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Nuestro planeta sufre cada vez más de una enfermedad que como el cáncer corrompe y destruye poco a poco, pero con mucho dolor, desde la más alta hasta la más pequeña de las instituciones sociales.
¡Esa enfermedad es la corrupción!
La expresidenta de Argentina, Cristina Kirchner, está siendo actualmente investigada por traición a la patria, asociación ilícita y lavado de dinero [1]. El expresidente de Guatemala, Otto Pérez, se encuentra preso y enfrentando un juicio por asociación ilícita, cohecho y lavado de activos; por los que podría recibir una pena privativa de libertad de entre 32 y 72 años [2]. El fiscal “anticorrupción” de Colombia, Luis Gustavo Moreno, aceptó el pasado mes de noviembre los cargos de concusión y utilización indebida de información oficial privilegiada, al reconocer su participación dentro del llamado “cartel de la toga” [3]. En México, catalogado como uno de los países más corruptos del mundo, las incontables manifestaciones en la avenida Reforma, que paralizan el comercio y el tráfico por centenares de personas que claman sin cesar por un poco de justicia, son parte de la vida cotidiana [4]. Todo ello sin mencionar casos como el de Venezuela, que pasó rápidamente de ser un país próspero y en desarrollo, a estar entre los primeros en la lista de los países más corruptos del planeta.
Por otro lado, las políticas de seguridad, económicas, financieras y educativas, impuestas por las entidades supranacionales que están al servicio de unos pocos países o grupos poderosos, están cada vez más inclinadas a favorecer la subsistencia ostentosa de los ricos a costa de la esclavitud disimulada de la clase obrera o trabajadora. Emporios bancarios que prestan dinero ficticio a deudores que pasan toda su vida pagando hasta tres y cuatro veces la deuda adquirida; publicidad sugestiva que manipula los subconscientes y que dirige a las personas a un consumismo desmedido y, la implementación de ideologías en las escuelas y colegios que desde temprana edad limitan y canalizan el pensamiento de los niños y jóvenes; son otras formas de corrupción que aunque son menos perceptibles al escrutinio de las masas, no por eso dejan de ser parte de ese cáncer que carcome nuestras sociedades.
¿Podrá la humanidad soportar por mucho tiempo más tanto caos y abuso? ¿Es la corrupción una enfermedad con la que simplemente debemos acostumbrarnos a vivir? O, ¿hay alguna esperanza?
Cuando escuchamos el término corrupción, inmediatamente pensamos en el gobierno y en los políticos o funcionarios públicos; olvidando que la corrupción está presente en casi todos los ámbitos de nuestra sociedad. Por ejemplo, hay quienes la usan para evadir su responsabilidad, como cuando le ofrecen dinero al agente para que no les dé una multa por exceso de velocidad. Otros la usan como un recurso, es decir, como un medio para obtener de forma rápida y sin tanta burocracia el bien o el servicio necesitado; como es el caso del particular que le ofrece dinero al empleado público para que tramite su petición primero y antes que la de los demás, que llevan días esperando su turno. ¿Quién es el corrupto? ¿El empleado público que recibe el dinero o el particular que lo entrega? Es evidente que ambos son igualmente corruptos y, dicho sea de paso, esta conducta que parece tan inocente para muchos, es delito para ambas partes.
La corrupción siempre conlleva la búsqueda de un beneficio para quienes la practican, y esta conducta que se concreta en extender la mano para ofrecer o recibir dinero a cambio de un bien o servicio, lo que entendemos como soborno, abarca también en todo su proceso de formación comportamientos como: torcer el derecho o la justicia, hacer acepción de personas, mentir, ser testigos falsos, robar, manipular, etc. Todos estos y muchos más, son los comportamientos o los verbos rectores mediante los cuales se comete el acto de la corrupción.
Para simplificarlo, cualquier resultado que se logre de manera oscura o turbia, quebrantando e incluso esquivando las normas legales o éticas, ¡es corrupción!
