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Una suave brisa otoñal entraba por las ventanas abiertas de la pequeña iglesia rural donde me sentaba de niño. Conforme a la costumbre de innumerables iglesias protestantes grandes y pequeñas, la nuestra había organizado una campaña evangelística. El pastor invitado pronunció un sermón impactante, como es tradicional en tales ocasiones; y recalcó que debíamos entregar el corazón al Señor para poder volver a nacer. “¡Hay que nacer de nuevo!” Repitió una y otra vez durante aquella semana que duró la cruzada. Quienes estábamos presentes esa noche, al igual que millones de otras personas, veíamos el nuevo nacimiento como una experiencia emocional que ocurre una sola vez, en el momento en que la persona “acepta a Cristo”. ¿Es esto lo que quiso decir Jesucristo cuando le dijo a Nicodemo que es necesario “nacer de nuevo” para heredar el Reino de Dios?
No nos equivoquemos: Es cierto que nacer de nuevo ¡es imprescindible! Sin ello, jamás veremos el Reino de Dios. Jesucristo así lo dijo en Juan 3:3. Sin embargo, persiste la pregunta: ¿Qué es, exactamente el nuevo nacimiento al que Jesús se refería?
Para millones de personas, influidas por la predicación evangélica protestante, la expresión “nacer de nuevo” es algo muy parecido a lo que pensaba aquel predicador en el mitin a cuyo llamado respondí hace más de 45 años. En cambio, muchos seguidores de otras religiones llamadas cristianas ven el fenómeno de otra manera. Quienes han pertenecido a alguna de las iglesias “sacramentales” más formales tienen una idea bien distinta de lo que es “nacer de nuevo”. El Diccionario de la Biblia y la Religión explica en el artículo “Regeneración”, que el rito del bautismo de niños recién nacidos, practicado no solo por la Iglesia Católica y por la Ortodoxa Oriental sino por muchas iglesias protestantes también, “se conoce históricamente como una regeneración bautismal” y se basa en la creencia de que el sacramento, correctamente administrado, tiene poder para conferir lo que su nombre implica, a saber, una regeneración o nuevo nacimiento del niño dentro de la Familia de Dios”.
Las iglesias que consideran el bautismo de niños como un sacramento, creen que la ceremonia confiere esa regeneración y que la persona bautizada entra en el Reino de Dios en ese momento. Los evangélicos dirían que, primero el individuo debe hacer su profesión de fe personal, después de lo cual sí “nace de nuevo” y que a partir de ese momento se encuentra en el Reino.
La creencia de que es necesario “nacer de nuevo” no se limita a quienes se consideran cristianos. En el mundo actual, budistas e hinduistas también hablan de un renacer. En un artículo sobre la “Regeneración”, el Diccionario bíblico del intérprete explica que muchas de las antiguas religiones de los misterios enseñaban que sus adeptos nacían de nuevo por medio de ritos especiales. Usaban el término “regeneración... para designar la salvación alcanzada por el creyente durante su iniciación”. Desde los estoicos y los pitagóricos hasta los seguidores del mitraísmo y de los antiguos misterios eleusinos, unos y otros creían en la necesidad de un nuevo nacimiento.
Las discusiones de índole religiosa suelen rebasar los límites de la religión y pasar a otros aspectos de la vida. Desde los años setenta el concepto de “nacer de nuevo” se ha vuelto popular. La expresión “nacer de nuevo” se ha empleado cada vez más para distinguir entre los fervorosos creyentes en un cristianismo vivido y sentido por una parte, y los que estos consideran simples “cristianos de nombre”, por otra. Muchos que resaltan la importancia de lo que llaman una “experiencia de renacimiento”, también buscan el “hablar en lenguas” y otros fenómenos carismáticos emotivos como prueba de que han vivido el “nuevo nacimiento”.
Quienes consideran que “nacer de nuevo” es un sacramento y quienes consideran que es una experiencia personal, están de acuerdo en un punto: Unos y otros dan por sentado que el cristiano ya ha nacido de nuevo en esta vida. Esta convicción es fundamental en su concepto del plan divino de salvación. Pero es importante preguntarnos: ¿Acaso tienen razón? ¿Cuándo ocurre en realidad el nuevo nacimiento? La respuesta a esta pregunta es crucial si hemos de reconocer claramente lo que significa la salvación.
