dicho conflicto.
Ni los gobernantes de las naciones, ni los expertos en geopolítica logran entender el drama del Medio Oriente; y mucho menos su desenlace final. Porque no le dan crédito a la Biblia, la Palabra de Dios. La Biblia es la única fuente fidedigna que nos permite entender el origen, el carácter y el destino de los pueblos.
Una vez más nos hacemos la pregunta: ¿Cómo explicar el giro de 180 grados que ocurrió en Irán en lo que respecta a sus relaciones con Israel, con los Estados Unidos y varios países europeos después del derrocamiento del Sha de Irán?
El Sha se consideraba a sí mismo heredero y sucesor de los antiguos reyes del Imperio Persa. Las estadísticas indican que gran parte de la población actual de Irán es de origen persa. La historia y la Biblia nos enseñan que el pueblo persa no ha sido enemigo de los judíos. Lo que la inmensa mayoría ignora por completo es que desde la caída del Sha, el poder en Irán cayó en manos de una minoría que no es persa. ¿Quién es esa minoría? Antes de responder a esta pregunta fundamental, analicemos por un momento lo que nos enseña el registro bíblico sobre lo que han sido desde la antigüedad las relaciones entre los judíos y los persas.
En lo que constituye una de las profecías más asombrosas de la Biblia, Dios predijo el surgimiento del Imperio Medopersa, aún antes de que surgiera el Imperio Babilónico, el cual habrían de conquistar los persas. Pero lo más impresionante es que Dios le puso el nombre propio al fundador del Imperio Medopersa 140 años antes de que naciera.
Dios no solo le puso nombre sino que predijo cómo iba a conquistar Babilonia, cuyas murallas eran inexpugnables, y darles libertad a los judíos que allí se encontraban cautivos. La historia narra cómo Ciro el Grande desvió las aguas del río Éufrates, que entraban en Babilonia por debajo de las murallas, y cómo sus tropas entraron en la ciudad por debajo de las murallas cuando las aguas del río bajaron de nivel. No obstante, pocos tienen en cuenta que dicha estratagema también Dios la había predicho. Veamos lo que dice el texto bíblico:
“Yo, el que despierta la palabra de su siervo, y cumple el consejo de sus mensajeros; que dice a Jerusalén: Serás habitada; y a las ciudades de Judá: Reconstruidas serán, y sus ruinas reedificaré; que dice a las profundidades: Secaos, y tus ríos haré secar; que dice de Ciro: Es mi pastor, y cumplirá todo lo que yo quiero, al decir a Jerusalén: Serás edificada; y al templo: Serás fundado” (Isaías 44:26-28).
Las palabras sobre Ciro, rey de los medos y de los persas, ciertamente están en abismal contraste con lo que hoy se oye de parte de los líderes de Irán.
La Palabra de Dios continúa: “Así dice el Eterno a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y desatar lomos de reyes; para abrir delante de él puertas [las puertas de Babilonia], y las puertas no se cerrarán… y te daré los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados, para que sepas que yo soy el Eterno, el Dios de Israel, que te pongo nombre. Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre; te puse sobrenombre, aunque no me conociste. Yo soy el Eterno, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que se sepa desde el nacimiento del Sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo el Eterno, y ninguno más que yo” (Isaías 45:1, 3-6).
Nos cuenta el historiador Flavio Josefo que, cuando Ciro se tomó Babilonia, los cautivos judíos le mostraron cómo su nombre se hallaba escrito desde hacía más de 140 años en el libro de Isaías (Antigüedades de los judíos XI. I. 1-2). Este hecho, al parecer, causó profunda impresión en el Rey, quien hizo la siguiente proclamación de palabra y por escrito por todo su Reino:
“Así ha dicho Ciro rey de Persia: El Eterno el Dios de los Cielos me ha dado todos los reinos de la Tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien haya entre vosotros de su pueblo, sea Dios con él y suba a Jerusalén que está en Judá, y edifique la casa al Eterno Dios de Israel (Él es el Dios), la cual está en Jerusalén. Y a todo el que haya quedado, en cualquier lugar donde more, ayúdenle los hombres de su lugar con plata, oro, bienes y ganados, además de ofrendas voluntarias para la casa de Dios, la cual está en Jerusalén” (Esdras 1:2-4).