Puede decirse que la corrupción es casi tan antigua como el ser humano; porque la lucha por el poder, la ambición, la codicia e incluso la necesidad, ha llevado a que la humanidad en general piense equivocadamente: que el fin justifica los medios.
Por ejemplo, uno de los casos más antiguos de corrupción documentado, fue el ocurrido en el año 1100 AC, cuando en el reinado de Ramsés IX, un tal Peser, antiguo funcionario del Faraón, denunció los negocios sucios de otro funcionario que se había asociado con una banda de profanadores de tumbas. En el año 324 AC, Demóstenes fue acusado de haberse apoderado de las sumas depositadas en la Acrópolis por el tesoro de Alejandro; fue condenado y obligado a huir. Y en el siglo V, Pericles, conocido como “el incorruptible”, fue acusado de haber especulado con los trabajos de construcción del Partenón [5]. De ahí en adelante la historia nos narra innumerables casos de corrupción de todo tipo hasta llegar a la era moderna, en donde la corrupción está alcanzando sus máximos insostenibles para muchos pueblos y para la humanidad en general.
Si bien es cierto que en todos los países hay corrupción, también es cierto que unos países son por mucho más corruptos que otros; y los países Iberoamericanos están lamentablemente encabezando la lista. Veamos a continuación el último informe de Transparencia Internacional sobre el índice de percepción de corrupción para el año 2016, empezando por el país menos corrupto al más corrupto [6]:
1 Dinamarca (menos corrupto); 2 Nueva Zelanda; 3 Finlandia; 4 Suecia; 6 Suiza; 9 Canadá; 18 Estados Unidos; 21 Uruguay; 24 Chile; 41 Costa Rica; 79 Brasil; 90 Colombia; 95 Argentina; 95 El Salvador; 101 Perú; 113 Bolivia; 123 México; 136 Guatemala; 166 Venezuela; 176 Somalia (más corrupto).
Como puede observarse, la gran mayoría de los países Iberoamericanos figuran entre los más corruptos del mundo. ¿A qué se debe este fenómeno?
Son muchas las teorías que intentan explicar por qué, por ejemplo: Estados Unidos y Canadá son por mucho, menos corruptos que el resto de los países del continente Americano. Hay quienes alegan que se debe a las condiciones climáticas; ya que una región que está siempre en primavera, y en la que solo basta alargar la mano para tomar del fruto de un árbol, estimula el facilismo y la pereza de sus habitantes. Otros culpan a los conquistadores, quienes vinieron con el objetivo inicial de saquear la tierra para regresar ricos al viejo mundo, y nunca tuvieron la intención de colonizar la tierra mediante asentamientos organizados y estructurados; como sí ocurrió en la región Norte del Continente. Por otro lado, están quienes argumentan que la culpa está en la religión predominante que predica la pobreza como una virtud, excepto cuando se trata de sus propias arcas, las cuales parecen no tener fondo. Por último, encontramos a aquellos que responsabilizan a las superpotencias que se sirven del caos que promueven en los países pobres para saquear los recursos naturales y llevárselos a sus países ricos, es decir, seguimos repitiendo la historia de la colonización, pero con diferentes colonizadores. Probablemente, todas estas juntas y otras más, sean las causas del alto índice de corrupción y pobreza que impera en los países Iberoamericanos.
Sin embargo, el listado que vimos hace unos momentos habla de “percepción de corrupción”, es decir, que existe también una corrupción que no es tan perceptible para las mayorías. Se trata de una corrupción institucionalizada, avalada por la ley y los gobiernos, y ejecutada en su mayoría por el sector privado, como lo veremos a continuación.
Aun en los países mejor librados, si escudriñamos a fondo sus políticas, sistemas financieros y prácticas mercantiles; nos encontramos con otras formas de corrupción que para muchos son aún más alarmantes.
