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Espadas para azadones

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¿Habrá alguna dimensión ausente en la búsqueda de la paz mundial? ¡La Biblia revela claves importantes!

¿Por qué es tan difícil la búsqueda de la paz mundial, y por qué deja tanta frustración? ¿Qué pasa con los esfuerzos de diplomáticos, religiosos, políticos, ejércitos y millones de manifestantes? ¿Por qué no han servido para alcanzar la paz mundial? ¿Por qué no ha logrado la Organización de las Naciones Unidas promover una verdadera unidad entre las naciones y pueblos del mundo? ¿Qué hace falta en los esfuerzos humanos para acabar con los choques, la violencia y las guerras que siguen estallando en todo el globo? ¿Habrá algún camino que lleve a la verdadera paz en la Tierra?

Para sorpresa de los escépticos y los intelectuales seculares, la Biblia revela una dimensión que ha faltado en la búsqueda de la paz. Los hechos históricos ilustran las graves consecuencias por ignorar esta información esencial. Aunque muchos suponen que es imposible prever el futuro con seguridad, las profecías bíblicas revelan claramente como llegará la paz en la Tierra. Cuando todos comprendan lo que la Biblia revela sobre el verdadero camino hacia la paz, ¡podrá haber una esperanza real para el futuro!

El siglo más sangriento

Por miles de años la violencia y la guerra han sido azotes para la humanidad, y los más recientes se han contado entre los más violentos de todos. El destacado historiador inglés Niall Ferguson, señaló: “El siglo veinte fue el más sangriento en la historia… entre 167 y 188 millones de seres humanos murieron por la violencia organizada” (Política exterior, septiembre y octubre del 2006). Continúa: “La Segunda Guerra Mundial que cobró unos 55 millones de vidas, fue la catástrofe generada por el hombre más grande de todos los tiempos” (Guerra del mundo). Y se pregunta: “Qué hizo al siglo veinte… tan sangriento? Después de todo, los cien años que siguieron al año 1900 fueron una época de progreso sin igual, testigos de una explosión de conocimientos y avances en la tecnología; en los cuales la esperanza y la calidad de vida alcanzaron, para muchos, grandes beneficios sin precedentes” (ibídem).

En la búsqueda de las causas de la violencia en la época moderna, este destacado profesor señala: “Sería de esperar que semejante prosperidad eliminara las causas de la guerra. Con todo, la peor violencia en el siglo veinte tuvo que ver con los países relativamente prósperos” (Política exterior, misma edición). Después de evaluar los factores que más comúnmente se proponen como causas de la guerra y la violencia: La presencia de armas más destructoras, crisis económicas, el surgimiento de dictadores megalómanos y de ideologías extremistas, “nadie puede explicar de modo convincente por qué razón un conflicto letal ocurrió en determinado lugar y momento” (ibídem).

En el análisis de Ferguson, las tres raíces de la violencia en el siglo veinte fueron el surgimiento de conflictos étnicos, la volatilidad económica, que significa la rápida o lenta expansión de las economías que desestabilizan a las sociedades; y el ocaso de los imperios.

Este autor no es el único que reconoce que estos factores han venido surgiendo en el escenario mundial, y advierte que si la historia del siglo veinte es un indicador, entonces el frágil edificio de la civilización puede derrumbarse muy rápidamente.

Ferguson termina su erudito estudio de la guerra con estas palabras: “Evitaremos otro siglo de conflictos solamente si entendemos las fuerzas que causaron el último; las fuerzas oscuras que invocan conflictos étnicos y rivalidades imperiales a raíz de crisis económicas, y que al hacerlo niegan nuestra común humanidad. Son fuerzas latentes en todos nosotros”.

La terrible lección del siglo veinte es que todavía no hemos comprendido las verdaderas causas de la guerra, ¡ni la manera acertada de alcanzar la paz en la Tierra!

Sueños fallidos

El siglo más sangriento del mundo fue testigo de reiterados esfuerzos sin precedentes por eliminar la guerra y promover la paz, pero ninguna de las estrategias ideadas por los hombres logró la meta final: la paz mundial. En los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, llamada “la guerra que pondrá fin a todas las guerras”, y también “la guerra para hacer un mundo seguro para la democracia”, dirigentes políticos de América y Europa formaron la Sociedad de las Naciones “para garantizar la cooperación internacional y lograr la paz y la seguridad internacionales” (La civilización pasada y presente, págs. 762-763). La Sociedad de las Naciones “fue el primer intento sistemático y deliberado para crear una entidad diseñada para prevenir la guerra y promover la paz” (ibídem, pág. 764).

