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¿Cuenta la Biblia con importantes claves para superar el problema mundial de las enfermedades infecciosas? ¿Puede la religión desempeñar un papel en la promoción de la salud y la prevención de enfermedades?
Los dirigentes mundiales perspicaces, tanto en el gobierno como en la medicina, han empezado a comprender que la lucha contra las enfermedades no se ganará con más dinero, medicamentos y legislación. Los sistemas de salud en muchas naciones sufren deterioro bajo el peso del aumento en sus poblaciones, y con recursos económicos limitados. Los países luchan por responder a nuevos brotes, como la pandemia de la COVID-19, que llevan al colapso los sistemas de salud. El doctor Gro Harlem Brundtland, quien fue director general de la Organización Mundial de la Salud, reconoció hace años que la meta de “salud para todos... continúa evadiéndonos”, como una ilusión que desaparece tras el horizonte.
Quizá sea hora de preguntarse: ¿Por qué en el siglo 21 seguimos luchando por ganar la batalla contra las enfermedades? ¿Habrá soluciones eficaces que se han desatendido? ¿Estarán pasando inadvertidos poderosos recursos, provistos por Dios, que permitirían hacer avances enormes contra el azote de las enfermedades infecciosas que afligen y matan a millones de personas en todo el mundo?
A inicios del siglo 20, las enfermedades infecciosas eran la principal causa de padecimiento y muerte en América y Europa. Las mejoras en el saneamiento, junto con otros avances médicos, redujeron notoriamente las plagas en estos continentes.
Pero fuera del mundo desarrollado, aún vemos un cuadro impresionante y triste de enfermedades infecciosas reforzadas por la pobreza, y que cobran un número increíble de vidas. En las naciones menos desarrolladas mueren más de diez millones de personas cada año por enfermedades evitables y curables como la malaria, diarrea, tuberculosis y afecciones respiratorias; correspondiendo a los niños el porcentaje desproporcionado de víctimas. El número de personas que padecen y conviven con estas enfermedades es increíble.
Cada año la malaria ataca a más de 200 millones de personas y cobra más de 400.000 vidas, incluidos 300.000 niños menores de cinco años, la mayoría de ellos en África Subsahariana. Se estima que 3.200 millones de personas, aproximadamente el 40 por ciento de la población mundial, están expuestas a contraer malaria en algún momento de su vida, y con el riesgo de muerte. En los países en vías de desarrollo, enfermedades diarreicas tan evitables y tratables al igual que la malaria, son otra causa importante de muerte y discapacidad en los niños. La tuberculosis es “una de las 10 causas principales de muerte en el mundo”, con más de 10 millones de personas afectadas, y casi dos millones de muertes por año. La tuberculosis es otra causa de muerte entre quienes tienen el sistema de inmunidad comprometido por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) y “aproximadamente un tercio de la población mundial tiene tuberculosis latente”, es decir, son personas que están infectadas por la bacteria pero asintomáticas.
En regiones tropicales y subtropicales del mundo hay aproximadamente 2.500 millones de personas expuestas a contraer dengue, enfermedad transmitida por mosquitos. Cada año se dan más de 50 millones de casos y 25.000 muertes, y los brotes se están extendiendo más allá del trópico. El VIH junto con los casos de sida, está convirtiéndose rápidamente en la mayor amenaza para la salud, el desarrollo económico y la estabilidad nacional en muchos países de África y Asia. Desde su aparición, ha cobrado más de 35 millones de vidas. En la actualidad hay casi 37 millones de personas VIH positivas, y cada año se reportan dos millones de casos nuevos. La esquistosomiasis, anteriormente conocida como bilharziasis, afecta a unos 207 millones de personas y siega más de 200.000 vidas cada año, mientras que las infecciones por gusanos intestinales afectan a casi 2.000 millones de personas. Hay más de 190 millones de personas pobres en zonas rurales a riesgo de contraer tracoma bacteriano, la principal causa de pérdida visual y ceguera. Más de 120 millones de personas están expuestas a contraer oncocercosis (ceguera de los ríos) y cada año se infectan 18 millones. Aún hoy, la lepra discapacita entre uno y dos millones de personas, con 200.000 infecciones nuevas cada año.