Es así como encontramos, por ejemplo, un sistema financiero especulativo que presta dinero que no existe y que hace multimillonarios a los banqueros mientras esclavizan perpetuamente a sus usuarios mediante la inducción a adquirir más deudas de las que pueden pagar. Cuando la burbuja de mentiras es insostenible y estalla, entra el gobierno a regalarles dinero a los bancos para rescatarlos; y así pueden continuar impunemente con sus perversas prácticas. Observemos que el dinero que se usa para rescatar el sistema bancario sale de los impuestos que el pueblo paga, es decir, el pueblo impávido e impotente, debe pagarles a aquellos que los despojaron de sus casas, bienes y demás propiedades para que ellos puedan seguir manteniendo su sistema de enriquecimiento desproporcionado. ¿Por qué no obliga el gobierno a los banqueros a que rescaten el sistema financiero con dinero de sus multimillonarias cuentas bancarias en Suiza y otros paraísos fiscales? Si por un momento duda de que esos banqueros tengan el dinero suficiente, dentro de un momento esa duda le quedará despejada.
En la otra cara de la misma moneda, encontramos un puñado de empresas multinacionales superpoderosas que dominan el 70% del mercado mundial. Estas empresas imponen los precios, dominan los medios de comunicación, son expertas en publicidad sugestiva, imponen tendencias y modas y dirigen a las masas a la compra compulsiva de bienes y servicios que no necesitan; puesto que sin saberlo, su subconsciente ha sido manipulado a pensar que, ¡en las compras está la felicidad!
Los pocos beneficiados de estos sistemas financiero y mercantil, son defensores acérrimos del llamado capitalismo salvaje; gastan millones haciendo lobby en los congresos y gobiernos de turno para que promulguen leyes que promuevan esta clase de economía que, por supuesto, produce resultados fabulosos… pero para ellos, no para el pueblo.
Es tan grande el lobby que hacen estas empresas y tan mercantilista la mentalidad de la mayoría de los gobernantes, que algunos de ellos hasta se atreven a negar el evidente daño que la industrialización excesiva causa a los recursos naturales y al medio ambiente. El atún del Sur, la trucha de Turquía y el tiburón de Tailandia; entre muchas otras, son especies cuya población adulta ha disminuido más del 80% como consecuencia de la pesca excesiva [8]. Bajo el mismo racero, otros países se atreven a promulgar leyes que prohíben el uso de las semillas naturales argumentando que son perjudiciales para la salud, porque no están enriquecidas artificialmente; y obligan a los agricultores a comprar la semilla transgénica, que dicho sea de paso, es una semilla estéril, por lo que el agricultor queda esclavizado a comprar la misma semilla cada año. Todo esto es producto de una corrupción legalizada, disfrazada con el falso argumento del bien común, cuando en realidad solo favorece los intereses de unos pocos.
Hace poco menos de un año, Oxfam (el Comité de Oxford de ayuda contra el hambre) publicó el escandaloso reporte de la distribución de la riqueza en el planeta titulado: Una economía para el 99%, el artículo dice que: “solo ocho personas (hombres en realidad) poseen ya la misma riqueza que 3.600 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad”. Su directora Winnie Byanyima, afirma:
“Cuando una de cada diez personas en el mundo sobrevive con menos de dos dólares al día, resulta obscena la inmensa riqueza que acumulan unos pocos. La desigualdad está sumiendo a cientos de millones de personas en la pobreza, fracturando nuestras sociedades y debilitando la democracia.
En todo el mundo, muchas personas están siendo dejadas de lado. Sus salarios se estancan mientras las remuneraciones de los presidentes y altos directivos de grandes empresas se disparan; se recorta la inversión en servicios básicos como la sanidad o la educación mientras grandes corporaciones y grandes fortunas logran reducir al mínimo su contribución fiscal; y los gobiernos ignoran sus voces mientras escuchan embelesados las de las grandes empresas y las élites millonarias” [7].
Basta que analicemos las nuevas políticas tributarias de países como los Estados Unidos, México o Colombia; para darnos cuenta de la forma como, bajo el pretexto de estimular la inversión privada, se reducen los impuestos que deben pagar las grandes empresas y los multimillonarios; pero se aumenta condenablemente la tasa gravable de los más pobres. Con políticas como estas es evidente que la desigualdad entre ricos y pobres será cada vez mayor.
