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La COVID-19 ha llevado a los virus a primera plana de todos los medios noticiosos. ¿Cuántos entendemos lo que es en realidad un virus? ¿Es algo viviente, o no? ¿Cómo funcionan los virus? ¿Qué lugar ocupan dentro de la creación de Dios?
Es claro que el Dios Todopoderoso aún no nos ha revelado todos los detalles de su maravillosa creación: “Gloria de Dios es encubrir un asunto” (Proverbios 25:2). Sin embargo, podemos entender mucho sobre estos adversarios microscópicos que tantas y tan graves noticias han producido. Aunque los detalles de su origen continúan siendo un misterio, su papel actual en nuestro mundo es demasiado claro y doloroso. Con todo, pueden ser indicio de algo más.
¡Ahondemos un poco!
¿Tienen vida los virus? Depende de lo que entendamos por “vida”. Los virus en general no satisfacen todos los criterios de los biólogos para determinar si algo tiene vida, aunque algunos debaten el punto.
Las bacterias, organismos microscópicos de una sola célula, poseen atributos que se asocian claramente con la vida. Por ejemplo, pueden metabolizar alimentos para generar energía y pueden reproducirse. Los virus no pueden cumplir plenamente ninguna de estas funciones, y requieren de la maquinaria de una célula huésped que provea energía para que su maquinaria funcione y forme más virus.
Esta segunda función, la de aprovechar las células del huésped para reproducirse, es la que hace de los virus una calamidad para los seres humanos.
En cierta forma, el éxito de los virus pone de relieve el ingenioso diseño del sistema operativo de la vida, y el poder del lenguaje de programación representado por el código genético de la vida. Así como los lenguajes de computación ideados por seres humanos, digamos, C++ o Java, sirven para cumplir una gran variedad de funciones, también el código genético expresado en las moléculas de ADN y ARN cumple múltiples finalidades. (Para más detalles, vea el artículo: El milagro del ADN en nuestra edición de marzo y abril del 2015). Los virus, como los virus en una computadora, transportan nuevos bits de código que “reprograman” una célula y la convierten en una fábrica de virus.
La estructura básica de los virus, en su mayoría, es sencilla: una cubierta de proteína llamada la cápside, y dentro de la cápside hebras de ADN o ARN. Aunque la estructura es sencilla, el mundo de los virus deslumbra por la enorme variabilidad que presenta. Unos virus son simples, como el coronavirus que causa la COVID-19. Su estructura es solo una esfera rodeada de proyecciones de proteína que le dan su nombre de corona. Las proyecciones se unen a receptores en ciertas células de nuestro cuerpo y así le dan al virus acceso al interior de esas células.
También hay virus de estructura más compleja. Por ejemplo, los bacteriófagos o virus que infectan a las bacterias, se confundirían fácilmente con arañas en un planeta extraño, con patas largas y una envoltura de proteína que se asemeja a un tallo sobre el cual se sostiene una gran cabeza.
Todos los virus, cualquiera que sea su estructura, cumplen, en esencia, la misma función: lograr acceso a la maquinaria interior de la célula huésped e insertar una programación nueva para crear más virus.
La nueva programación da a la maquinaria celular la orden de crear sin tregua copias del virus, proceso que frecuentemente hace que la célula reviente y libere nuevos ejemplares del virus, listos para infectar más células. Antes de morir, una célula puede servir al virus para producir decenas de miles de nuevos virus.
El sistema inmunológico de los seres humanos está diseñado para combatir a estos invasores, ya sea capturando y destruyendo directamente los virus, o destruyendo las células de las que se han apoderado. (Puede ver más información sobre nuestro maravilloso sistema inmunológico en el artículo: Guerra bajo nuestra piel, en la edición de julio y agosto del 2018; accesible en línea en nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org). La batalla entre los virus y el sistema inmunológico puede causar mucho daño colateral y, en algunos casos, los efectos más nocivos de una infección, son precisamente los efectos colaterales de la batalla.
Las nuevas cepas de los virus surgen de diversas maneras. Si un huésped está infectado con más de un tipo de virus, los genes de los virus pueden intercambiarse y formar así un virus enteramente nuevo. El organismo del cerdo, en particular, es un medio biológico óptimo para la mezcla de virus, y se cree que la cepa H1N1, causante de una pandemia de fiebre porcina en el 2009, fue el producto de un intercambio entre los virus de seres humanos, aves y cerdos.
Es así como los virus mutan. Pero hay un misterio mayor: ¿Dónde se originaron? La pregunta es desconcertante para los científicos. Los virus representan un desafío a los intentos por explicar su origen biológicamente dentro de la teoría neodarwiniana de la evolución. Hay quienes ven la sencillez de los virus como evidencia de que tuvieron que evolucionar antes de las células, y otros señalan el problema de tipo el huevo o la gallina que esto representa: ¿Cómo pudieron existir los virus antes de las células si no pueden reproducirse sin las células?
En realidad, los virus continúan siendo un misterio aun para quienes reconocen que el origen del mundo se remonta a un Creador omnipotente. ¿Para qué creó Dios los virus? No sería razonable pensar que nuestro Creador los hizo con la intención de que sencillamente hicieran daño, y menos si recordamos que antes de descansar de sus obras de creación, “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Se han propuesto varias explicaciones que pueden concordar con la Palabra de Dios. Por ejemplo, la capacidad viral de inyectar material genético no es nociva en sí. Efectivamente, muchos investigadores médicos exploran los virus como medio para insertar información genética valiosa en pacientes que requieren terapia génica. Es posible que ciertos mecanismos y estructuras parecidas a los virus hayan cumplido una función de mantenimiento o reparación en el diseño de la vida. Pero esto es simple especulación. Mucho de lo que ignoramos acerca del mundo se revelará algún día, porque por ahora solo “en parte conocemos” (1 Corintios 13:9).
Cualquiera que fuera el efecto valioso que los virus pudieran tener en el extraordinario orden natural creado por Dios, la maldición que nuestros primeros padres trajeron sobre el mundo a causa de su pecado tuvo repercusiones en toda la creación. Como les explicó Dios a Adán y a Eva, el mundo manchado de pecado no sería agradable para ellos. La tierra no daría solo alimento sino también “espinos y cardos” (Génesis 3:18), al convertirse en un medio hostil sometido a “la esclavitud de corrupción” (Romanos 8:21), un mundo “rojo de diente y garra”, en las famosas palabras del poeta inglés Lord Alfred Tennyson.
Cualquiera que fuera la valiosa función cumplida por los virus en el orden natural, parece que ya no la cumplen, o al menos no sin un gran costo. Pero el mundo no siempre estará colmado de dolor y sufrimiento. Dios nos dice en las palabras del profeta Isaías que se avecina un tiempo mejor. Predadores y presa dejarán de ser enemigos y que pacerán juntos en paz. Y la creación misma se transformará para vivir la paz que ahora la elude: “La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid” (Isaías 11:7-8). Respecto de ese tiempo, el Eterno declara: “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la Tierra será llena del conocimiento del Eterno, como las aguas cubren el mar” (v. 9).
Vendrá un día cuando las oleadas infecciosas de enfermedades virales cederán ante la proliferación de algo mucho más poderoso: el poder sanador de Dios y la gloriosa esperanza de un mundo sin enfermedades, bendición que saldrá desde el trono de Dios y Jesucristo el Cordero (Apocalipsis 22:1-3). ¡Que Dios apresure la llegada de ese día! [MM]