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En los países considerados democráticos, con regularidad se llevan a cabo elecciones presidenciales. ¿Qué haría Jesucristo si se encontrara en uno de estos países? Como cristianos hemos sido llamados para seguir el ejemplo de Jesucristo, es necesario entonces encontrar la respuesta en las Escrituras y actuar como Él actuaría.
Dentro de este tema, no podemos dejar de mencionar las recientes elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Es útil para el propósito de este artículo analizar dicho proceso electoral en sí.
A lo largo y ancho de los Estados Unidos, el proceso electoral presidencial puso de relieve las hondas divisiones entre grupos de estadounidenses que difieren ampliamente en su perspectiva de lo que debería ser la nación.
Durante esta campaña presidencial tan larga como contenciosa, hemos visto a los candidatos tildarse de “racista peligroso” o de “fraudulento”. Un candidato hace caso omiso de las acusaciones en el sentido de que le faltan las capacidades más elementales y el temperamento para desempeñar el cargo, y por el otro lado se evaden las acusaciones de vender influencias para amasar una fortuna personal proveniente de las bolsas de valores y de donantes extranjeros.
Para algunos analistas, las elecciones del 2016 fueron la última manifestación ruidosa de la generación de la posguerra. La autora Clara Bingham señala en su libro: Testigo de la revolución, que las elecciones del 2016 ofrecen cierto paralelismo con las del año 1968. Efectivamente, quizá no ha habido otra elección desde la de los sesentas, tan cargada de idealismos contrarios, de cinismo, pesimismo y temor.
De un modo o de otro, no se puede negar que las elecciones presidenciales del 2016 han resaltado las divisiones profundas entre grupos de personas con ideas muy diferentes de lo que debe ser su nación. ¿Estuvieron los votantes motivados por temor, o por esperanza? ¿Esperaban realmente este resultado?
A los discípulos de Jesucristo, Dios les ordena estar atentos a las señales de los tiempos: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la Tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lucas 21:34-36).
Dios nos dice que respetemos e incluso que oremos por los funcionarios elegidos y nombrados en el gobierno, quienes tienen autoridad en nuestras naciones: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia” (1 Timoteo 2:1-2); “Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” (1 Pedro 2:17).
En los demás países del orbe, donde se celebran elecciones populares, la conducta de los candidatos no difiere mucho de la que hemos visto en los Estados Unidos; como el intercambio de insultos, acusaciones, mentiras y despropósitos. ¿Cuál debe ser el papel del verdadero discípulo ante estos escenarios? ¿Cómo debemos responder? Lo que es más importante, ¿cómo respondería Jesucristo en este ambiente cargado de animosidad? Es preciso reconocer que los verdaderos cristianos son los que tienen a Cristo morando en ellos por el poder del Espíritu Santo. El apóstol Pablo escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
El cristiano verdadero debe aprender a vivir como realmente vivió Jesucristo... no como muchos se imaginan que vivió. El propio Jesús nos dijo: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Lucas 4:4). La respuesta acertada a la pregunta de cómo debemos vivir y actuar en una nación democrática se encuentra en la Biblia, la Palabra inspirada de Dios. En ella dice que debemos tener el “sentir [modo de pensar] que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Y en la Biblia se revela la mente de Dios. Esta nos dice qué piensan el Padre y Jesucristo acerca de los temas fundamentales de la vida.
Desde el principio, los seres humanos han intentado gobernarse sin el liderazgo directo de Dios. La mayoría de quienes se declaran cristianos ni siquiera saben lo que tiene que ver Jesucristo con el hecho de gobernar. Han oído mucho más acerca del “Niño Jesús en el pesebre” que sobre el Jesucristo bíblico que se encuentra ahora mismo a la diestra del Padre en el Cielo (Hechos 7:55-56). ¡El verdadero Jesucristo regresará pronto con gloria y majestad como Rey de reyes sobre toda la Tierra! La mayoría de las personas desconocen a este Jesús.