La mayoría de las personas, aunque se consideren cristianas, tienen una idea errada de lo que es la salvación. Según la Biblia, ¡se trata de un proceso! Casi nadie comprende este hecho tan vital. Pero antes de aclararlo, preguntemos por qué necesitamos ser salvos. ¿Salvos de qué? Una vez que entendamos estos puntos, podremos empezar a entender el cuándo y el cómo de la salvación.
En una palabra, somos salvos de la muerte; ¡de la muerte eterna! El apóstol Pablo nos dice claramente que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Y explica: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (6:23). El Padre divino es quien toma la iniciativa de traernos a la salvación. “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8; ver también Juan 6:37, 44, 65). Entonces, ¿podemos decir que la muerte de Cristo nos salva? La siguiente afirmación es asombrosa: “Estando ya justificados en su sangre, por Él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:9-10).
Notemos que hay un proceso de salvación. Todos hemos pecado. En otras palabras, todos hemos quebrantado la ley santa y justa de Dios (1 Juan 3:4). Es más: El apóstol Pablo explica en Colosenses 1:21 que fuimos enajenados de Dios, y nos convertimos en enemigos suyos en nuestra mente por causa de nuestras malas acciones. Como resultado, merecemos la muerte eterna. Fue Dios quien tomó la iniciativa de hacer posible la salvación; Cristo ocupó nuestro lugar y murió en vez de nosotros. Sin embargo, su sola muerte ¡no nos salva! Lo que hace es hacer posible nuestra justificación y reconciliación. Significa que podemos llegar a ser inocentes y entrar en armonía con Dios. Si bien la iniciativa fue de Dios, nosotros debemos responder a ella. Pedro así lo explicó a quienes oyeron su sermón el día de Pentecostés: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
Esta es en realidad solo la primera etapa. En el bautismo, asumimos el compromiso de obedecer a Dios y damos comienzo a un proceso de superación espiritual. En Mateo 24:13, Jesucristo deja en claro que solamente quienes perseveren hasta el fin serán salvos. La salvación es un proceso que comienza para nosotros cuando recibimos el Espíritu Santo de Dios, inmediatamente después del bautismo y culmina cuando “esto mortal se vista de inmortalidad”, en la resurrección que ocurrirá cuando Cristo regrese (1 Corintios 15:53).
En el transcurso del tiempo que hay entre la conversión y la muerte, ¡Dios espera que hagamos algo! Pablo escribió: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1). Jesucristo resumió así lo que debemos hacer como respuesta al amor de Dios: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21). Nosotros no heredamos el Reino en el momento de la conversión, sino que Dios espera que llevemos una vida de crecimiento y superación, facultados para ello con el poder de su Espíritu Santo.
En Gálatas 2:20, Pablo explica cómo crecemos espiritualmente: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Cristo no solamente murió para pagar por nuestros pecados sino que después de tres días y tres noches, salió del sepulcro vivo para siempre. Dios lo levantó con poder y gloria como el “primogénito de entre los muertos” (Colosenses 1:18). Es por medio de su vida que nosotros también podemos tener vida eterna (Romanos 5:10).
Así como se imparte nueva vida en el proceso del nacimiento humano, con la concepción, un período de crecimiento y desarrollo y luego la llegada al mundo, también la vida nueva se imparte en el proceso de salvación. Somos engendrados, crecemos y nos desarrollamos como cristianos y luego entramos en el Reino de Dios. El momento de la salvación es el mismo instante de la resurrección, cuando finalmente heredaremos el Reino como hijos de Dios, nacidos de su Espíritu. Cristo dijo en Lucas 20:36 que seremos “hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección”.
Nicodemo no podía creerlo. Había venido de noche en secreto adonde estaba Jesús, para aceptar en privado, que él y otros dirigentes religiosos lo reconocían como hombre venido de Dios. ¿Pensaría que Jesús iba a agradecer este sello de aprobación, aunque fuera dado en secreto?
No sabemos lo que el fariseo pretendía, pero sí sabemos que quedó atónito ante la respuesta de Jesús. Nicodemo, como fariseo que era, ¡jamás consideró que hubiera la menor duda sobre su salvación! Al fin y al cabo, guardaba la ley escrupulosamente conforme a la tradición farisaica. Había nacido de la descendencia de Abraham, a quien Dios dio las promesas en la antigüedad. Fue circuncidado al octavo día, con lo cual se convirtió en miembro de la comunidad del pacto. No era un odiado publicano, a quienes muchos judíos consideraban inmundos y pecadores dado su contacto continuo con los gentiles. Tampoco era de los am ha eretz (la gente de la tierra), o sea las masas del pueblo que se ocupaban en el mundano oficio de ganarse la vida, con pocas horas libres para estudiar la Torá.
