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La Biblia nos dice que antes de la creación del hombre, nuestra Tierra estaba “desordenada y vacía”, hecha una ruina total e inhabitable (Génesis 1:2). Dios la restauró en solo seis días convirtiéndola en un hermoso paraíso repleto de vida para la humanidad (Isaías 45:18). Luego declaró que todo lo que había hecho era “bueno en gran manera” (Génesis 1:31) y, habiendo completado su labor de creación, descansó el séptimo día.
Hoy la ciencia está explorando la posibilidad de lograr una hazaña semejante: tomar un planeta desolado y sin vida y reestructurarlo para transformarlo en algo hermoso, parecido a la Tierra y apto para la vida y la humanidad. Esta idea se ha llamado terraformación.
¿Podremos emular con nuestras manos las obras hechas por las manos de Dios? Teniendo en cuenta la índole colosal de la terraformación: renovar un planeta entero para formar lo que sería en esencia otra Tierra, ¿qué implicaría semejante proyecto? ¿Será posible llevarlo a cabo?
Para muchos científicos, Marte es el mejor candidato para la terraformación, dadas sus semejanzas con la Tierra y su relativa proximidad. Muchos piensan que Marte, que actualmente es un mundo estéril, frío y sin vida; alguna vez fue más cálido y que tenía agua líquida en la superficie. El hecho de que quizás haya sido un medio más acogedor en el pasado ofrece alguna esperanza de que se prestaría para conformarlo en el futuro en una “nueva Tierra” para la humanidad.
Sin embargo, ¡Marte presenta retos formidables! Tal como mencionamos en el artículo de esta serie: Hogar dulce hogar... En el cosmos, publicado en la página 10 de esta revista en la edición de julio y agosto del 2017, las temperaturas en Marte pueden bajar a menos 73°C y su atmósfera es venenosa y extraordinariamente enrarecida. Hay agua congelada debajo de la superficie, conocida como permahielo, pero el agua en forma líquida es o bien muy rara o inexistente.
Cuando se habla de la terraformación de Marte, las dos condiciones que muchos científicos sugieren atacar primero son, la atmósfera enrarecida y la temperatura fría, ya que la una afecta a la otra.
Para corregirlas, Christopher P. McKay del Centro de Investigación Ames, de la NASA, y el ingeniero aeroespacial Robert Zubrin han planteado varios métodos, expuestos en su trabajo: Requisitos tecnológicos para la terraformación de Marte, publicado por el Instituto Estadounidense de Aeronáutica y Astronáutica en 1993, y que aún mantiene su popularidad.
Un proyecto sería poner en órbita sobre Marte unos espejos gigantescos, de diámetro superior a los 100 kilómetros, para dirigir luz solar adicional hacia el planeta y fundir sus casquetes polares. El objetivo sería liberar el dióxido de carbono (CO₂) atrapado allí y en otras partes de la superficie marciana. Esto desataría un “efecto de invernadero” descontrolado que iría calentando al planeta con el tiempo. A medida que se concentrara la cantidad de CO₂ en el aire alrededor de Marte, la atmósfera se haría más densa y se elevaría la temperatura, lo cual, a su vez, liberaría más CO₂, continuando el ciclo hasta alcanzar las condiciones deseadas.
Otras ideas son elegir asteroides masivos de composición química favorable para transformar la atmósfera marciana y, con la ayuda de cohetes, dirigirlos en un curso que los haría chocar con la superficie de Marte y diseminar sus sustancias en la atmósfera. El modo más práctico, en opinión de McKay y Zubrin, sería simplemente fabricar máquinas poderosas y asentarlas en la superficie marciana, donde producirían gases de invernadero en un proceso continuo a partir de material existente en la superficie de Marte.
La terraformación sería un proceso largo. Se estima que después de un siglo de tales esfuerzos, Marte sería más cálido y menos árido y su atmósfera sería más densa. Pero aun así, carente de oxígeno respirable, distaría mucho de parecerse a la Tierra. Para resolver ese problema, los investigadores de la terraformación sugieren importar plantas al medio marciano: ¡los generadores de oxígeno que Dios hizo!
Las plantas, que en un comienzo probablemente serían simples algas, consumirían el dióxido de carbono concentrado y liberarían oxígeno, tal como hacen en la Tierra, aunque el proceso sería lento. A comienzos del 2014, un informe científico dijo que unos líquenes de la Antártida mostraban capacidad para subsistir y crecer en condiciones que simulaban el medio marciano, siempre y cuando estuvieran protegidas de la radiación. Los científicos plantean la posibilidad de aplicar métodos de bioingeniería para hacer plantas que den resultados aún mejores.
Aun suponiendo que la humanidad hiciera acopio de la inteligencia, sabiduría y habilidad necesarias para alcanzar esas metas; sería un desatino de nuestra parte vender nuestra casa y disponer la mudanza por ahora. Un trabajo más reciente de Christopher McKay y Margarita Marinova, sugiere que Marte tardaría por lo menos 100.000 años en transformarse en un planeta con atmósfera respirable, para no hablar de un hermoso medio habitable parecido a la Tierra y apto para el hombre. Sin duda, ¡mil siglos es bastante más tiempo que los seis días que utilizó Dios!
Además, son muchos los escollos que hacen ver la conversión de Marte en un medio parecido a la Tierra más como una fantasía que como un sueño alcanzable. Por ejemplo, Marte no tiene, como sí tiene la Tierra, un campo magnético que abarque todo el planeta, que protegería a los nuevos habitantes contra los rayos cósmicos e impediría que los vientos solares poco a poco se fueran llevando la nueva atmósfera marciana al espacio. Sin eso, Marte acabaría por reducirse nuevamente a lo que es ahora.
Y, francamente, sería necio no tener en cuenta que ni siquiera hemos aprendido a vivir debidamente en el planeta que ya tenemos. Dios hizo al hombre administrador de la Tierra y la puso a su cuidado (Génesis 1:28; 2:15), pero nosotros hemos impuesto nuestra “sabiduría” en reemplazo de la suya. El resultado, con mucha frecuencia, es contaminación, degradación del ambiente y recursos malgastados. Si no sabemos vivir en la Tierra, el único planeta que hemos conocido, ¿que nos hace pensar que tenemos la sabiduría para refinar otro planeta y hacerlo apto para nosotros?
El hecho de que en el mejor de los casos la humanidad necesitaría por lo menos 100.000 años para duplicar lo que el Todopoderoso hizo en seis días; es testimonio de su poder, inteligencia y majestad. La dificultad de crear “otra Tierra” debe bastar para que apreciemos la Tierra actual que Dios ya nos ha dado.
Pero la asombrosa verdad es que Dios tiene para nosotros un destino que sí incluye la terraformación, ¡no a la manera del hombre, sino de Dios!
A quienes estén dispuestos a permitir que Dios forme en ellos su propio carácter y la mente de Jesucristo (Filipenses 2:5), les espera un grandioso destino como miembros de su Familia divina. Su plan es darles “todas las cosas” (Hebreos 2:8) en herencia: ¡todo el Universo! Por tanto, aunque el cosmos sea algo desolado y sin vida, la Palabra de Dios dice que vendrá el día en que “la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:21).
¡Más allá de Marte hay todo un Universo que nos espera! ¿Desea usted ser uno de los hijos e hijas de Dios que traerán vida y libertad a la totalidad de la creación? Los planes de Dios para las obras de sus manos son infinitamente superiores a la más alta de nuestras aspiraciones.