Recordemos que muy pocos en la cristiandad tradicional saben que el evangelio de Jesús trata de un futuro gobierno mundial. Uno de los engaños más astutos difundido por Satanás es que el mensaje de Cristo trata ante todo de su persona. El punto de partida del verdadero cristiano es aceptar la sangre derramada por Jesucristo (Romanos 5:8-11), después de haberse arrepentido sinceramente del pecado (Hechos 2:38-39); algo que no se menciona con la frecuencia debida. Sin embargo, el mensaje principal de Jesús, el evangelio que predicó, gira en torno a un gobierno mundial y a la voluntad de cada persona de entregarse sinceramente a Dios, para llegar a convertirse en parte de su Familia divina. ¡Este es el gobierno divino que pronto regirá a toda la Tierra! (Apocalipsis12:5).
Aunque muchos se han dejado convencer de que el mundo actual es el mundo de Dios, la Biblia dice algo enteramente distinto. Por inspiración el apóstol Juan escribió: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15).
Durante la tentación de Jesucristo, fue llevado a una montaña y se le mostró la gloria de todos los reinos de este mundo: “Le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad [para gobernar], y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy” (Lucas 4:6).
¿Acaso Jesús contradijo a Satanás, diciéndole que él no estaba a cargo de los reinos de este mundo? No, sino que hacia el final de su ministerio, habló de Satanás en estos términos: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Juan 12:31). También dijo: “No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30).
Más tarde, el apóstol Pablo escribió: “Si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:3-4). Satanás el diablo es el gobernante invisible, el “dios de este siglo”; es decir, de esta era que ha abarcado unos 6.000 años de historia humana desde la creación de Adán. ¡Este siglo, o era, se acabará con la segunda venida de Cristo como Rey de reyes! Dios inspiró al apóstol Pablo para que revelara que Satanás es el “príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2). De manera que, el gobernante espiritual invisible, el príncipe de la sociedad de este mundo ¡es Satanás el diablo!
No obstante, Dios el Creador interviene cuando es necesario para cumplir su propósito. En Gálatas 1:4, Pablo enseñó que Cristo “se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo”. Los seres humanos egocéntricos, creyendo saberlo todo, no se dan cuenta de que se hallan bajo la influencia poderosa del invisible Satanás. Creen que sus ideas acerca de la sociedad y el gobierno, que muchas veces son diametralmente opuestas a las de Dios, tienen sentido. Pero Dios dice: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12).
¡Satanás engaña al mundo de mil maneras! En el libro del Apocalipsis, Juan previó una guerra espiritual en la que “fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la Tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él” (Apocalipsis 12:9).
Más adelante, Dios reveló que al comienzo del reinado de Cristo sobre la Tierra, Satanás sería lanzado a un abismo “para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años” (Apocalipsis 20:3). La Biblia muestra con toda claridad que la sociedad actual le pertenece a Satanás. En vez de buscar realmente la voluntad de Dios, esta civilización se basa en vanidad, competencia, engaño y fraude.
Jesús le dijo a Poncio Pilato: “Mi Reino no es de este mundo; si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí” (Juan 18:36). Es claro que Jesús no tenía intenciones de meterse en la política ni las guerras del mundo. Él representada un mundo diferente, un gobierno distinto, es decir, el Reino de Dios. Por tanto, Jesús no pretendía reorganizar este mundo ni lanzarse en medio de un sistema político caracterizado por la mentira y la manipulación ¡y guiado por la influencia de Satanás!
Es probable que dentro de esta misma generación veremos el regreso de Jesucristo para ocupar un trono real en la ciudad de Jerusalén. Su gobierno se establecerá sobre toda la Tierra, un gobierno de verdad, facultado por el Dios Todopoderoso y encabezado por el Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis 19:15-16). ¿Qué estarán haciendo entonces los seguidores de Jesús, los verdaderos santos de Dios? “¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?” (1 Corintios 6:2-3). En los versículos siguientes, Pablo expone cómo los cristianos en Corinto debían aprender a ejercer el gobierno de Dios en la Iglesia “juzgando” acertadamente los problemas que surgían entre ellos. Desde el libro del Génesis hasta el Apocalipsis, los cargos en el gobierno de Dios siempre se han ocupado por “nombramiento”, no por politiquería ni promesas engañosas hechas al pueblo para comprar sus votos. Fue dentro de tal contexto que el apóstol Pablo pudo preguntar: “Si… tenéis juicios sobre cosas de esta vida, ¿ponéis para juzgar a los que son de menor estima en la Iglesia?” (v. 4).
