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La historia recordará el 2020 como el año en que el mundo cambió dramáticamente, y a una velocidad impresionante. La enfermedad respiratoria que ahora se conoce como COVID-19, desde que se detectó por primera vez en Wuhan, China, se extendió a una velocidad alarmante por todo el mundo. El patógeno que la causa se identificó como un nuevo coronavirus porque ningún ser humano se había infectado antes, y en consecuencia, nadie había desarrollado inmunidad. Tal parece que su efecto catastrófico sobre la economía mundial seguirá un curso igualmente desconocido en la historia moderna.
Los hoteles han perdido gran parte de su clientela, los encuentros deportivos se cancelan, las aerolíneas cancelan vuelos y se han prohibido las reuniones con más de cierto número de personas; todo con miras a cuidar la salud pública. Ciudades enteras se han sometido al confinamiento, con penas considerables para quienes no cooperen con las autoridades. Los negocios se ven obligados a despedir empleados para mantenerse a flote, como resultado, la gente compra menos y las ventas bajan.
¿Qué ocurre cuando sectores enteros de una economía reducen drásticamente sus actividades o las suspenden del todo? Las economías de China, Europa y Norteamérica podrán contraerse en un 10 por ciento o más en estos meses. Los gobiernos se esfuerzan por compensar la pérdida de liquidez y, sin un gasto masivo de su parte, es posible que los ciudadanos no puedan hacer frente a la situación económica. Pero, al mismo tiempo, las rentas públicas para cubrir esos gastos han bajado a causa de la reducción en la actividad económica. Los déficits nacionales se están disparando, causando deudas nacionales sin precedentes.
Uno de los efectos más peligrosos del nuevo coronavirus es el síndrome de dificultad respiratoria aguda (SDRA), por el cual se acumula líquido en los alvéolos de los pulmones. Muchos pacientes con este síndrome requieren de un ventilador y la inserción de un catéter o tubo por las vías respiratorias, procedimiento que generalmente se realiza en la unidad de cuidados intensivos (UCI). El SDRA resulta mortal en muchos casos.
En lugares donde los recursos de tratamiento son limitados, los médicos se ven obligados a tomar decisiones muy angustiosas. A comienzos de la crisis, los médicos en Italia vieron que no tenían suficientes ventiladores para manejar las infecciones que aumentaban en forma exponencial, y se vieron ante la penosa necesidad de decidir quiénes vivirían y quienes morirían. Los fabricantes se han dedicado a producir más ventiladores, dada la demanda mundial, pero Italia no será la única que afronta este terrible dilema.
Con la multiplicación de las infecciones, la gran cantidad de personas que requerirán hospitalización y cuidados intensivos, fácilmente pueden llegar a colapsar los centros médicos. Es de vital importancia desacelerar la tasa de infecciones, moderando el pico pronunciado de la curva, lo que se ha llamado “allanar la curva”; con el propósito de asegurar que los recursos médicos puedan dar abasto para atender a todas las personas afectadas.
Ya muchos conocen algunas técnicas que sirven para allanar la curva. Una es guardar distanciamiento social, evitando el contacto con otras personas para dificultar la transmisión de la enfermedad. También ayuda la higiene personal practicada con diligencia, algo como lavarse bien las manos y evitar tocarse la cara si las manos no se han lavado antes.
Estas medidas no acaban con una pandemia, pero sí pueden ralentizarla, reduciendo así la carga sobre los recursos hospitalarios limitados, y dando a los centros médicos tiempo para prepararse a fin de poder recibir más y más pacientes. Igualmente dan más tiempo para que los investigadores busquen tratamientos, e incluso alguna cura. Los gobiernos grandes y pequeños han respondido imponiendo medidas de aislamiento en casa, en un esfuerzo por hacer frente a la crisis de salud que se les ha venido encima.