Además de lo anterior, es importante dejar claro que el mundo está cobijado por una corrupción tanto individual como institucional y sistemática. No estamos solamente frente a un grupo de personas o entidades corruptas, sino que estamos frente a un sistema diseñado para corromper incluso los más pequeños valores morales y familiares. Por ejemplo, desde hace muchos años empezaron a usar el cuerpo de la mujer en la publicidad para incentivar el consumismo del hombre; como resultado, el sentido de la modestia y el decoro se corrompió a un punto tal, que vemos niñas desde los diez años de edad caminando semidesnudas por las calles o publicando fotos en ropa interior y cargadas de sensualidad en las redes sociales; ¡son mujeres que nacieron en un mundo en donde vender y promover su cuerpo semidesnudo es normal! Del mismo modo, corrompieron las mentes de los jóvenes haciéndoles creer que lo merecen todo y que tienen derecho a exigir como si la humanidad estuviera en deuda con ellos; como resultado, tenemos una sociedad llena de jóvenes flojos, descuidados y sin ningún sentido de respeto por la autoridad. Francamente, el panorama actual es desolador; parece que no hay solución; pero, sí la hay como veremos a continuación.
Aunque los políticos de turno, los medios de difusión y los poderosos de este mundo se empeñen en negarlo; la realidad palpable es que el hombre ha sido incapaz de gobernarse justa y equitativamente a sí mismo. Su naturaleza egoísta y codiciosa es canalizada por el “príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2). Es Satanás, el padre del engaño y de la mentira, quien ha llevado a la humanidad por un sendero de egoísmo y destrucción que es diametralmente opuesto a la verdad y a la ley que Dios enseña en su Palabra.
En Juan 8:44 leemos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”.
Un artículo muy interesante publicado en México por la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) expresa lo siguiente: “Hemos establecido un método de funcionamiento en la sociedad, un acuerdo donde todos sabemos que mentimos, que nos mienten y de cualquier modo jugamos a creer. Todos, desde el más pequeño niño, hasta el más encumbrado ser, mentimos en este país, es parte esencial de nuestra cultura” (Boletín UNAM-DGCS-406. Instituto de Investigaciones Sociales – México).
La mentira, que es un componente que nunca falta cuando se trama un acto de corrupción, ya que hay que mentir para disimular la realidad, ha permeado nuestras sociedades a un punto tal, que muchos la consideran un medio legítimo para alcanzar sus fines. El político en campaña miente diciendo lo que el pueblo quiere escuchar, aunque él mismo piense otra cosa. El pueblo sabe que miente, pero al mismo tiempo piensa: “eso es lo que los políticos hacen”. Las compañías mienten en los anuncios publicitarios de sus productos y la ley lo sabe; pero: “eso es lo que tienen que hacer porque de otra forma no venderían suficiente”. Lo cierto es que esa mentira legitimada, esa falta de integridad tanto personal como institucional, es la que sienta las bases que sostienen la corrupción.
Desde hace miles de años, el manual de instrucciones que Dios le dejó a la humanidad, la Biblia, nos enseña no solamente las leyes que traen verdadera justicia, sino también los sistemas y las prácticas económicas y mercantiles que aseguran la prosperidad y la distribución equitativa de la riqueza; a la vez que cuidamos y protegemos nuestro medio ambiente.
En Deuteronomio 16:19-20 leemos: “No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos. La justicia, la justicia seguirás”.
Y en Deuteronomio 11:18-19 leemos: “Pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes”.
Si en lugar de enseñarles a nuestros hijos y jóvenes que mentir es normal, que la ley se puede evadir o que es legítimo empobrecer a los demás, les enseñamos a vivir en integridad respetando la justicia, respetando al prójimo sin importar su condición social o su país de nacimiento; si les enseñamos a repudiar la mentira y el soborno, entonces empezaremos a combatir las causas de esta enfermedad desde el núcleo más pequeño de la sociedad: la familia, hasta su mayor expresión: el Estado. “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). Rescatando los valores desde el seno de nuestra familia y educando hijos con integridad moral, tendremos adultos honestos y responsables que lucharán por la verdadera justicia y equidad social.
