¿Podemos creer en la Biblia? | El Mundo de Mañana

¿Podemos creer en la Biblia?

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Los escépticos ven en la Biblia solo una colección de mitos y leyendas

¡pero los hechos señalan algo muy distinto!

¿Es la Biblia la Palabra inspirada de Dios? ¿Habrá pruebas determinantes que respalden esa idea? ¿Existe alguna diferencia entre la Biblia y los libros sagrados de otras religiones? ¿Es la Biblia un simple relato de la búsqueda de Dios por parte de las personas, o encierran las Escrituras una revelación especial de Dios a la humanidad? ¿Qué importancia tiene la Biblia en el siglo 21? ¿Ofrece alguna información vital que falta en nuestra vida?

Muchas personas educadas dan por un hecho que la ciencia y la erudición han logrado desacreditar la Biblia por completo, relegando este texto antiguo al polvo de la historia. Esas ideas encuentran acogida porque muchas personas ignoran lo que es la Biblia, y desconocen los hallazgos que siguen confirmando el acierto histórico de las Escrituras y que desmienten los argumentos de los escépticos. Muchos suponen que todas las religiones son igualmente fidedignas, pero ni siquiera han comparado los libros que dieron origen a esas religiones. Como resultado, pasan por alto e ignoran la extraordinaria singularidad de la Biblia. Antes de aceptar a ciegas la idea de que la Biblia es “como cualquier otro libro”, examinemos las pruebas por nosotros mismos.

El apóstol Pablo no instaba a los primeros cristianos a “solamente creer” en Jesús, ni a aceptar las enseñanzas del cristianismo “por fe”. Por el contrario, a sus oyentes les decía: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21).

Por su parte, el apóstol Pedro resaltó la confiabilidad del mensaje cristiano: “No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (2 Pedro 1:16). En una carta a los hebreos, Pablo señaló que la convicción religiosa tiene que ver con evidencia, seguridad y certeza. No con simple fe ciega (Hebreos 11:1).

Pese a lo que argumenten los escépticos, el contenido de las Sagradas Escrituras se puede verificar con datos históricos y con los descubrimientos de la arqueología. La Biblia ofrece respuestas a las grandes incógnitas de la vida que la ciencia no puede contestar, y revela hacia adónde se dirigen los acontecimientos mundiales del futuro inmediato. Es sorprendente ver lo que podemos descubrir cuando examinamos las pruebas de que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios.

¿Realidad o ficción?

La Biblia afirma ser la Palabra inspirada de Dios. El apóstol Pablo escribió: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16). Jesucristo afirmó refiriéndose al Padre: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Y en los Salmos David escribió: “La suma de tu palabra es verdad” (Salmos 119:160). Sin embargo en los últimos 200 años, el auge de la crítica bíblica ha llevado a muchos eruditos a dudar de la inspiración de las Escrituras y a suponer que los lugares y personajes de la Biblia no fueron históricos sino ficticios. Los

eruditos solían asegurar que no existían fuera de la Biblia datos probatorios que respaldaran la existencia de los personajes y lugares mencionados en la Biblia.

Este argumento ha tenido buena aceptación en los círculos académicos seculares y se ha filtrado a los medios de difusión, ¡pese a que un caudal incesante de descubrimientos arqueológicos sigue validando el acierto histórico de la Biblia, y desacredita los argumentos de los escépticos!

Todavía en 1992, algunos estudiosos de la Biblia aseveraban muy confiados que “no hay criterios literarios para creer que David fuera más histórico que Josué, Josué más histórico que Abraham, ni Abraham más histórico que Adán” (ver: La casa de David, edificada sobre arena, Biblical Archeological Review, julio y agosto de 1994). No obstante, solo un año después los arqueólogos que excavaban en la alta Galilea hallaron una inscripción que databa del siglo noveno antes de Cristo y describía la casa de David. Un galardonado periodista escribió: “La referencia arqueológica a David detonó como una bomba histórica. El nombre tan conocido del antiguo rey guerrero de Judá, nunca antes… se había hallado en los anales de la antigüedad fuera de las páginas de la Biblia” (¿Es cierta la Biblia?, Sheler).