Después de la muerte de Ciro el Grande, el rey Darío quien fue su sucesor confirmó y ratificó el decreto de Ciro y agregó: “Lo que fuere necesario, becerros, carneros y corderos para holocaustos al Dios del Cielo, trigo, sal, vino y aceite, conforme a lo que dijeren los sacerdotes que están en Jerusalén, les sea dado día por día sin obstáculo alguno, para que ofrezcan sacrificios agradables al Dios del Cielo, y oren por la vida del Rey y por sus hijos… Y el Dios que hizo habitar allí su nombre, destruya a todo rey y pueblo que pusiere su mano para cambiar o destruir esa casa de Dios, la cual está en Jerusalén. Yo Darío he dado el decreto; sea cumplido prontamente” (Esdras 6:9-10, 12).
Como si esto fuera poco, para ilustrar la actitud de los reyes de Persia con respecto a los judíos, también se conserva en la Biblia, la Palabra de Dios, copia de la carta que el rey Artajerjes le entregó al sacerdote Esdras para autorizar su regreso a Jerusalén. Este es el mismo rey Artajerjes que en el año veinte de su reinado autorizó a Nehemías, quien era su copero personal, para que reedificara la ciudad de Jerusalén y sus murallas (ver Nehemías 1:11; 2:1-9).
A continuación citamos parte de la carta que el rey en mención entregó a Esdras: “Artajerjes rey de reyes, a Esdras, sacerdote y escriba erudito en la ley del Dios del Cielo: Paz. Por mí es dada orden que todo aquel en mi Reino, del pueblo de Israel y de sus sacerdotes y levitas, que quiera ir contigo a Jerusalén, vaya. Porque de parte del Rey y de sus siete consejeros eres enviado a visitar a Judea y a Jerusalén, conforme a la ley de tu Dios que está en tu mano; y a llevar la plata y el oro que el Rey y sus consejeros voluntariamente ofrecen al Dios de Israel, cuya morada está en Jerusalén, y toda la plata y el oro que halles en toda la provincia de Babilonia, con las ofrendas voluntarias del pueblo y de los sacerdotes, que voluntariamente ofrecieren para la casa de su Dios, la cual está en Jerusalén. Comprarás, pues, diligentemente con este dinero becerros, carneros y corderos, con sus ofrendas y sus libaciones, y los ofrecerás sobre el altar de la casa de vuestro Dios, la cual está en Jerusalén. y lo que a ti y a tus hermanos os parezca hacer de la plata y oro, hacedlo conforma a la voluntad de vuestro Dios. Los utensilios que te son entregados para el servicio de la casa de tu Dios, los restituirás delante de Dios en Jerusalén. Y todo lo que se requiere para la casa de tu Dios, que te sea necesario dar, lo darás de la casa de los tesoros del Rey. Y por mí, Artajerjes rey, es dada orden a todos los tesoreros que están al otro lado del río, que todo lo que os pida el sacerdote Esdras, escriba de la ley del Dios del Cielo, se le conceda prontamente” (Esdras 7:12-21).
Con lo anterior, hemos documentado mediante pruebas históricas la actitud que prevalecía entre los monarcas de la antigua Persia con respecto al pueblo judío. Ciertos aspectos de esa actitud benevolente aún perduraban en los días del Sha de Irán en pleno siglo 20.
Hay una clave para entender el feroz antagonismo del actual gobierno iraní hacia Israel y de su secreto a voces que consiste en el proyecto de borrar del mapa a la nación judía mediante un ataque nuclear.