En este momento, los verdaderos cristianos están aprendiendo y capacitándose para ser reyes y sacerdotes en el venidero Reino de Dios. Jesús dijo: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre” (Apocalipsis 2:26-27). Por tanto, debemos superar nuestras costumbres humanas y nuestro egoísmo humano y aprender a ejercer el gobierno de Dios. Tomemos nota de este cántico de la corte celestial: “Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste muerto, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza y lengua, pueblo y nación; y de ellos hiciste un Reino y sacerdotes para servir a nuestro Dios, y reinarán sobre la Tierra” (Apocalipsis 5:9-10, Nueva RV 1990).
¡Es claro que los verdaderos santos de Dios ejercerán pronto el gobierno, no en el Cielo, sino en la Tierra! Nombrados directamente por Dios.
Estudie atentamente la parábola de las minas en Lucas 19:11-27. Aquí vemos a Jesús viajando al Cielo para recibir su Reino y luego regresar. Cuando regrese, compensará a sus siervos según el uso que hayan hecho del tiempo, aptitudes y sabiduría que Dios les ha dado. ¿Cómo recompensó Cristo a sus siervos más fieles? “Él le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades” (v. 17). ¿Y al siervo que había ganado solo cinco minas?: “Tú también sé sobre cinco ciudades” (v. 19).
¿Acaso vemos aquí algún indicio de politiquería o votación? Para nada. Este es otro ejemplo que muestra claramente al cristiano que la mejor forma de gobierno, el gobierno de Dios, no se basa en la politiquería, las transigencias ni las componendas entre seres humanos para terminar con soluciones a medias a los problemas.
Jesús dijo: “Mi Reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Es seguro que no se rebajaría a ser parte de la forma incorrecta como el mundo se gobierna a sí mismo. ¡Incluso, y a modo de ejemplo, en su ministerio humano Jesús nunca propuso nada a los líderes humanos, nunca se metió en campañas políticas y jamás enseñó a sus seguidores a tratar de alterar la situación política ni enderezar los gobiernos humanos de su época!
Lo que Cristo sí hará es ocuparse de modo decisivo de los reyes del mundo cuando regrese: “En los días de estos reyes [los que estarán gobernando al regreso de Cristo] el Dios del Cielo levantará un Reino que no será jamás destruido, ni será el Reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44).
Más adelante en Daniel, Dios describe cómo los santos recibirán autoridad, bajo Jesucristo, sobre todos los gobiernos de la Tierra al regreso del Mesías. “Que el Reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el Cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo Reino es Reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán” (Daniel 7:27).
Si bien Jesucristo no participó activamente en los gobiernos de este mundo engañado, sí nos dejó un ejemplo de obediencia a la ley civil, mostrando respeto por los que ocupan cargos oficiales. Cuando llegaron los fariseos preguntando sobre el pago de impuestos, Respondió: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21).
Dios inspiró al apóstol Pablo para que escribiera: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Romanos 13:1-2). Pablo prosigue, explicando: “Por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (vs. 6-7).
El apóstol nos dice que oremos por los que ocupan cargos de autoridad. “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Timoteo 2:1-2). Los cristianos verdaderos, los que componen la Iglesia (griego ekklësia, que significa “los llamados a salir”) son como embajadores de un país extranjero: “Nuestra ciudadanía está en los Cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).
Hace algunos años, tuve la oportunidad de ser el vicerrector de un pequeño centro de estudios superiores cerca de Londres, Inglaterra. Por este y otros deberes, asistí a varias reuniones elegantes en casa del embajador de los Estados Unidos ante el gobierno de su Majestad. En dos de estas ocasiones, conocí al embajador de mi país.
