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¿Cuántos de nosotros damos por sentado a las aves? Cuando están cerca, oímos su canto y nos fijamos en su revoloteo. Cuando migran por una temporada, rara vez notamos su ausencia. Sin embargo, muchas aves migran miles de millas (o kilómetros) dos veces al año, regresando al mismo lugar del que partieron seis meses antes. Algunas especies de colibríes (aproximadamente del tamaño de un higo pequeño) migran más de 3.000 millas (5.000 kilómetros) desde México y Centroamérica hasta Alaska dos veces al año, ¡volando 500 millas (833 kilómetros) al día (LearningBirdWatching.com)! Sin embargo, ¿cómo logran estas diminutas criaturas navegar con tanta precisión sin satélites, algunas de las cuales regresan a escasos centímetros del lugar del que partieron meses antes (The Guardian, 30 de marzo de 2025)?
Curiosamente, muchas aves migratorias viajan de noche o solas, por lo que no aprenden habilidades de navegación de sus padres. Como ha descubierto el creciente campo de la migración de las aves: “Estas aves usan el campo magnético de la Tierra para encontrar su camino, y es probable que al menos parte del mecanismo biológico que les permite hacer esto puede explicarse a través de la mecánica cuántica”. Los científicos aún están perfeccionando sus teorías, pero muchos creen estar cada vez más cerca de comprender cómo las aves utilizan los campos magnéticos para geolocalizarse. Como dijo un científico al intentar explicar esta fenomenal hazaña: “equivale a una hazaña increíble de detección cuántica”, una hazaña que ni siquiera se logra en un laboratorio de alta tecnología, “sino en el entorno orgánico desordenado de un ojo de pájaro”.
Mientras los científicos se esfuerzan por entender la increíble tecnología molecular y celular presente en la biología de las aves, se aferran a la idea errónea de que esta tecnología, muy superior a cualquier cosa que los seres humanos hayan desarrollado hasta ahora, ocurrió por medio de fuerzas aleatorias y sin guía. Una vez más, se atribuye a la evolución mucha más inteligencia que a los seres humanos, lo cual tiene poco sentido y contradice la evidencia. ¿Hasta cuándo la humanidad negará “las cosas invisibles” de un Dios real que se ven claramente en toda su creación (Romanos 1:20)? Para aprender más sobre la desconcertante complejidad de la creación de Dios, lean “¡El gran milagro del colibrí!”