La clave para entender las raíces de dicho antagonismo se encuentra en el libro de Ester. La historia que allí se narra ocurrió en los días del rey Asuero. Este Asuero no era otro que el rey Jerjes hijo de Darío rey de Persia cuyo decreto a favor del culto en el templo de Jerusalén ya citamos. Jerjes era nieto de Ciro el Grande por parte de su madre Atossa, hija de Ciro y esposa de Darío. Jerjes reinó sobre el vasto imperio de los medos y de los persas sobre 127 provincias que se extendían desde la India hasta Etiopía. Fue el padre de Artajerjes quien en el año séptimo de su reinado autorizó el regreso del sacerdote Esdras a Jerusalén investido de gran autoridad; y en el año veinte, envió a Nehemías con la orden de restaurar y edificar Jerusalén.
El fascinante relato bíblico que nos brinda el libro de Ester, nos permite esclarecer la aparente contradicción que hay entre las buenas relaciones históricas entre judíos y persas, y la obsesión actual del gobierno iraní por destruir a Israel.
Ester era una joven judía descendiente de los hebreos que fueron llevados cautivos de Jerusalén a Babilonia por Nabucodonosor. Después de la conquista de Babilonia por el Imperio Medopersa, muchos de los judíos permanecieron en el territorio que pasó a manos de los persas.
Ester era huérfana y vivía en Susa, capital del nuevo imperio con un primo suyo llamado Mardoqueo quien la había adoptado como hija.
Sucedió en aquel entonces que el rey Asuero (Jerjes) sufrió un grave desaire de parte de la reina Vasti, su esposa. A raíz de esto se decidió que se buscara por todo el Reino a una joven apta y hermosa que reemplazara a Vasti y se le otorgara el papel de reina. Entre todas las jóvenes que fueron presentadas ante el Rey, Ester fue la que más gracia halló a sus ojos y fue por lo tanto la elegida.
Después de estas cosas, el rey Asuero decidió nombrar como primer ministro de su imperio a un hombre llamado Amán. El relato bíblico señala de inmediato que este personaje no era de origen persa, sino que era “hijo de Hamedata agagueo” (Ester 3:1).
Cabe señalar también que el nombre de Amán en el lenguaje original se escribía con “H”, o sea que sería Hamán, como lo indican otras versiones de la Biblia. Además, el sonido de la hache es equivalente al de la jota en español.
Si empleamos el método inequívoco de dejar que la Biblia se interprete a sí misma, podemos identificar con absoluta certeza el origen étnico de este nuevo Primer Ministro del Imperio Medopersa.
En el primer libro de Samuel, capítulo 15 y versículo 8, leemos cómo Saúl, rey de Israel, “tomó vivo a Agag rey de Amalec”. La Biblia nos revela claramente que Amán, siendo “agagueo”, era descendiente de Agag rey de Amalec. Además, Flavio Josefo, el historiador, señala claramente que Amán era amalecita (Antigüedades de los judíos, XI. VI. 5).
La pregunta que surge, naturalmente, es: ¿Quién es Amalec? Dejemos que la Biblia, la Palabra de Dios, nos siga ilustrando el tema. No hay ninguna otra fuente de información sobre la faz de la Tierra que nos permita entender con tanta claridad las raíces del drama que hoy se desarrolla en el Medio Oriente.
En el capítulo 36 del libro del Génesis encontramos la lista de los descendientes de “Esaú, el cual es Edom” (v. 1). Esaú tuvo tres mujeres, una de ellas llamada Ada, cananea de origen (v. 2) dio a luz a Elifaz “primogénito de Esaú” (vs. 4, 15). Elifaz “primogénito de Esaú” fue el padre de Amalec (vs. 12, 16).
La simplicidad profunda e infalible de la Biblia nos revela con toda claridad que Amán, primer ministro del Imperio Medopersa era descendiente de Esaú por la línea de su primogénito Elifaz, padre de Amalec, antepasado de Amán.