Los críticos también han visto en el relato bíblico de David y Goliat un imaginativo ejemplo de ficción bíblica. Pero recientemente los arqueólogos que excavaban en Gat, lugar de donde era Goliat citado en 1 Samuel 17:4, han sacado a la luz un trozo de una pieza de barro con dos nombres extraordinariamente parecidos al nombre Goliat. Se trata de la inscripción filistea más antigua jamás descubierta y se remonta aproximadamente al año 950 antes de Cristo. Esto la distancia no más de 70 años de la narrativa bíblica, y ofrece respaldo histórico al relato de la Biblia. Estos importantes descubrimientos ¡siguen desmintiendo los argumentos de los escépticos!

De modo análogo, algunos eruditos han considerado que los patriarcas de la Biblia, Abraham, Isaac y Jacob; son apenas figuras míticas hebreas que jamás existieron. Pero el descubrimiento de miles de tablas cuneiformes provenientes de los archivos reales del palacio de Man, en el Norte de Siria, hace por lo menos cuestionable semejante aseveración. Las tablas parecen remontarse al comienzo del segundo milenio antes de Cristo, época aproximada de los patriarcas, y en ellas se citan “nombres como Abam-ram (Abraham), Jacob-el y los benjamitas. Aunque estos no se refieren a las personas bíblicas, al menos muestran que se usaban esos nombres” (ver: Cuando los escépticos preguntan, Geisler y Brooks).

Ciertos eruditos que ven la Biblia con escepticismo, señalan las similitudes entre la narrativa de la creación en Génesis y unas tablas de barro babilónicas que describen la creación del mundo como obra de dioses que reñían entre sí. Esos eruditos hacen de lado las grandes diferencias entre los relatos, para sugerir que los redactores bíblicos tomaron material prestado de otras fuentes. Sin embargo, más de 17.000 tablas de barro descubiertas en Ebla, en la actual Siria, y que datan aproximadamente del año 2500 antes de Cristo, muestran el desacierto de esas afirmaciones. Las tablas de Ebla, que datan de unos 600 años antes de la épica babilónica, contienen “las crónicas de la creación más antiguas que se

conocen fuera de la Biblia... La tabla de la creación se asemeja notablemente a la del Génesis, y habla de un ser que creó los cielos, la Luna, las estrellas y la Tierra. Los análisis paralelos demuestran que la versión más antigua y menos adornada es la bíblica… Estas [las tablas de Ebla] acaban con la creencia de los críticos en la evolución del monoteísmo a partir de un supuesto politeísmo anterior” (BakerEncyclopedia of Christian Apologetics, Geisler).

Estos extraordinarios descubrimientos, colocados al lado de otros que suman decenas, como el pilar de Mereneptah, que habla de la conquista de Israel por un faraón egipcio alrededor del año 1200 antes de Cristo; el obelisco negro de Nimrod, que muestra al rey israelita Jehú postrándose ante el rey asirio Salmanasar; la inscripción cerca de Jerusalén que menciona a “José, hijo de Caifás”. Caifás era sumo sacerdote en Jerusalén en tiempos de la crucifixión de Cristo; y la piedra inscrita proveniente de Cesarea que data del primer siglo y reza: “Poncio Pilato, prefecto de Judea”; apoyan la conclusión de que los redactores de la Biblia estaban consignando hechos reales y no ficticios (ver: La firma de Dios, Jeffrey; ¿Es cierta la Biblia?, Sheler).

La forma como la arqueología ha confirmado la veracidad histórica de la Biblia ha sido realmente notable. “Nelson Glueck, el renombrado arqueólogo judío escribió: ‘Se puede afirmar categóricamente que ningún descubrimiento arqueológico ha cuestionado jamás una referencia bíblica. Decenas de hallazgos arqueológicos confirman en claro bosquejo o en detalles exactos las afirmaciones históricas de la Biblia’ (Ríos en el desierto, Glueck, pág. 136). William F. Albright, conocido por su fama como uno de los grandes arqueólogos, declara: ‘No puede haber duda de que la arqueología ha confirmado la historicidad sustancial de la tradición presentada en el Antiguo Testamento’ (Arqueología y la religión de Israel, pág. 176). Albright agrega: ‘El excesivo escepticismo hacia la Biblia demostrado por algunas escuelas históricas importantes de los siglos XVIII y XIX… ha sido progresivamente desacreditado’ (La arqueología y Palestina,127-128)”. (Nueva evidencia que demanda un veredicto, Josh McDowell, págs. 73-74, 120).