El Reino de Dios era la esperanza de los fariseos como Nicodemo. Creían en la resurrección y creían que el Mesías establecería su Reino, el cual gobernaría a todas las naciones tal como lo habían predicho los profetas. Por otra parte, los judíos del primer siglo veían el Reino y la resurrección en términos casi enteramente físicos y materialistas. Miraban la entrada en el Reino como algo que les correspondía por derecho propio, gracias a las promesas hechas dentro del pacto con Abraham. Si bien reconocían la necesidad de que un prosélito gentil se despojara de su vieja identidad luego de la circuncisión y la mikvah (rito de inmersión), para convertirse en hijo de Abraham, no se percataban de que ellos tuvieran una necesidad análoga (ver Juan 8:32-36). ¿Acaso no eran ya hijos de Abraham, y como tales, herederos de las promesas por ser quienes eran?
De ahí el asombro de Nicodemo ante la respuesta de Jesucristo. Cristo dijo que el parentesco físico de Nicodemo como hijo de Abraham no le daba ningún derecho a recibir una herencia en el Reino de Dios. La entrada en ese Reino se basa exclusivamente en el parentesco espiritual.
En Juan 1 se prepara el escenario para la conversación con Nicodemo de Juan 3. El apóstol Juan contrastó los derechos de quienes eran nacidos del Espíritu con los de aquellos que solo habían nacido de la carne. “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:11-13).
Para los antiguos griegos, la concepción se produce al unirse el germen del padre con la sangre de la madre. Cristo estaba aclarando que la concepción que ocurre en el cuerpo materno como resultado de una decisión y la pasión de los humanos, no es la que genera hijos capaces de heredar su Reino. Al final de cuentas, lo de gran importancia no es nuestro parentesco físico ¡sino nuestro parentesco espiritual!
El fenómeno bíblico de “nacer de nuevo” es análogo al proceso del nacimiento físico. La regeneración espiritual que ocurre en el bautismo se compara con la procreación por el padre humano. Luego de la procreación, tenemos que crecer y desarrollarnos como cristianos tal como el feto debe crecer y desarrollarse dentro de la madre hasta que esté listo para nacer. La Biblia compara el parto en sí con la resurrección, como se ve claramente en Juan 3:6 donde Jesús le dijo a Nicodemo: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Pablo explicó en 1 Corintios 15:50- 53 que si bien la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios, en la resurrección seremos convertidos en espíritu inmortal.
Como el viento, que tiene gran poder pero es invisible, así serán quienes hayan nacido del Espíritu (Juan 3:8). En esta vida hemos sido como Adán, dotados de cuerpo mortal y físico. Después de la resurrección, tendremos un cuerpo espiritual glorificado, como el que tuvo Jesucristo luego de su resurrección (1 Corintios 15:43-49; Apocalipsis 1:13-15). “El cuerpo de la humillación nuestra” se transformará en un cuerpo como el “cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:21). Jesucristo ya no se cansa ni siente hambre. Ya no está sujeto al dolor ni a la muerte, sino que salió del sepulcro ¡para nunca más morir! Jesús volvió a la gloria que tuvo con el Padre antes del mundo y ahora se sienta a la diestra del Padre como nuestro Intercesor y nuestro próximo Rey (Juan 17:4; Hebreos 4:14-16).
En Colosenses 1:18 y Apocalipsis 1:5 se describe a Jesucristo como “primogénito de entre los muertos”. Estas palabras dan a entender claramente ¡que nosotros también “naceremos de entre los muertos”! En Romanos 8:29 está escrito: “A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos”. El término griego traducido como “primogénito” es prötotokos. Prötos significa “primero en orden e importancia”. Este sentido queda demostrado en el empleo del prefijo en palabras del español como “prototipo”.
La Biblia se vale de muchas analogías para caracterizar a los verdaderos cristianos, por ejemplo: comparándolos con bebés recién nacidos en 1 Pedro 2:2, como hijos adolescentes en Hebreos 12:6-7, como piedras vivas para edificar un templo espiritual en 1 Pedro 2:5 o como partes del organismo humano en 1 Corintios 12:12; pero nacer de nuevo sigue siendo la descripción más clara y más completa de lo que literalmente ocurrirá cuando entremos en el Reino de Dios. Explica qué es en realidad la salvación: Convertirse literalmente en hijos de Dios (Hebreos 2:10).