Los esfuerzos de los dirigentes mundiales para formar y sostener la Sociedad “nacieron del deseo de todos los pueblos en todo el mundo de evitar la guerra para siempre” (Enciclopedia mundial, edic. 50, vol. 12). Sin embargo, los Estados Unidos rehusaron unirse a la organización, otras naciones se negaron a cooperar con esta experiencia internacional y la Sociedad de las Naciones resultó incapaz de mantener la paz en el mundo y evitar que estallaran nuevas guerras.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las naciones del mundo hicieron otro intento por evitar la guerra y promover la paz. En 1945, los países más poderosos formaron la Organización de las Naciones Unidas, con objetivos muy similares a los que tuvo la fallida Sociedad de las Naciones. Como bien lo observó Dwight Eisenhower, general y presidente de los Estados Unidos: “Con todos sus defectos, con todos sus fracasos… la ONU sigue representando la esperanza mejor organizada del hombre para reemplazar el campo de batalla por la mesa de negociaciones” (ibídem). Sin embargo, en los 79 años desde su fundación, la ONU no ha hallado el camino a la paz ni ha podido eliminar las causas de la guerra. Ni las rondas interminables de negociaciones, ni las decenas de intentos en que se despachan fuerzas de paz de la ONU a zonas en conflicto, han podido resolver el problema de la guerra.

En el siglo veinte las dos guerras mundiales estallaron en Europa, con participación, en principio, de las potencias europeas. Pensando en estos antecedentes, los líderes de mayor visión en Europa han procurado unir a las naciones europeas con tratados y acuerdos comerciales, y formando las estructuras gubernamentales transnacionales que constituyen la Unión Europea; entre estas: La Comisión Europea, el Parlamento Europeo, el Tribunal Europeo, el Banco Europeo y los comienzos de un ejército europeo.

La meta es vincular a las naciones firmantes dentro de la Unión Europea con miras a prevenir otra guerra en ese Continente. Sin embargo, la UE no pudo impedir la guerra genocida en los Balcanes. La UE tampoco ha podido impedir que el terrorismo internacional golpee sus naciones.

Pese a un siglo de empeño para hallar maneras de promover la paz mundial, somos testigos del surgimiento de un choque de civilizaciones, en el cual extremistas musulmanes violentos se enfrentan a las llamadas naciones cristianas del mundo occidental. Mientras muchos pueblos anhelan la paz, Ferguson señala: “Ahora está en ciernes otro conflicto mundial, y el polvorín que podría hacerlo estallar parece situarse en el Oriente Medio” (ibídem).

Dimensión vital pero ausente

¿Qué ha pasado con los esfuerzos de tanta mente brillante, empeñada diligentemente en evitar más conflictos violentos y en promover la paz? ¿Por qué han fracasado sus intentos por alcanzar metas tan nobles? ¿Hay acaso alguna dimensión vital que los dirigentes políticos y religiosos del mundo no han captado o no han entendido? Por increíble que parezca a las mentes de orientación secular, la Biblia revela por qué los seres humanos han luchado en vano por hallar el camino a la paz.

Hace mucho tiempo, el profeta Isaías lanzó esta grave advertencia a quienes rechazan el consejo del Dios Eterno: “No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas; cualquiera que por ellas fuere, no conocerá paz” (Isaías 59:8).

Han pasado más de 2.500 años, desde que el Dios verdadero del Universo explicó cómo los esfuerzos por lograr la paz, y evitar los conflictos por medios puramente humanos, sean diplomáticos, tratados, manifestaciones, intervenciones armadas, intentos de disuasión nuclear u organizaciones internacionales para fomentar la cooperación; fracasarían si dejaban por fuera una dimensión vital que Dios ha revelado en las Escrituras.

Esta clave imprescindible para la paz se explica en palabras del rey David de Israel, a quien Dios se refirió como un “varón conforme a mi corazón” (Hechos 13:22). David afirmó claramente: “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Salmos 119:165).

Siglos después, el profeta Isaías reiteró esta misma clave vital: “El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32:17). La Biblia explica que justicia implica obedecer las leyes y los mandamientos de Dios (Salmos 119:172). Pero esta dimensión vital, esta necesidad de obedecer las instrucciones divinas sobre la manera de llegar a la paz, no forma parte del pensamiento de los dirigentes políticos ni religiosos del mundo.