¿Un texto alterado?

Muchos se preguntan si es razonable, o siquiera sensato, dar fe y poner su confianza en una supuesta Palabra de Dios que fue escrita hace miles de años por múltiples autores, luego copiada a mano de generación en generación. ¿Hasta qué punto podemos confiar en la Biblia? ¿Cómo sabemos que no se han producido errores ni graves alteraciones en ella?

Al fin y al cabo, los teólogos musulmanes aseguran que judíos y cristianos han desvirtuado el texto bíblico o lo han interpretado erróneamente. Superficialmente, estas inquietudes parecen justificadas, pero reflejan una gran ignorancia respecto del cuidado con que fue preservada la Biblia a lo largo de los siglos.

Respecto de las Sagradas Escrituras, Jesús declaró inequívocamente que “ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” y que “el Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 5:18; 24:35). Esto es precisamente lo que esperaríamos si la Biblia es la Palabra de Dios. El apóstol Pab

de cumplir un papel especial en la preservación de las Escrituras: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?… Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la Palabra de Dios” (Romanos 3:1-2).

Los anales de la historia demuestran claramente la forma como los judíos han preservado la integridad del Antiguo Testamento. En la antigua Israel, los escribas se encargaban de copiar y explicar las Escrituras cuidadosamente (ver Esdras 7:1-11; Nehemías 8:1-9). Los escribas guardaban profundo respeto por la advertencia bíblica que dice: “No añadiréis a la Palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella” (Deuteronomio 4:2). Más adelante los talmudistas entre los años 100 y 500 después de Cristo, aplicaron un sistema de reglamentación minucioso al transcribir los rollos en que estaba escrita la Biblia. En su empeño por transmitir un texto auténtico, no se permitían escribir ni una palabra ni una letra de memoria. Las columnas del texto solo podían tener cierto número de renglones. Se permitía únicamente tinta negra. El copista tenía que vestir el atuendo judío completo mientras laboraba, siempre sentado. Alrededor del año 500 después de Cristo, unos escribas llamados masoretas produjeron un texto unificado del Antiguo Testamento, agregando vocales a las palabras para asegurar su pronunciación correcta. Contaban el número de palabras y letras en cada libro, llegando al extremo de calcular las letras y las palabras que se hallaban en la mitad de cada libro, a fin de asegurar que sus copias se transcribieran fielmente. Las copias que tuvieran errores se desechaban.

El descubrimiento de los rollos del mar Muerto en 1947, demostró el grado de precisión logrado por los judíos en su preservación del texto del Antiguo Testamento. Antes de hallarse los rollos en una cueva cerca del mar Muerto, el ejemplar más antiguo del texto hebreo databa aproximadamente del año 1000 después de Cristo.

Los rollos recién descubiertos databan del primer siglo antes de Jesucristo y contenían dos copias casi completas del libro de Isaías que “resultaron ser idénticas palabra por palabra a nuestra Biblia hebrea actual en más del 95 por ciento del texto. El cinco por ciento de variaciones consistía en lapsos obvios de trazo y variaciones ortográficas” (Geisler y Brooks, págs. 157-159). El descubrimiento de los rollos del mar Muerto ¡dio indicios que demuestran que el texto del Antiguo Testamento no ha variado en más de 2.000 años!

