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En abril, la prestigiosa revista The Economist publicó un artículo titulado: “La evidencia para respaldar las transiciones de género medicalizadas en adolescentes es preocupantemente débil”. El artículo revisó los estudios de investigación actuales y destacó las tendencias en el tratamiento. Un hallazgo importante fue que estos tratamientos de transición rara vez son cuestionados en los Estados Unidos. Sin embargo, en muchas naciones europeas, existen graves dudas y muchas preocupaciones sobre la llamada “terapia de transición de género”.
Un estudio de la investigación revela importantes preocupaciones sobre los procedimientos ya que muchos estudios que proponen evaluar los tratamientos de "transición de género" tienen fallas significativas. Esto incluye un estudio que pretendió encontrar pocos efectos secundarios con los procedimientos de “transición”, pero que no examinó si la terapia era siquiera efectiva. Otros estudios muestran reiteradamente que esta “terapia” tiene efectos perjudiciales. Aunque la investigación es actualmente limitada, tres estudios recientes demostraron que de aquellos que comienzan la “terapia de transición de género”, entre el 7 al 30 por ciento optan por detener la terapia antes de que se complete. La idea central del artículo de The Economist es cuán agresivamente medicalizada, la llamada “afirmación de género” está siendo impulsada por los defensores, incluso dentro de las instituciones profesionales, a pesar de su claramente cuestionable efectividad y de los resultados desconocidos a largo plazo.
La sociedad actual parece decidida a promover prácticas sin considerar sus consecuencias o incluso su moralidad. Los médicos, que una vez tuvieron la tarea de “no hacer daño”, parecen haber dejado de lado esa filosofía. Sin embargo, como Isaías profetizó acerca de la sociedad al fin de esta era: “Toda cabeza está enferma” (Isaías 1:5). En última instancia, vemos en la medicina moderna, y en la sociedad en general, un paralelo con la moralidad degradada de los antiguos pueblos israelitas anteriores a la monarquía: “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 17:6). Sin la brújula moral de la Biblia y una sumisión a la autoridad y el liderazgo de Dios, no existe una fuente central para el bien y el mal. No debería sorprendernos lo que estamos viendo. Esta es solo una razón más por la que necesitamos el regreso del mismo Dador de la Ley, Jesucristo, para corregir esta trágica situación. Para más información, vean “El colapso de la moral humana”.