Recordemos también que Esaú era hermano gemelo de Jacob, padre de las doce tribus de Israel, entre las cuales se cuentan los judíos y los benjamitas, tribu a la cual pertenecía la reina Ester.
Es importante recordar también que Jacob y Esaú ya estaban en guerra desde el vientre de su madre Rebeca (ver Génesis 25:19-26). Dios reveló desde antes que nacieran que estos dos gemelos serían los progenitores de dos naciones que estarían en conflicto a lo largo de los siglos.
¿Cuál es la causa principal del conflicto? Sabemos que Esaú era el primogénito, puesto que fue el primero en salir del vientre de su madre (Génesis 25:24-26). Pero según lo que está consignado en las Escrituras, Esaú le vendió el derecho de la primogenitura a su hermano Jacob por un plato de lentejas. Y está escrito al respecto: “Así menospreció Esaú la primogenitura” (vs. 27-34).
Esaú demostró así una grave falta de carácter, al permitir que sus impulsos primarios prevalecieran en sus decisiones. El derecho de la primogenitura incluía ante todo recibir como herencia perpetua la Tierra Santa (Génesis 28:13; Salmos 105:8-11).
Dios declara en su Palabra que los descendientes de Esaú han guardado perpetuamente rencor contra su hermano Jacob (Amós 1:11). Un rencor acompañado del deseo de recuperar la herencia perdida: “Por cuanto dijiste: Las dos naciones [Judá en el Sur e Israel en el Norte] y las dos tierras serán mías, y tomaré posesión de ellas” (Ezequiel 35:10).
Vemos entonces que el conflicto del Medio Oriente consiste en gran parte, en la lucha de dos hijos que se disputan una herencia.
Esta es la explicación de la razón por la cual Amalec, el pueblo de Amán, atacó a Israel en el desierto cuando venía de Egipto rumbo a la tierra prometida. Siendo descendiente de Elifaz, el primogénito de Esaú, Amalec se proponía exterminar a Israel en el camino para apoderarse de la herencia que su abuelo Esaú había vendido por un plato de lentejas (Éxodo 17:8-16).
Dios había establecido un “decreto” y un “pacto sempiterno” con Israel “Diciendo: A ti te daré la tierra de Canaán como porción de vuestra heredad” (Salmos 105:8-11). Por esta causa Dios hizo la siguiente declaración después del ataque de Amalec contra Israel en el desierto: “Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono del Eterno, el Eterno tendrá guerra con Amalec de generación en generación” (Éxodo 17:16).
La mano de Amalec se levantó contra el trono de Dios porque tuvo la osadía de querer cambiar con su propia mano los designios del Todopoderoso.
Lo que leemos acerca del ataque de Amalec en el libro del Deuteronomio, constituye la descripción del primer acto terrorista del cual tengamos noticia, pues reúne tres aspectos característicos del terrorismo: 1. Ataque a traición, 2. Ataque a población civil e indefensa y 3. No se enfrenta con un ejército: “Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino, cuando salías de Egipto; de cómo te salió al encuentro en el camino, y te desbarató la retaguardia de todos los débiles que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y trabajado; y no tuvo ningún temor de Dios” (Deuteronomio 25:17-18).
Volvamos ahora al libro de Ester teniendo en mente la información ya dada, para entender el trasfondo de la historia.
Mardoqueo, el que había adoptado como hija a la que ahora era la reina Ester, solía sentarse a la puerta del palacio del Rey. “Todos los siervos del Rey que estaban a la puerta del Rey se arrodillaban y se inclinaban ante Amán, porque así lo había mandado el Rey, pero Mardoqueo ni se arrodillaba ni se humillaba… Y vio Amán que Mardoqueo ni se arrodillaba ni se humillaba delante de él; y se llenó de ira. Pero tuvo en poco poner mano en Mardoqueo solamente, pues ya le habían declarado cuál era el pueblo de Mardoqueo; y procuró Amán destruir a todos los judíos que había en el Reino de Asuero, al pueblo de Mardoqueo” (Ester 3:2, 5-6).