El Nuevo Testamento es igualmente fidedigno. Como bien lo saben los estudiosos, “del Nuevo Testamento hay más manuscritos y de mayor antigüedad que de cualquier otro libro del mundo antiguo” (Geisler, pág. 93). Estos manuscritos revelan que el Nuevo Testamento “ha llegado a nosotros sin ninguna, o casi ninguna, variación” (McDowell, pág. 44). Existen más de 24.000 copias manuscritas del Nuevo Testamento en griego, latín y otros idiomas. Los manuscritos más antiguos del Nuevo Testamento se remontan a unos decenios después de la vida de los redactores apostólicos. En contraste, hay solo 643 manuscritos de la Iliada de Homero, escrita alrededor del año 900 antes de Cristo, y el ejemplar más antiguo que tenemos data aproximadamente del año 400 antes de Cristo, unos 500 años después de su redacción original. Actualmente existen apenas entre 10 y 20 ejemplares de los escritos de Julio César, del historiador romano Tácito y del historiador

griego Heródoto, siendo los más antiguos unos mil años posteriores a los originales (McDowell, págs. 39-43).

Comparado con el Nuevo Testamento, ningún otro documento del mundo antiguo ha dejado tan rico caudal de material que apoye la transmisión fiel de su texto.

Además de la multitud de manuscritos con que contamos, los autores cristianos primitivos citaban el Nuevo Testamento tan extensamente que sería posible construir casi la totalidad de su texto a partir de otras fuentes. Aunque los escépticos declaran que los evangelios se escribieron siglos después de la vida de los apóstoles, el fragmento más antiguo del Evangelio de Juan data aproximadamente del año 130 después de Cristo, o sea unos 30 años después de la muerte del autor, y esto respalda el concepto tradicional de que Juan escribió su Evangelio hacia finales del primer siglo (ver McDowell, págs.39 47). Por otra parte, “no hay indicios de los dos primeros siglos cristianos de que los evangelios hayan circulado jamás sin llevar los nombres de sus autores” (Sheler, pág. 33). Como observó un erudito: “Si comparamos el estado actual del texto del Nuevo Testamento con el de cualquier otro escrito antiguo, tenemos que… declararlo maravillosamente correcto” (McDowell, pág. 45). Otro erudito destacado afirma: “Es imposible exagerar al decir que, sustancialmente, el texto de la Biblia es seguro. ¿Ello es especialmente cierto tratándose del Nuevo Testamento… No puede decirse lo mismo de ningún otro libro antiguo en el mundo” (ibídem).

El factor distintivo

La Biblia tiene una característica singular que la distingue de todos los demás libros y que ofrece el indicio más firme de su origen inspirado. Contiene profecías que predicen el futuro con acierto. Los eruditos han determinado que la Biblia contiene más de 1.800 predicciones, algunas de ellas muy específicas, y que alrededor del 27 por ciento de la Biblia es profecía.

Lo anterior presenta un contraste notable con otras obras antiguas. “En todo el repertorio de literatura griega y latina… no se encuentra ninguna profecía específica real de algún gran hecho histórico que vendrá en el futuro lejano, ni ninguna profecía de un Salvador que surgirá entre el género humano” (McDowell, pág. 22). En cambio… “a diferencia de todos los demás libros, la Biblia ofrece multitud de predicciones específicas, algunas con cientos de años de anticipación, las cuales se han cumplido literalmente o bien señalan un momento futuro definido en el cual se harán realidad” (Geisler, pág. 609).

La capacidad de prever el futuro de modo acertado y coherente sencillamente no está dentro de las posibilidades humanas. Las profecías bíblicas predicen el auge y caída de individuos, naciones e imperios destacados; con un grado extraordinario de detalle y con un acierto asombroso. La Biblia contiene casi 200 profecías cumplidas sobre la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo. Predice que nacería de una virgen (Isaías 7:14) en Belén (Miqueas 5:2). Pasaría algún tiempo en Egipto (Oseas 11:1). Su nacimiento ocasionaría una masacre infantil (Jeremías 31:15). Viviría en Galilea (Isaías 9:1-2). Entraría a Jerusalén montado en un asno (Zacarías 9:9). Moriría acompañado de transgresores y lo enterrarían en el sepulcro de un rico (Isaías 53:9, 12). Resucitaría después de tres días (Mateo 12:40; Oseas 6:2; Jonás 1:17).