Lo anterior representa cifras realmente astronómicas de los seres humanos que padecen la maldición de las enfermedades infecciosas. Para empeorar las cosas, a esta pesada carga de enfermedades en los países en vías de desarrollo, se ha sumado en los años recientes otro factor grave. A medida que la ciudadanía de esas naciones adopta el comportamiento y las prácticas alimenticias de las naciones más desarrolladas, también aumentan las enfermedades cardíacas, el cáncer y otras patologías tan extendidas en gran parte del mundo desarrollado.
Trágicamente, la carga más pesada de las enfermedades infeccionas y crónicas recae sobre “los mil millones más pobres”, quienes “viven sin ningún dinero”, atrapados en un ciclo de pobreza interminable. Muchos países en las regiones más pobres y menos desarrolladas llevan también la carga de deudas apabullantes, infraestructuras decrépitas y corrupción rampante; y sencillamente no tienen capacidad para manejar problemas tan horrendos. El resultado es que sus pueblos continúan sufriendo desproporcionadamente bajo el azote mundial de las enfermedades. Un médico colonial inglés escribió que “la gran mayoría de África... ha llevado una carga de enfermedades más pesada que cualquier otra región del mundo... los habitantes del África tropical sufren de una mayor variedad de parásitos humanos que cualquier otro pueblo”. En ciertas regiones del África tropical, entre el 60 y el 90 por ciento de la población se encuentra infectada con múltiples parásitos.
Para reducir y eliminar esta terrible carga de enfermedades, es preciso entender y corregir las verdaderas causas.
Para muchos profesionales de la salud, la única solución al problema de las enfermedades infecciosas es invertir más dinero en el desarrollo de medicamentos, y el establecimiento de clínicas para tratamiento. Lo que a menudo se busca es matar al patógeno invasor o aliviar el sufrimiento tratando los síntomas, pero rara vez se dirigen los esfuerzos hacia las causas básicas. La mayor parte de las enfermedades infecciosas que atacan a los países en vías de desarrollo están asociadas con la pobreza: poblaciones hacinadas sin condiciones de higiene adecuadas, escasez de agua limpia, basura y excreciones humanas sin el tratamiento adecuado; y falta de protección contra los insectos portadores como redes o mallas de ventana, mosquiteros, repelentes e insecticidas. Quienes viven en estado de pobreza extrema sencillamente no tienen acceso a los recursos de la salud, y los gobiernos carentes de fondos no pueden suministrarlos. El problema puede verse agravado cuando los gobernantes corruptos se embolsillan el dinero de la asistencia internacional para su propio enriquecimiento.
La ignorancia es otro factor crucial. Los residentes en regiones rurales pobres en todo el mundo no siempre comprenden cómo se transmiten las enfermedades infecciosas, ni lo fácil que puede ser evitarlas. En vez de reconocer las verdaderas causas como las bacterias, virus, protozoarios, moscas y mosquitos; pueden culpar a los espíritus malignos. Incontables millones ignoran, o no desean reconocer, que la promiscuidad sexual e inyectarse drogas son medios de transmisión del sida. Muchos nadan, se bañan, lavan la ropa y beben en ríos, lagos y pozos contaminados con residuos humanos y de animales… ¡que quizá sean las únicas fuentes de agua a su alcance! Comer animales y otros organismos sin saber que son transmisores de enfermedades son factores de propagación, como lo es ir y venir de zonas donde abundan ciertas enfermedades, y estar en contacto estrecho con personas enfermas y sus efectos personales.