Pero las instrucciones del Manual que nuestro Creador nos dio continúan; veamos algunos ejemplos más:
“No hurtaréis, y no engañaréis ni mentiréis el uno al otro… No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana… No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande; con justicia juzgarás a tu prójimo” (Levítico 19:11, 13, 15).
“Seis años sembrarás tu tierra, y seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos. Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo para el Eterno; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña” (Levítico 25:3-4).
“Cuando encuentres por el camino algún nido de ave en cualquier árbol, o sobre la tierra, con pollos o huevos, y la madre echada sobre los pollos o sobre los huevos, no tomarás la madre con los hijos. Dejarás ir a la madre, y tomarás los pollos para ti, para que te vaya bien, y prolongues tus días” (Deuteronomio 22:6-7).
Notemos la diferencia entre estas leyes y los principios básicos basados en el amor, el altruismo y el respeto al prójimo y a la naturaleza; en contraste con las leyes modernas y los sistemas mercantiles y financieros de una sociedad egoísta, consumista y aterradoramente depredadora. Notemos la diferencia entre estas leyes y aquellas que complacen al grande y premian la astucia de ocho multimillonarios que tienen más riqueza que el 50% de la humanidad junta. Leyes que permiten la opresión al prójimo, la retención de salarios del jornalero y hasta la explotación de la tierra o de los peces del mar hasta su mismísima extinción.
Negar estos principios bíblicos que se aplican tanto nacional como individualmente, conlleva la pérdida de integridad necesaria para que las personas vivan en una sociedad sana y que repudia la corrupción o cualquiera otra clase de injusticia, el maltrato al prójimo o a la naturaleza.
Estos sencillos e inmensamente sabios principios, es todo lo que el hombre necesita para acabar con la corrupción, la desigualdad económica y la injusticia; pero, lamentablemente, estas son leyes y principios que el hombre se empeña en desconocer y en desobedecer. La presión mediática de las clases dominantes es tan fuerte, que la humanidad continua inexorable por el tortuoso camino que Satanás le muestra despreciando la verdadera sabiduría: “Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Proverbios 1:7).
¡Hay esperanza para la humanidad! Aunque esos sistemas corruptos serán cada vez más corruptos y se consolidarán bajo un sistema mundial predominante, llegará el momento en que el Dios todopoderoso intervendrá y les pondrá fin de manera definitiva: “Ha caído, ha caído la gran Babilonia… Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la Tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la Tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites… Porque sus pecados han llegado hasta el Cielo y Dios se ha acordado de sus maldades… Los mercaderes de estas cosas, que se han enriquecido a costa de ella, se pararán lejos por el temor de su tormento, llorando y lamentando… Porque en una hora han sido consumidas tantas riquezas… Y echaron polvo sobre sus cabezas, y dieron voces, llorando y lamentando, diciendo: ¡Ay, ay de la gran ciudad, en la cual todos los que tenían naves en el mar se habían enriquecido de sus riquezas; pues en una hora ha sido desolada!” (Apocalipsis 18:2-3, 5, 15, 17, 19).
El Dios todopoderoso no es indiferente a la opresión con que los gobernantes, ricos y poderosos han sometido a la humanidad; sino que Dios se acordará “de sus maldades” y de sus corruptos sistemas, y los derribará para siempre (vs. 20-23).
Cuando Dios elimine de la faz de la Tierra a todo gobernante y todo sistema dirigido e implementado por Satanás, el príncipe de este mundo, comenzará un gobierno perfecto de justicia, amor, paz y equidad con Jesucristo a la cabeza. Será bajo ese gobierno cuando la verdadera ley de Dios, la que ahora se desprecia, se enseñará a todos los pueblos y naciones del mundo.
“El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el Cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).
“Acontecerá en los postreros tiempos que el monte (Reino o gobierno) de la casa del Eterno será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos. Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno” (Miqueas 4:1-2).