Centenares de profecías bíblicas previeron detalles específicos de la vida de Jesucristo siglos antes de su nacimiento. El cumplimiento de esas profecías demuestra que Dios está a cargo de la historia de la humanidad. En las Escrituras, Dios desafía a sus críticos a que predigan el futuro y lo hagan cumplir: “Traigan, anúnciennos lo que ha de venir;… Dadnos nuevas de lo que ha de ser después, para que sepamos que vosotros sois dioses;… He aquí que vosotros sois nada… porque yo soy Dios, y no hay otro Dios… que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero" (Isaías 41:22-24; 46:9-10). ¿Podremos comparan las profecías de la Biblia con las predicciones de los seres humanos? Un estudio de 25 de los psíquicos o adivinos más renombrados reveló que el 92 por ciento de sus predicciones eran totalmente erradas y que el 8 por ciento restante podían explicarse como obra del azar o del conocimiento general de las circunstancias (Geisler, pág. 615).

Dimensiones perdidas

La profecía bíblica revela el significado de los actuales acontecimientos mundiales, y cómo culminarán con el regreso de Jesucristo a la Tierra. No hay otro libro que haga lo mismo, y con tanto detalle. Los primeros años del siglo 21 han visto el resurgimiento de la religión extremista en el mundo, el auge del terrorismo internacional, sismos devastadores y cambios climáticos mundiales que han dado origen a hambrunas, inundaciones, huracanes y epidemias que amenazan el futuro de la vida en el planeta. La Biblia predijo hace mucho tiempo que esos fenómenos serían parte del escenario de los tiempos del fin antes del regreso de Jesucristo a la Tierra (ver Mateo 24; Apocalipsis 6). Las Escrituras también predicen la aparición, en tiempos del fin, de una superpotencia europea restaurada semejante al Imperio Romano, así como un poderoso personaje religioso de alcances mundiales (ver Daniel 2 y 7; Apocalipsis 13, 17 y 18). En estos tiempos, las Escrituras predicen que los Estados Unidos y las naciones de habla inglesa irán menguando como grandes potencias mundiales. (Para mayor información sobre este tema, solicite nuestro folleto gratuito titulado: Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía). Aunque los escépticos se rían, estos fenómenos predichos en las páginas de la Biblia se están cumpliendo. ¡Están en las noticias! ¡Podemos confiar en La Biblia!

En nuestro mundo moderno, millones carecen de propósito en la vida y sienten que su existencia no tiene mayor significado. En cambio, la Biblia revela la razón de la existencia humana. Revela el propósito de la vida humana y explica que los seres humanos son hechos a imagen de Dios, que su vida actual es para que desarrollen carácter y que puedan convertirse en parte de la Familia divina y reinar con Jesucristo cuando establezca el Reino de Dios en la Tierra. Muy pocos entienden este aspecto del evangelio porque esta verdad tan importante y fundamental fue desvirtuada y descartada después de la era

apostólica. ¡Sin embargo, es una verdad que se encuentra claramente expuesta en las páginas en la Biblia!

Como hemos visto, hay abundantes pruebas tanto históricas como arqueológicas que respaldan la confiabilidad de las Escrituras. Tenemos también el extraordinario e inigualado fenómeno de la profecía bíblica cumplida. Siendo así, ¿por qué tantos eruditos, con sus años de educación, persisten en cuestionar y criticar la Biblia? El arqueólogo Millar Burrows resumió muy bien la respuesta al decir: “El excesivo escepticismo de muchos teólogos liberales se deriva no de una cuidadosa evaluación de los datos disponibles, sino de una enorme predisposición contra lo sobrenatural” (McDowell, pág. 68).

Este escepticismo, este prejuicio filosófico contra la idea misma de Dios, se ha apoderado de los centros educativos y de los medios de difusión hasta el punto de ocasionar una duda generalizada sobre la existencia de Dios; y generar en la mente de muchos la idea de que la Biblia es simplemente otro libro más. Sin embargo, usted no tiene por qué estar confundido ni engañado si está dispuesto a examinar las pruebas por sí mismo. Y las pruebas demuestran que a la Biblia, ¡sí se le puede creer! [MM]

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