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El rey David, poeta y guerrero de la antigua Israel, contempló el cielo nocturno y exclamó: "Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la Luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?" (Salmos 8:3-4).
Cuando hacemos una pausa para contemplar la inmensidad impresionante del Universo, es apenas natural preguntarnos: ¿Cuánto medirá la obra creada que nos rodea? ¿Qué lecciones tiene para nosotros?
Aun si consideramos únicamente lo que está al alcance de nuestra vista en el cielo nocturno, ¡el tamaño del Universo es pasmoso! Lejos de las luces de la ciudad, en una noche sin nubes y sin Luna, los astrónomos estiman que el ojo ve entre 3.000 y 5.000 estrellas: joyas relucientes contra un fondo de terciopelo negro. La mayoría son estrellas como nuestro Sol, pero varían en su tamaño, color y características. Algunas tienen sistemas planetarios semejantes a nuestro sistema solar.
Como si fuera poco, ¡el Universo no se limita a lo que podemos ver! La Vía Láctea, banda de luz tenue y borrosa que se extiende de un horizonte a otro, ofrece al observador nocturno una leve idea de la vastedad del cosmos. Esa banda es lo que alcanzamos a captar, mirando a través de nuestra propia galaxia, de una vasta colección de estrellas, nébulas gaseosas y otros objetos cósmicos esparcidos en una distancia de 100.000 años luz. ¡Es decir, que un rayo de luz tardaría mil siglos en viajar de un extremo a otro!
Los científicos estiman que nuestra galaxia tiene 100 mil millones de estrellas ¡o más! Si ella sola constituyera la totalidad del Universo, ¡habría más de una estrella por cada ser humano que alguna vez pisó la Tierra!
Y sin embargo, la creación de Dios es muchísimo más que eso. Cuando los astrónomos apuntan su telescopio en cualquier dirección, encuentran incontables galaxias más allá de la Vía Láctea, que es la nuestra. Allá en las lejanías inconcebibles del espacio intergaláctico, algunos calculan que en el Universo hay 100 mil millones de galaxias, que en conjunto contienen hasta trescientos mil trillones de estrellas, es decir, un 3 seguido de 23 ceros: 300.000.000.000.000.000.000.000.
Una cifra así nos lleva a los límites de la imaginación y excede nuestra capacidad de visualizar. Ya es bastante difícil imaginar algunos fenómenos terrestres, como los granos de arena en las playas de nuestro planeta. Un cálculo serio dice que son alrededor de 7,5 trillones de granos. De acuerdo con este cálculo, habría que sumar las playas de 40.000 planetas Tierra para dar un número de granos de arena igual a las estrellas en el cosmos. ¡Todo esto en un Universo cuyo diámetro se estima en 91 mil millones de años luz!
¡Nadie puede dudar de la enormidad de nuestro Universo!
Dado el alcance de tan vasta creación, ¿qué nos revela al respecto el Creador? El apóstol Pablo dice lo siguiente de quienes niegan su existencia: "Las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa" (Romanos 1:20).
Ciertamente, considerando la inmensidad del cosmos, y la colección de estrellas y mundos que se presentan a nuestros ojos en el cielo nocturno, así como la grandeza inconmensurablemente superior que queda más allá de lo visible, nos sentimos humillados pensando en las palabras de las Sagradas Escrituras: "Él [Dios] cuenta el número de las estrellas; a todas ellas llama por sus nombres" (Salmos 147:4). ¡Llama a todas por su nombre! Sin duda, "grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su entendimiento es infinito" (v. 5).
Si la creación es grande, ¡cuánto más grande ha de ser el Creador! No olvidemos que la gloria revelada en las obras de sus manos ¡escasamente da una mínima idea de la verdadera gloria del Dios Todopoderoso! Así lo dice el patriarca Job: "He aquí, estas cosas son solo los bordes de sus caminos; ¡y cuán leve es el susurro que hemos oído de Él! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender?" (Job 26:14).
Así como la escala y alcance de nuestro cosmos increíble nos mueve a preguntarnos sobre Dios, también debe movernos a preguntar sobre el lugar que ocupamos en tal extensión. Como se dijo antes, el rey David se preguntó acerca del amor y el cuidado de Dios por el hombre. "Lo coronaste de gloria y de honra", dijo. "Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies" (Salmos 8:5-6).
¿Acaso tal dominio concedido a la humanidad sobre las obras de las manos divinas incluye toda la extensión del Universo, tan vasto que parece interminable… estrella sobre estrella y mundo sobre mundo más allá de nuestro planeta? ¡Así es! El apóstol Pablo, citando y reflexionando sobre las palabras de David, dijo esto de nuestro destino como hijos de Dios: "En cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas" (Hebreos 2:8).
Aquellos mundos al alcance de nuestra vista, y los que se encuentran mucho más allá de lo que logramos captar en el cielo tachonado de estrellas, serán nuestros en herencia, para desarrollarlos y hermosearlos para la gloria de Dios, ¡como hijos en la Familia de Él! ¡La inmensidad del Universo nos dice que al hombre le espera un destino más allá de todo lo imaginable!
Reflexionando sobre una fotografía tomada por la lejana nave espacial Voyager 1, en la cual aparecía la Tierra como un punto azul pálido contra el enorme vacío oscuro del espacio, el famoso astrónomo Carl Sagan escribió: "Nuestra actitud prepotente, nuestra importancia imaginada, la ilusión de que ocupamos alguna posición privilegiada en el Universo, se sacude ante ese puntito de luz pálida. Nuestro planeta es una mota en medio de la gran oscuridad cósmica que lo rodea. En nuestras tinieblas, en semejante enormidad, no hay ningún indicio de que recibamos ayuda de otra parte para salvarnos de nosotros mismos".
Si bien la consideración de que tal inmensidad de nuestro Universo debe llenarnos de humildad y traer a la mente nuestra propia pequeñez, Sagan no podría estar más equivocado. La contemplación del tamaño insondable del cosmos nos obliga a considerar el poder incomprensible del Creador, y que es Él quien "sustenta todas las cosas [incluido el cosmos] con la palabra de su poder" (Hebreos 1:3). Tales consideraciones nos recuerdan también que la creación es la herencia destinada por ordenanza divina a quienes eligen que Dios los forme y talle su carácter a imagen del suyo propio, para transformarlos en sus hijos preciosos.
Para los llamados a ser hijos de Dios, ¡cada mirada al cielo nocturno ofrece un pequeñísimo y débil indicio de su futuro glorioso dentro de la Familia de Dios!