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Hace poco más de dos semanas, el huracán Dorian de categoría 5, devastó las islas del norte de las Bahamas. “Dorian ha sido el huracán más poderoso que se ha registrado en las Bahamas, con ráfagas de viento que superaron los 320 kilómetros por hora (200 mph)” (Deutsche Welle, 7 de septiembre de 2019). Informes recientes indican que unas 50 personas han perdido la vida, y se espera que ese número aumente.
De acuerdo a las Naciones Unidas, unas 70,000 personas necesitan alimentos y refugio (BBC, 9 de septiembre de 2019). La devastación es extrema y de gran alcance. “Mark Green, jefe de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), dijo que había sido ‘golpeado por la naturaleza de la devastación’ en los Ábacos, y que algunas zonas parecían ‘como si se hubiese arrojado una bomba nuclear’”. Los residentes informan que no hay alimentos, agua, medicamentos, ni combustible.
La totalidad de la destrucción en las islas Ábacos es alarmante y desgarradora, y el hecho de que en pleno siglo XXI aún experimentamos tal devastación a pesar de nuestras capacidades de construcción modernas, es un recordatorio del poder de los fenómenos naturales. Las tormentas como el huracán Dorian, deberían motivarnos a recordar y a orar por los que sufren. Estos desastres también nos dan una idea de la devastación mucho más extensa que impactará al mundo en los años previos a la segunda venida de Cristo, un tiempo en el que “quebrantamiento vendrá sobre quebrantamiento" (Ezequiel 7:26). Para una mayor comprensión de ese futuro profetizado y las razones por las cuales vendrán tales desastres, lean “¿Por qué tantos desastres climáticos?”