Dios advirtió una y otra vez que la nación de Israel cosecharía graves consecuencias por “dejar al Eterno tu Dios, y no temblar ante mí” (Jeremías 2:19, Biblia de Jerusalén). Los profetas amonestaron a los dirigentes religiosos por no enseñar el verdadero camino a la paz, observando que “desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores. Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz” (Jeremías 6:13-14; 8:11).

Pontífices y predicadores encienden velas y dirigen oraciones por la paz y la victoria en el combate, sin explicar lo que la Biblia revela acerca del camino que lleva a la paz; que la única manera de evitar las guerras y de promover la paz implica aprender a obedecer las leyes de Dios. Isaías también profetizó de un tiempo cuando los “embajadores darán voces afuera; los mensajeros de paz llorarán amargamente” por el fracaso en sus esfuerzos por evitar las guerras y promover la paz (Isaías 33:7).

Difícilmente se pueden describir mejor las tragedias del siglo veinte que con estas palabras de Isaías, porque empresas tan grandes e inigualadas como la Sociedad de las Naciones y las Naciones Unidas fracasaron en sus intentos para evitar los decenios más sangrientos de la historia universal.

Cómo vendrá la paz

¿Estaremos condenados a padecer interminables conflictos y derramamiento de sangre entre las naciones y pueblos del mundo? ¿Habrá alguna esperanza real de paz en la Tierra? Insistimos, la Biblia revela respuestas extraordinarias, que pocos dirigentes religiosos explican y quizá no entienden o no creen. Las Escrituras afirman claramente que Jesucristo va a regresar a la Tierra (Mateo 24:30-31; Juan 14:3; Hechos 1:6-11; Apocalipsis 3:11). Pondrá sus pies en el monte de Los Olivos (Zacarías 14:1-4) que domina sobre Jerusalén.

Regresará en un momento cuando las naciones del mundo estarán envueltas en una lucha mundial que, de no detenerse a tiempo, acabaría por exterminar al género humano (Mateo 24:6-8; 21-22). A su regreso, Jesucristo asumirá el control de los reinos de la Tierra y establecerá un gobierno mundial que comenzará en Jerusalén y se extenderá por toda la Tierra (Apocalipsis 11:15-19; Isaías 2:2-4).

Esta es una parte fundamental del evangelio que Jesús proclamó en su primera venida. Para una mayor comprensión sobre este importante tema, le invitamos a leer nuestro folleto: ¿Conoce usted el verdadero evangelio? Puede descargarlo desde nuestro sitio en la red: www.elmundodemanana.org.

La Biblia predijo desde hace muchos años que vendría un “Reino de Dios”, en el cual los santos gobernarían en la Tierra junto con Jesucristo (Daniel 7:27; Mateo 19:18; Apocalipsis 5:10).

La Biblia define a los santos como quienes “guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12), los que han sido llamados y preparados para enseñar a obedecer las leyes de Dios en esta vida física. En esta forma, comenzarán a explicar las leyes de Dios a todos los seres humanos, y le mostrarán al mundo el camino que lleva a la paz verdadera. Veamos lo que escribió el profeta Isaías: “De Sion [Jerusalén] saldrá la ley… Y juzgará entre las naciones… y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:3-4). La Biblia revela claramente que llegará un día cuando no habrá más academias militares, fuerzas armadas, industrias bélicas ni comerciantes en armas. ¡Todo eso quedará consignado en las páginas de la historia cuando regrese nuestro Salvador!

Jesucristo, gobernando como el Príncipe de Paz, establecerá el gobierno de Dios en la Tierra, y dará comienzo a una era de paz que durará para siempre. Isaías consigna esta profecía inspiradora: “Lo dilatado de su Imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su Reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre” (Isaías 9:7). La Biblia revela que el camino que lleva a la paz verdadera implica enseñar a la gente a vivir conforme a las leyes inmutables de Dios. Aprenderán que no se puede matar, robar, mentir, codiciar ni violar… ni siquiera en nombre de la religión (Éxodo 20:12-17).

Aprenderán que no se puede consentir en el odio ni la discriminación, y aprenderán a ponerse de acuerdo en momentos de roce, en vez de recurrir a la guerra (Mateo 5:21-26; 18:15-20).

La gente aprenderá que la sed de venganza no es un recurso que lleve a la paz (Mateo 5:38-48). En el Reino y el gobierno venidero de Dios, las leyes divinas no se dejarán de lado como conceptos de mentes simplistas, sino que estarán respaldadas con amor, pero también con firmeza por el poder de Dios (Salmos 2:7-9; Apocalipsis 2:27). La Biblia revela que es así como las espadas acabarán por convertirse en azadones, y es así como la Tierra conocerá por fin la paz verdadera.