La motivación es un factor vital en la promoción de la salud y la prevención de enfermedades. Muchos saben que deben lavarse bien las manos después de evacuar orina o heces y antes de preparar alimentos, pero no actúan en consecuencia. Alterar la conducta individual es un gran reto en la batalla contra la enfermedad. Es preciso corregir estos aspectos básicos si se pretende levantar la carga de enfermedades y ganar la batalla contra estos males.
¿Cómo se pueden eliminar las enfermedades y las consecuencias de la pobreza sin recursos económicos? ¿Cómo se vence la ignorancia? ¿Cómo motivar a la gente a pensar y actuar de otra manera? Los médicos, planificadores sanitarios, ministros de gobierno y economistas generalmente no son expertos en estos campos. Sin embargo, hay que encontrar soluciones para que se pueda levantar la carga de enfermedades.
Lograr este cometido sin limitarse a dedicar más dinero a los problemas es algo que exigirá un cambio en la forma de ver el asunto. Es evidente que la educación es fundamental en la eliminación de la ignorancia. Pero, ¿cómo ayudar a las multitudes sin construir más escuelas, contratar maestros y contratar funcionarios? Las creencias que una persona tenga son una fuente básica en los cambios de conducta. Podríamos preguntarnos: ¿Hay alguien ya preparado para cumplir una empresa así?
Creámoslo o no, los dirigentes religiosos están en posición ideal para eliminar la ignorancia y fomentar comportamientos tendientes a superar las enfermedades. En muchos países los dirigentes religiosos tienen contacto con gran número de personas y de todas las edades. Promueven valores que influyen en el comportamiento personal. Muchos reciben su paga de alguna organización particular, y buen número de ellos han dado generosamente de su esfuerzo y de sus propios recursos para brindar ayuda, como para suministrar mosquiteros y financiar pozos de agua.
El gran problema es que los líderes religiosos, en gran mayoría, no reconocen todo el potencial que encierra su cargo, y no están bien preparados para asumir plenamente su función de enseñar los principios bíblicos sobre la prevención de enfermedades y la promoción de la salud. Al igual que muchos en el gobierno y la medicina, el clero suele pensar que el papel principal de la religión es confortar a los enfermos y dar consuelo a los enlutados. Estas son labores positivas, pero ignoran otra función dispuesta por Dios para los ministros religiosos, función que se expone claramente en la Biblia.
En el artículo de la página 20, citamos el impacto positivo sobre la salud humana si obedeciéramos los mandatos divinos sobre los animales limpios e inmundos. ¡La decisión de no consumir animales que no se diseñaron para el consumo humano, en sí ayudaría mucho a reducir el daño debido a las enfermedades infecciosas! Sin embargo, las instrucciones bíblicas no se limitan a eso.
La Biblia también nos dice que evitemos el contacto con animales que hayan muerto y con todo aquello que los haya tocado (Levítico 11:32-40). Había que destruir las vasijas de barro poroso que podían estar contaminadas, a fin de evitar la propagación de enfermedades. Estos reglamentos concuerdan con las buenas técnicas microbiológicas y son procedimientos importantes en la lucha contra las enfermedades infecciosas. Correspondía a los sacerdotes enseñar y explicar estos principios. Los sacerdotes señalarían como impuras a las personas que tenían enfermedades contagiosas caracterizadas por erupciones en la piel, como la lepra, sarampión, viruela y fiebre escarlatina. Estas personas se aislaban de las demás para evitar que se propagara la enfermedad (ver Levítico 13). Estas guías bíblicas forman la base de los procedimientos de cuarentena que son médicamente acertados, y se han aplicado desde hace siglos. El distanciamiento social y la cuarentena aplicados oportunamente fueron recursos eficaces en la pandemia del coronavirus del 2019, porque el principio bíblico de apartarse ante las enfermedades funciona.