El embajador de los Estados Unidos ante el Reino Unido, o ante cualquier otro gobierno, debe obedecer las leyes de la nación donde reside, debe respetar a las autoridades y dar honor al que le corresponde honor. Pude visitar Winfield House, la residencia del embajador, en dos ocasiones. En ambas se brindó por la Reina. Todos se pusieron de pie y levantaron la copa en honor de la dama que continúa siendo monarca del pueblo británico. En ambas ocasiones, el embajador de los Estados Unidos, Elliot Richardson, en un caso, y Walter Annenberg, en el otro, se unieron al brindis. Esta manifestación de respeto por las figuras de autoridad es un claro reflejo de la actitud que Dios desea ver en todos nosotros. Y naturalmente, tenemos el deber de pagar los impuestos y obedecer las demás leyes del país siempre y cuando no nos obliguen a quebrantar la ley de Dios. Ahora bien, si algún gobierno totalitario intentara hacernos desobedecer directamente las leyes superiores del Dios Todopoderoso, nuestra respuesta debe seguir el ejemplo inspirado de los apóstoles, cuando dijeron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). Aun en ese caso, si decidimos permanecer en aquella nación, debemos disponernos a sufrir la pena o el castigo que dichas autoridades impongan, confiando en que Dios cuidará de nosotros (ver Daniel 3).
Pero, como dijo el apóstol Pablo, nosotros somos “embajadores en nombre de Cristo” (2 Corintios 5:20). Debemos, pues, actuar con amor y respeto por todos los seres humanos, incluidos los que ocupan cargos políticos. Pero al mismo tiempo, ¡debemos recordar que nuestra ciudadanía máxima no tiene que ver con los gobiernos de esta sociedad inspirada por Satanás! Aunque debemos servir a los demás y hacer el bien como personas, no podemos ni debemos involucrarnos en esfuerzos militares ni políticos por reorganizar o limpiar al mundo engañado de Satanás. ¡El sistema en sí no es el sistema de Dios! Él solamente permite que los seres humanos engañados sigan sus propios caminos y ensayen diferentes tipos de gobierno durante estos 6.000 años de experiencia humana.
El apóstol Pablo escribió: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” (2 Corintios 6:14-15). Refiriéndose al sistema político religioso que estará dominando a la mayor parte del mundo desarrollado antes de que Cristo regrese, Dios manda a su pueblo: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Apocalipsis 18:4).
¿Qué haría Jesús en un año electoral? Estaría tan ocupado proclamando la buena noticia del venidero Reino de Dios que no tendría tiempo para hacer política, ni votar, ni participar con los grupos que ejercen presión para limpiar al mundo de Satanás. Sabría que los intentos humanos por salvar al mundo, aunque a menudo bien intencionados, no pueden menos de fracasar porque están bajo el dominio de Satanás y son parte de su sistema... sistema que el propio Dios llama “Babilonia” (Apocalipsis 14:8). Él sabría que Dios el Padre es el que pone reyes y los quita según su voluntad para hacer cumplir su propósito en la Tierra (Daniel 2:21). No corresponde al cristiano desafiar la voluntad divina ni proceder en contra de ella en estos asuntos.
La misión y el llamamiento de todos los cristianos verdaderos es ayudar a preparar el camino como emisarios del futuro Reino de Dios: el gobierno que Jesucristo viviente establecerá pronto en la Tierra. Es un gobierno que va a reemplazar a todos los gobiernos humanos tan lamentablemente desorientados. “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el Cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).
Al comenzar a manifestarse los hechos profetizados en las Escrituras, Palabra inspirada de Dios, para los tiempos del fin, ¡es importante que comprendamos que el gobierno venidero de Cristo es real! A medida que el mundo va empeorando rumbo hacia el colmo de la maldad, ¡más vale que comprendamos que Jesucristo sí viene pronto! Y más vale que comprendamos profundamente que todo a nuestro alrededor va a cambiar muy pronto. Cuando centramos la mente en este hecho de máxima importancia, entonces sí podemos “dar el todo” preparándonos para ser vencedores (Apocalipsis 2:26) y haciendo nuestra parte para disponernos a ser los ayudantes de Jesucristo y a gobernar el mundo con Él... ¡como Dios manda!