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El día en el que entré al juzgado del pequeño pueblo sureño donde crecí, fue muy. ¡A los 14 años, iba a tomar el examen para obtener mi permiso de conducir! Mientras esperaba mi turno, caminé por el viejo edificio con sus techos altos y pisos que chirriaban. Esta fue la época en que el Sur estaba segregado racialmente y en un rincón vi dos fuentes de agua idénticas, una al lado de la otra. En un letrero decía: "Solo para blancos" y el otro decía: “Solo para personas de color”. Me di cuenta de que estaba en un edificio donde se suponía que la justicia se impartía por igual, pero frente a mí había un claro ejemplo de discriminación basado en la raza, en algo tan básico como una fuente de agua potable. Mi conciencia de la división racial se agudizó ese día.
Luego, en mayo de 1955, la Corte Suprema de los Estados Unidos dictó un caso histórico que declaró inconstitucional la segregación racial en las escuelas públicas. No hubo un gran alboroto, pero la comprensión de que se avecinaban grandes cambios se apoderó de la población. Con el tiempo, ocurrieron grandes trastornos, comenzando con la integración de Central High School en Little Rock, Arkansas en septiembre de 1957. El presidente Eisenhower llamó a la Guardia Nacional para asegurar la paz y lograr la admisión de nueve estudiantes negros.
Agraciadamente, esos días han quedado atrás y como nación se ha avanzado mucho en el ámbito de la educación, los deportes y la política. Sin embargo, y por desgracia, todavía existe tensión racial en los EE. UU.
Cuando pensamos en la discriminación en el trato con nuestros semejantes, hay instrucciones específicas en la Biblia que, habrían evitado que ocurriera. En la antigüedad, cuando Moisés sacó a los israelitas de la esclavitud en Egipto, Dios dio la siguiente instrucción: “La misma ley será para el natural, y para el extranjero que habitare entre vosotros.” (Éxodo 12:49). No había lugar para la discriminación ahí.
Más tarde, en el libro de Levítico, se repitió la instrucción. “Un mismo estatuto tendréis para el extranjero, como para el natural” (Levítico 24:22). Este es un tema recurrente porque en el libro de Números también dice: “Una misma ley y un mismo decreto tendréis, vosotros y el extranjero que con vosotros mora” (Números 15:16).
No es sólo el Antiguo Testamento donde se aclara esto. Jesucristo lo explicó, respondiendo a una pregunta desafiante en el Evangelio de Mateo: "Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:36–39).
En el pozo de Samaria, Jesús le pidió a una mujer agua para beber. “La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (Juan 4:9). “Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; más el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:13–14).
Actualmente solo hay una fuente de agua en el antiguo palacio de justicia. Como país, hemos aprendido mucho y progresado mucho en las relaciones raciales. Hay más por hacer, pero las “aguas vivas” que Jesús le ofreció a la mujer en el pozo están disponibles para todos si están dispuestos a aceptar el camino de vida que proclamó el Mesías.
Las “aguas vivas” —las Verdades de la Biblia— están disponibles para usted en los programas, revistas y folletos ofrecidos por El Mundo de Mañana y la Iglesia del Dios Viviente de forma gratuita. También asegúrese de consultar "Los pecados de racismo, anarquía y secularismo" en la edición de Marzo y Abril de 2018 de la revista El Mundo de Mañana