Otra guía bíblica es evitar el contacto con los efectos personales de los enfermos, ya que estos representan un medio de transmisión de gérmenes (Levítico 13:47-59). Los objetos contaminados se lavaban o quemaban, lo que destruye los microorganismos. Las instrucciones bíblicas se extendían a la vivienda: toda casa que tuviera manchas de moho u hongo debía ponerse en cuarentena, mientras se raspaban las partes afectadas, se reemplazaban los materiales y se cubrían con barro nuevo. Si aun así la plaga persistía, entonces se procedía a demoler la casa (Levítico 14:33-48).
Estas instrucciones contribuirían mucho a sanear la vida de 25 millones de personas en Latinoamérica que están expuestas a contraer la enfermedad de Chagas, que afecta a 8 millones y mata a 10.000 personas cada año. Su causa es la picadura de un insecto hematófago que vive en las hendijas y agujeros de viviendas pobres. Un deber del sacerdote levítico era promover la salud y ayudar a prevenir las enfermedades actuando como inspector de construcciones y como instructor en salud pública.
La Biblia reconoce que los fluidos corporales pueden transmitir enfermedades (Levítico 15). Las enfermedades infecciosas se pueden transmitir por contacto con materia de deshechos humanos, secreciones nasales, lágrimas, saliva o toallas sucias. El tracoma, que es la principal causa de ceguera evitable, se debe a una infección bacteriana y se transmite por contacto con toallas de mano sucias y por moscas que buscan el ojo humano, y que ponen sus huevos en los residuos humanos y de animales. Los personas expuestas a fluidos de enfermos debían lavarse las manos y la ropa en agua, bañarse y mantenerse aisladas de las demás hasta la noche, como medida preventiva para no propagar la enfermedad (Levítico 15:11). No se trataba de simples leyes ceremoniales. El objetivo de estas leyes sanitarias era promover la salud y evitar las enfermedades.
Una de las exhortaciones bíblicas más prácticas e importantes mandaba enterrar las excreciones humanas lejos de las habitaciones (Deuteronomio 23:12-14). Esto asegura que los materiales de residuo no hagan contacto con personas, moscas y demás organismos transmisores de enfermedades, y conserva la pureza de las fuentes de agua. Llevar los pies calzados y abstenerse de emplear residuos humanos como abono también son medidas preventivas eficaces. Muchas enfermedades, como la diarrea, disentería, uncinaria, gusanos, cólera, hepatitis, tracoma y fiebre tifoidea; se deben al contacto con residuos humanos.
El manejo sanitario de los deshechos humanos y el acceso al agua limpia son dos formas principales de evitar enfermedades. Dios les dijo a los dirigentes religiosos de Israel que promovieran estas instrucciones a fin de proteger la salud del pueblo. Trágicamente, los líderes religiosos actuales no han entendido la importancia de su oportunidad para transmitir instrucciones bíblicas capaces de evitar en gran parte las enfermedades y su propagación.
En la antigüedad, Dios ordenó a Abraham y a sus descendientes, los israelitas, que circuncidaran a sus hijos varones al octavo día de su nacimiento (Génesis 17:12-14; Levítico 12:3). Es interesante notar que estas instrucciones coinciden con estudios científicos según los cuales el mecanismo de coagulación del recién nacido quizá no esté plenamente desarrollado hasta el octavo día, por lo cual sería imprudente realizar una intervención quirúrgica antes, dada la posibilidad de una hemorragia. Hay gente bien intencionada que considera una barbarie la circuncisión de los varones, pero la ciencia médica demuestra que los beneficios son mayores que los riesgos. En niños circuncidados se reduce el riesgo de infecciones urinarias, en adultos son menos frecuentes el cáncer de próstata y del pene; y las mujeres casadas con hombres circuncidados presentan menor incidencia de cáncer cervical. Según estudios, los varones circuncidados son menos propensos a contraer o transmitir el sida y otras enfermedades venéreas, porque la eliminación del prepucio suprime un medio donde puede residir un patógeno. Si bien en Hechos 15 se indica claramente que la circuncisión ha dejado de ser un requisito espiritual, la evidencia médica respalda, también claramente, la idea de que la circuncisión, tal como se describe en la Biblia, puede contribuir a evitar enfermedades y promover la salud.