“Dijo Amán al rey Asuero: Hay un pueblo esparcido y distribuido entre los pueblos en todas las provincias de tu Reino, y sus leyes son diferentes de las de todo pueblo, y no guardan las leyes del Rey, y al Rey nada le beneficia el dejarlos vivir. Si place al Rey, decrete que sean destruidos” (vs. 8-9).
El rey Asuero, sin saber que Ester la que él mismo había elegido como reina, pertenecía al pueblo que Amán se proponía destruir, decidió permitir que Amán hiciera lo que bien le pareciera.
“Fueron enviadas cartas por medio de correos a todas las provincias del Rey, con la orden de destruir, matar y exterminar a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres, en un mismo día, en el día trece del mes duodécimo, que es el mes de Adar, y de apoderarse de sus bienes” (v. 13).
Es evidente entonces que cuando un amalecita sube al poder, casi automáticamente se produce un cambio de 180 grados en la actitud del gobierno hacia el pueblo judío.
¿No es acaso lo mismo que ocurrió en el país de Irán cuando el Ayatolá Jomeini ascendió al poder después del derrocamiento del Sha? Asombrosamente el nombre de Jomeini es el mismo de Amán, el cual como se explicó anteriormente se escribe con “H”, cuyo sonido es el mismo de la “jota”. Como en el texto hebreo original no se conservan las vocales sino solo las consonantes, entonces tenemos H o M ei N i = H a M á N.
Si aplicamos el principio bíblico: “Por sus frutos los conoceréis”, vemos una relación directa entre el ataque de Amalec contra Israel en el desierto (ver Éxodo 17:8-16; Deuteronomio 25:17-18), y el aumento del terrorismo mundial patrocinado por el actual gobierno iraní; entre la conspiración de Amán contra los judíos en el libro de Ester, y el actual proyecto del gobierno iraní de destruir a la nación de Israel.
Ante las pruebas históricas irrefutables que hemos presentado para demostrar las relaciones amistosas entre los persas y los judíos, y ante las pruebas bíblicas de la “enemistad perpetua” (Ezequiel 35:5) entre los descendientes de Esaú y el pueblo de Israel; podemos concluir que, el actual gobierno de Irán está controlado por una minoría amalecita que asumió el mando sobre la mayoría persa a raíz del derrocamiento del Sha Reza Pahleví.
También podemos tener la certeza de que el actual gobierno de Irán no tendrá éxito en su proyecto de aniquilar a Israel. Dios reprende duramente a Israel por sus pecados mediante los profetas. Pero Dios no va a permitir que ningún pueblo se levante contra su trono para cambiar sus designios.
Eso fue lo que pretendió hacer Amalec cuando quiso exterminar a Israel en el desierto: “Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono del Eterno, el Eterno tendrá guerra con Amalec de generación en generación” (Éxodo 17:16). Eso fue lo que intentó hacer Amán en el Imperio Persa: “Procuró Amán destruir a todos los judíos que había en el Reino de Asuero” (Ester 3:6). Y lo que se proponen hoy los dirigentes de Irán. Dios ya tiene consignada, en gran detalle en su Palabra, la forma cómo va a castigar y restaurar a Israel; la forma como va a castigar a Amalec y a todos los descendientes de Esaú.
El peor período de prueba que el ser humano jamás haya conocido se acerca sobre el mundo entero (ver Mateo 24:1-51; Marcos 13: 1-37; Lucas 21:1-38).
Pero después de ese breve período de tres años y medio (Daniel 12:7; Apocalipsis 11:2; Apocalipsis 13:5), vendrá un Reino de mil años dirigido por Jesucristo en persona aquí en la Tierra, en el cual todos los pueblos del mundo vivirán en paz (Isaías 9:6-7; Isaías 2:1-4; Isaías 11:1-10; Apocalipsis 20:4).