Con el cierre de las fronteras en la mayoría de los países, el comercio y demás actividades de negocios han caído en picada por todo el mundo, y se prevé una recesión mundial como una posibilidad muy real. Son circunstancias que históricamente han hecho surgir y caer naciones, y se ha sabido de gobiernos inestables que provocan conflictos militares a fin de distraer la atención del público sobre las difíciles situaciones internas. El resultado más oneroso y duradero de estas medidas quizá sea el aumento de la deuda soberana: la que un país debe dentro y fuera de sus fronteras. Los países más afectados ven aumentar rápidamente su deuda nacional, y muchos de ellos quedan limitados en su capacidad para atender las amortizaciones. Algunos economistas serios están proponiendo las formas de cancelar o perdonar grandes cuantías de deuda soberana. Unos inversionistas huyen a refugios seguros, como títulos del Tesoro, y otros retienen dinero efectivo; todo ello con la esperanza de mitigar el impacto económico.
La mayoría de los países procuran mantener a raya un problema de liquidez, que podría traer abajo las economías del mundo, como ocurrió en la gran depresión. Estados Unidos ha emprendido un programa financiero de múltiples miles de millones de dólares, y la Reserva Federal, así como los bancos centrales de otras naciones, toman medidas para reforzar los sistemas financieros. Es importante señalar que tales acciones no solo afectan la deuda nacional y el valor de las monedas, sino que buena parte del comercio internacional se realiza con dólares estadounidenses. Por esta razón, toda gran acción del Tío Sam traerá repercusiones globales.
China puso fuertes medidas para frenar la transmisión inicial del virus causante de la COVID-19. Pero la producción china provee una parte importante de la cadena mundial de suministros, y la interrupción de su producción interna ha repercutido en las economías de todo el mundo, causando interrupciones secundarias. China funciona con una economía planificada o centralizada que supone un crecimiento económico vigoroso, suposición que será menos segura en un mundo que cuestiona su dependencia de la producción china. La COVID-19 está generando una enorme e inesperada contracción económica. En el pasado, los economistas se han tranquilizado al ver las cuantiosas reservas en dólares que posee China, pero ahora les inquieta su enorme deuda, tanto interna como externa. Especialmente vulnerable es el sistema bancario chino.
Algunas naciones están viendo en sus habitantes el deseo de repatriar las cadenas de suministros nacionales para depender menos de la mano de obra y los bienes chinos de bajo costo. Si bien tales movimientos podrían tener un impacto masivo en la propia China, el hecho de que la nación haya jugado un papel central en gran parte de la producción mundial, hace que los efectos globales finales de los esfuerzos de repatriación, tanto económicos como políticos, sean difíciles de predecir.
En cierto sentido, la economía mundial tiene su propio virus, al punto que ya no viene al caso preguntar si está enferma, sino cuándo se enfermará, y cuánto tiempo tardará en recuperarse. Por ahora, las economías nacionales se encuentran en cuidados intensivos financieros. La historia es clara: Tiempos como este son más que propicios para un liderazgo carismático que meta la mano y asuma el control de países enteros. Un líder muy fuerte que prometa aliviar los efectos de este fenómeno podría hacerse presente, y adquirir un gran poder en muy poco tiempo, especialmente si la economía no se restablece pronto, sino que entra en una fase de convalecencia prolongada; como ocurrió luego de la crisis del 2008.
A los líderes de las naciones les esperan decisiones difíciles, por cuanto las medidas vigorosas contra el virus deprimirán inevitablemente las economías. Cuando la curva de infección de la pandemia COVID-19 se haya allanado lo suficiente para que los centros médicos puedan manejar el número de pacientes, los políticos sin duda se ocuparán en restablecer la economía. Esto significará poner término o recortar muchos aspectos de las medidas de distanciamiento social, permitiendo que todas o muchas personas regresen al trabajo. Recordemos, sin embargo, que una curva de infección allanada no necesariamente indica que se va a infectar menos gente, sino que las infecciones se van escalonando con el tiempo. Esto significa que seguirán presentándose nuevas infecciones durante períodos más largos, y que pueden ocurrir muchos millones más de casos. ¡Nos esperan tiempos realmente difíciles!
Todas las naciones están jugando con las cartas que esta pandemia les ha dado… pero la baraja está repleta de cartas inesperadas. No se sabe qué harán las grandes economías ante más perturbaciones, pero esta revista mantendrá a sus lectores bien informados de lo que signifique todo ello. [MM]