La costumbre de la circuncisión femenina es un asunto totalmente distinto. Esta práctica espantosa no es bíblica y no debe confundirse con la circuncisión bíblica de los varones, donde se quita solamente el prepucio. La circuncisión femenina o ablación no es para nada un acto de circuncisión, sino un horrendo acto de mutilación, en el cual se quita no solamente la piel excedente, sino una parte de los genitales. La circuncisión de mujeres es un acto de carnicería barbárica y no tiene nada que ver con la circuncisión prescrita en la Biblia.
Diversas culturas paganas en la historia han decorado el cuerpo humano con tatuajes, cortes, cicatrices e inserción de adornos que expanden los labios y las orejas. Hoy en día estas prácticas que deforman y alteran el cuerpo se han convertido en moda en casi todas las naciones. Aunque muchos identifican estas prácticas como “arte corporal”, rara vez se mencionan ni se consideran los peligros y consecuencias para la salud por hacerse tatuajes y perforaciones exóticas.
Dios diseñó la piel humana como barrera contra los organismos que causan enfermedades. Cuando perforamos esa barrera, creamos oportunidades para que se introduzcan bacterias y virus en los tejidos debajo de la piel. Varios informes advierten que los tatuajes y perforaciones aumentan el riesgo de infecciones bacterianas en la piel, así como de granulomas y enfermedades que se transmiten por la sangre, como tétano, forúnculo, hepatitis y sida. También suscitan reacciones alérgicas a las sustancias e instrumentos empleados. Muchos han desaconsejado en especial hacerse tatuajes o perforaciones durante el embarazo, dado el riesgo de infección y la migración hasta el feto de elementos tóxicos en los pigmentos del tatuaje. Hacerse un tatuaje o una perforación es relativamente barato, pero eliminarlos puede resultar costoso y doloroso, o quizás imposible.
Dios inspiró a Moisés para que instruyera con estas palabras al pueblo de Israel, nación que debía ser luz y ejemplo para el mundo: “No haréis rasguños en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna. Yo el Eterno. (Levítico 19:28). Los tatuajes y cortes en la piel son malsanos y exponen a enfermedades infecciosas por cuanto rompen la barrera protectora que es la piel. Dios hizo el cuerpo humano “a su imagen” (Génesis 1:27), y condenó estas costumbres religiosas paganas que lo deforman.
Los profesionales de la salud advierten y recomiendan a los pacientes evitar los tatuajes y las perforaciones exóticas del cuerpo: ¡porque pueden ser nocivos para la salud!
La Biblia define el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer para toda la vida (Mateo 19:4-6), y se expresa firmemente en contra de la actividad sexual fuera de la unión matrimonial, como el adulterio, la fornicación y el homosexualismo (Levítico 18). Haciendo un claro contraste con el concepto actual de que la actividad sexual irrestricta es liberadora, la Biblia declara sin ambages que “el que comete adulterio es falto de entendimiento” (Proverbios 6:32), y que la promiscuidad sexual es un pecado contra el propio cuerpo (1 Corintios 6:9, 16-18; Romanos 1:22-27). Las normas gubernamentales contra esas conductas en el pasado se dictaron con miras a la moral, pero su efecto fue ayudar a frenar la propagación de enfermedades venéreas, entre ellas el sida, que se ha llamado “la peste del siglo 21”. Los esfuerzos por borrar toda consideración moral en las normas oficiales, y por normalizar la promiscuidad están contribuyendo a propagar enfermedades epidémicas. El viejo consejo de que “más vale prevenir que curar” ha caído en el olvido, pero sigue siendo un buen consejo. Además, es mucho menos costoso en términos económicos y de vidas. El limitar la actividad sexual a la relación entre esposo y esposa dentro de un matrimonio monógamo fiel, es con mucho la manera más eficaz de evitar la propagación de enfermedades venéreas. Este es el mensaje que los dirigentes religiosos deberían comunicar según lo dispuso Dios, pero muchos lo han pasado por alto.
