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El uso cada vez mayor de las redes sociales y medios electrónicos continúa siendo motivo de preocupación. Lo inquietante no es cuánto nos comunicamos, sino cómo nos comunicamos con los demás, y cómo las formas de comunicación elegidas por nosotros pueden estar perjudicando nuestras relaciones.
Hace varios años, en una entrevista con el periódico británico Sunday Telegraph, el arzobispo católico de Westminster, Vincent Nichols, expresó su inquietud por los cambios sociales que amenazan socavar a las comunidades. Nichols dijo que la reducción en los encuentros cara a cara y en las conversaciones telefónicas ya está debilitando las relaciones, y expresó su preocupación porque el uso excesivo o casi exclusivo de textos y correos electrónicos significa que como sociedad estamos perdiendo en parte nuestra capacidad de desarrollar la comunicación interpersonal, necesaria para convivir y edificar una comunidad. Estamos perdiendo las habilidades sociales, la capacidad de interacción humana, cómo leer el estado de ánimo de una persona y captar su lenguaje corporal, cómo esperar con paciencia el momento apropiado para presentar o insistir sobre un punto. El uso excesivo o exclusivo de la información electrónica deshumaniza lo que es un aspecto importantísimo de la vida en comunidad y la coexistencia.
Los comentarios del arzobispo recibieron una respuesta acalorada de un editorialista del Telegraph, y esto generó una tormenta de comentarios de los lectores en línea. Tristemente, la conversación inteligente sobre el tema pronto se perdió en un debate interminable que se redujo a ataques contra la religión.
¿Habría algún mérito en lo que sugería el arzobispo? Sin duda el debate sobre los méritos de la comunicación por medios sociales, tuits, textos y otros; podría continuar indefinidamente, con argumentos válidos de ambas partes. ¿Es esto algo que nos conviene o que nos perjudica como individuos y comunicadores y como miembros de la comunidad humana?
Hacia finales de abril del 2016, muchos se impresionaron con el video: Hombres que se deshacen leyendo tuits malévolos sobre mujeres periodistas del deporte. Millones vieron el video en tiempo real de hombres aficionados al deporte leyendo comentarios sobre las periodistas Sarah Spain y Julie DiCaro cara a cara frente a ellas. Los voluntarios que leyeron los tuits no tenían la menor idea de lo que iban a leer cuando los sentaron para filmarlos. Su malestar al leer las palabras virulentas y odiosas era más que obvio.
Uno de los presentadores, Brad Burke, comentó: “Lo que vimos fue una reacción visceral que nos recuerda que una cosa es escribir esas palabras en el monitor y otra cosa es decírselas en voz alta a alguien en su cara”. El video termina con la aserción: “Si no se lo diríamos en persona. Entonces no lo escribamos”. En otras palabras, la presencia de otra persona cara a cara cambia la manera cómo nos comunicamos, cómo interactuamos con ella: ya no es ante una máquina sino ante un ser humano vivo, de carne y hueso.
Cuando mi hija pasó 15 meses viviendo a 14.000 kilómetros del hogar, Skype sirvió de medio para vernos y hablar sin costo. Fue un nexo valioso que nos mantuvo tan cerca como fuera posible en esas circunstancias. Muchos usan Facebook y Twitter para mantenerse en contacto, intercambiar ideas y darse ánimo. Cuando trabajé en las Filipinas, los mensajes de texto fueron una forma esencial de comunicación con personas de recursos limitados que se valían de un medio relativamente barato.
Por otro lado, hace algunos años algo me hizo ver que la tecnología, sin proponérselo, ha creado hábitos que quizá no sean convenientes. Un amigo que iba de camino a una reunión de negocios se detuvo en un café. Viendo a un colega sentado frente a su portátil y charlando en línea con otro amigo, le preguntó dónde estaba ese amigo en el momento. ¡El colega señaló a alguien sentado en la misma cafetería! Cuando mi amigo le preguntó por qué no se acercaba a hablar directamente con él, su respuesta fue una mirada incrédula. ¡Imagínese! ¡Hablar con alguien cara a cara en vez de charlar en línea! ¿A quién se le ocurre?
Estudios recientes han mostrado que los jóvenes hoy tienen más medios que nunca para mantenerse en contacto, pero que se sienten más solos que nunca. ¿Esto te estará ocurriendo a ti? ¿Tendrá algo que ver el exceso de interacción por texto o en línea? De nuevo, el debate podría ser interminable porque hay tantos factores que contribuyen al problema. Para los jóvenes, incluidos mis hijos, no parece haber nada más importante que la oportunidad de pasar tiempo juntos, cara a cara. Entonces, aparte de los argumentos a favor o en contra de las redes sociales, quizá sigue habiendo algo importante y necesario en el trato cara a cara.
Jesucristo es el único que ha visto a Dios Padre cara a cara (Juan 1:18). Sin embargo Moisés, el personaje bíblico, tuvo el privilegio de hablar cara a cara con la Palabra, o el Verbo, que llegó a ser Jesucristo (Éxodo 33:11). Abraham tuvo el mismo privilegio (Génesis 18:1). El apóstol Pablo anhelaba ver al Padre cara a cara (2 Corintios 5:8). El antiguo profeta Isaías predijo que los descendientes de Israel van a tener trato directo con sus maestros divinos (Isaías 30:20). En el Apocalipsis, el último libro de la Biblia, dice que nuestro destino, en parte, es ver “el rostro” de Dios (Apocalipsis 22:4). Estos pasajes resaltan la importancia de la interacción cara a cara: que es algo deseable y positivo. Que sí importa.
Independientemente de que seamos ávidos usuarios de las redes sociales o que tengamos poco o nada que ver con estas, no perdamos nunca el arte de la comunicación cara a cara. Es fundamental que anhelemos mantener vivo el deseo de un trato personal con los demás; y la capacidad de comunicarnos con eficacia y confianza en persona en vez de confiar tanto en los medios electrónicos. Son tantas las ventajas de oír la voz de la otra persona, de ver sus gestos y su lenguaje corporal, de mirarla a los ojos y de tenerla presente y cercana. Nuestra comunicación y nuestro trato se enriquecen enormemente cuando aprovechamos todos los recursos que el Creador nos ha dado para relacionarnos con nuestro prójimo.