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¿Hay alguna esperanza de paz en nuestro mundo cansado de guerras? ¿Puede haber paz en un mundo donde la violencia se ha convertido en la norma?
Los titulares anuncian a gritos la carnicería en Siria, con acusaciones de que el régimen de Bashar al-Asad ha empleado gases tóxicos. Mientras las Naciones Unidas se pronuncian interminablemente y las grandes potencias se lanzan amenazas de intervención, los pueblos en ambos lados del conflicto siguen muriendo.
En la capital iraquí de Bagdad, estallan coches bomba en una prolongada lucha por el poder entre suníes y chiitas. Aunque la guerra ha "terminado", y aunque las tropas de los Estados Unidos y la coalición que derribó a Sadán Huséin se retiraron, la paz sigue siendo huidiza.
Entre tanto, los talibanes continúan haciendo estragos en Afganistán, donde un gobierno corrupto se aferra al poder mientras Estados Unidos empieza a retirarse al final de su guerra más prolongada. Sobre las mezquitas caen bombas que dejan muertos o mutilados a los devotos reunidos para orar. Se impone la ley de la sharía, que conlleva a abusos y maltrato sobre mujeres y niñas.
En Gaza se lanzan cohetes palestinos con regularidad contra la pequeña nación de Israel, y esta responde con ferocidad mortal. Estas escaramuzas sirven como recuerdo constante del conflicto secular por esta tierra de disputas candentes que ha cumplido un papel tan destacado en la historia de la humanidad.
No todos los polvorines se encuentran en el Oriente Medio. Corea del Norte, descrita por expertos como el régimen más opresivo en el planeta, esgrime su espada nuclear y lanza amenazas descabelladas de guerra contra Corea del Sur y los Estados Unidos. Con el ejército en pie más grande de los tiempos modernos al mando de un líder joven y sin experiencia, Corea del Norte representa una amenaza constante y volátil.
El conflicto prolongado entre Chechenia y Rusia apenas si contiene la violencia bajo la superficie. En las Filipinas hay brotes de extremismo islámico, y de tiempo en tiempo vuelve a estallar la pelea secular entre protestantes y católicos en Irlanda del Norte.
En Hispanoamérica, México vive el equivalente de una guerra civil cruenta en la cual los carteles de narcotraficantes ponen resistencia a la intervención del gobierno y compiten por el dominio y el control. À veces la violencia se extiende sobre la frontera con los Estados Unidos, perturbando también los estados fronterizos.
En los Estados Unidos, estallaron bombas caseras entre los espectadores de la maratón de Boston, causando la muerte a gente inocente y lesiones terribles a decenas más. Todo esto nos recuerda vívidamente que el terrorismo es una amenaza muy real.
Contemplando estos conflictos armados imposibles de resolver, nacidos de diferencias ideológicas, nacionalistas e intestinas; no podemos menos de sentirnos abrumados. Son condiciones mundiales que ilustran claramente la expresión tan reveladora de William Shakespeare en su obra Julio César: "Que griten ¡Devastación! y suelten los perros de guerra". Así ha ocurrido: Los "los perros de guerra" andan sueltos, causando devastación por todas partes.
En toda la historia, la humanidad se ha dedicado más a la guerra con todos sus horrores, que a disfrutar sus breves descansos de paz. Razón tenía el profeta Isaías cuando por inspiración escribió: "No conocieron camino de paz,ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas; cualquiera que por ellas fuere, no conocerá paz"(Isaías 59:8).
Jesucristo les dijo a sus discípulos claramente que se presentarían estas condiciones: "Oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis" (Mateo 24:6). Pero tomemos nota de la segunda parte; "mirad que no os turbéis". Estas palabras se aplican a los que entienden que nuestra era se acerca a su final y que Jesucristo va a regresar con gran poder y gloria para silenciar a los "perros de guerra". Al hacerlo, dará comienzo a mil años de paz y abundancia para un mundo cansado de guerras.