Los estudios médicos revelan los motivos que respaldan las firmes advertencias bíblicas contra el estilo de vida promiscuo. Según muchos informes, “el sida afecta a los hombres homosexuales y bisexuales más gravemente que a cualquier otro grupo”, y “también tienen un mayor riesgo de contraer otras enfermedades venéreas como sífilis, gonorrea y clamidia”. Cuando el VIH se introduce en el cuerpo, debilita el sistema inmune hasta destruirlo, lo que genera el sida y expone al individuo a otros trastornos e infecciones oportunistas: neumonía, tuberculosis, linfomas, sarcoma de Kaposi (cáncer de las paredes de los vasos sanguíneos), herpes zóster, encefalitis y demencia. También hay estudios que demuestran que cuantas más parejas sexuales se tengan, mayor es la posibilidad de infectarse con el VIH, con gran aumento del riesgo de contraer otras enfermedades infecciosas y morir prematuramente. Como el sida no tiene cura, las autoridades médicas reconocen la importancia de eliminar los comportamientos de riesgo y peligrosos: no tener varias parejas sexuales, no compartir agujas ni jeringas como las empleadas para inyectarse drogas, no tener relaciones sexuales con prostitutas, y estar conscientes de que las agujas de tatuaje pueden no estar estériles. Estos consejos médicos dan testimonio de la sabiduría de las antiguas instrucciones bíblicas donde se prohíben las conductas de alto riesgo y con consecuencias graves, como fornicación, adulterio, homosexualismo y otras actividades peligrosas.
La clara intención de muchos principios bíblicos es evitar los problemas antes de que ocurran. Proverbios 22:3 dice: “El avisado ve el mal y se esconde; mas los simples pasan y reciben el daño”. Desde la perspectiva de la salud pública, la mayor parte de las enfermedades se pueden evitar si nos adelantamos con medidas sabias de precaución, con el consiguiente ahorro de vidas y dinero.
Las Escrituras explican que Satanás ha engañado al mundo entero (Apocalipsis 12:9), y que muchos líderes están ciegos ante las soluciones correctas (Isaías 56:10; Mateo 15:14). En la actualidad los teólogos y pastores desconocen, en su mayoría, la función que podrían desempeñar en la prevención de enfermedades y la promoción de la salud, deberían enseñar a distinguir entre lo limpio y lo inmundo, tanto en los alimentos como en el comportamiento humano (Ezequiel 22:26).
Se acerca, sin embargo, el momento en el cual todo el mundo aprenderá a vivir conforme a las leyes de Dios, y se cosecharán los beneficios. La Biblia revela que “toda la creación gime” (Romanos 8:18-23) por ahora, pero que muy pronto habrá una “restauración de todas las cosas” (Hechos 3:19-21). Jesucristo volverá a la Tierra a establecer el Reino de Dios y desde Jerusalén se proclamará la ley divina a todo el mundo (Isaías 2:2-4; 9:6-7). En el Reino venidero, Iglesia y Estado se unirán (Apocalipsis 5:10). Jesucristo y sus santos enseñarán al pueblo a obedecer las leyes y estatutos de Dios (Isaías 30:20-21), y la humanidad verá en su propia vida los resultados extraordinarios de las conductas transformadas. La batalla contra la enfermedad se ganará, y las enfermedades comenzarán a desaparecer (Isaías 35:5-6; Jeremías 30:17). Todo esto suena increíble, pero es parte del verdadero evangelio, ¡las buenas noticias sobre el futuro y lo que en este nos espera! [MM]