En este momento, los cristianos verdaderos son herederos pero no han recibido la herencia. Cristo deja en claro que esto solamente ocurrirá después de la resurrección. “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con Él”, les dirá a los santos resucitados: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:31, 34). Jesucristo reveló claramente a sus discípulos en Mateo 24:13 que solamente quienes persistan y perseveren hasta el fin se salvarán. Dios tiene un propósito grandioso para el hombre. ¡Dios se está reproduciendo a sí mismo en nosotros! Podemos ser parte de la Familia de Dios como hijos plenamente nacidos, como hermanos menores de Jesucristo, quien es el primogénito de muchos hermanos (Romanos 8:29).
La ceremonia del bautismo es para el cristiano una figura de la propia resurrección (Romanos 6:1-5). En la resurrección, finalmente vamos a ser revestidos de inmortalidad y vamos a heredar el Reino de Dios (1 Corintios 15:50-53). Simbólicamente, nos entierran en un sepulcro de agua y luego salimos del agua para andar en vida nueva. En Juan 3:5, Cristo se refirió a la necesidad de nacer del agua y del Espíritu. En la Biblia, el agua suele emplearse como símbolo del Espíritu Santo (Juan 7:38-39). El hecho de subir de las aguas bautismales es un nacimiento simbólico, una figura de nuestro verdadero renacer en la resurrección.
Pretender que la experiencia bíblica de “nacer de nuevo” equivale a la conversión o a una experiencia emotiva en el momento del bautismo es pasar por alto un hecho esencial: ¡Que la salvación es un proceso! La salvación empieza cuando recibimos el Espíritu Santo de Dios después del bautismo convirtiéndonos así en partícipes “de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). De ahí, el cristiano debe crecer en gracia y conocimiento por el resto de su vida física. El proceso de salvación culminará con la resurrección, cuando el cristiano llegará plenamente al glorioso Reino de Dios como un hijo de Dios, glorificado y nacido del Espíritu. ¡Es verdad que Dios está “trayendo muchos hijos a la gloria”! (Hebreos 2:10). ¿Será usted uno de ellos? Para serlo, ¡es necesario “nacer de nuevo”! [MM]
La palabra griega gennaö se traduce al español como “nacer” y “engendrar”. A veces los traductores de la Biblia usan estos términos como si fueran perfectamente intercambiables. Pero no lo son; y este punto, en apariencia pequeño, puede causar mucha confusión y llevar a un grave y fundamental error.
La obra titulada: Thayer’s Greek-English Lexicon of the New Testament dice que gennaö significa “propiamente: del hombre, engendrar hijos… más raramente, de la mujer, dar a luz” (Strong 1.080).
El Interpreter’s Bible, un comentario en 12 tomos, ofrece una regla sencilla pero clara para saber cuándo se debe traducir gennaö como “nacer” y cuándo como “engendrar”: “El nacimiento se puede considerar desde el lado paterno, en cuyo caso el verbo es ‘engendrar’ o desde el lado materno, en cuyo caso el sentido es ‘dar a luz’” (vol. 8, Abingdon Press, pág. 505).
La palabra española “engendrar” se refiere a la acción del padre que genera hijos. Dos sinónimos serían “procrear” y “fecundar”. “Dar a luz” se refiere a la función de la madre en la reproducción, que es gestar al hijo hasta llevarlo a término y luego darlo a luz. En español, “engendrar”, hablando del Padre, se limita a la concepción. En griego, gennaö tiene un sentido más amplio, como que puede abarcar todo el proceso de “tener un hijo”. Encontramos un ejemplo de esto al notar que en Mateo 1:20 gennaö se traduce como “engendrado”, mientras que en Mateo 2:1 se traduce como “nació”. En los dos casos, la palabra correcta en español es obvia por el contexto.
Podríamos preguntarnos cómo es que la misma palabra sirve para describir tanto el hecho de que el hombre engendre un hijo como el hecho de que la mujer lo dé a luz. La respuesta es que el proceso se mira como un todo. Podríamos considerar la expresión española “tener un hijo”. Se considera que tanto el padre como la madre “tienen” al hijo, engendrándolo, gestándolo y trayéndolo al mundo. Los verdaderos cristianos son “hijos” de Dios ahora. Seguiremos siendo “hijos de Dios” mientras sigamos creciendo con su Espíritu. Y al final, si “vencemos” (Apocalipsis 2:26) seremos “hijos de Dios” en el pleno sentido de la palabra ¡al nacer espiritualmente en la resurrección!
El término gennaö también se encuentra combinado con otros prefijos o palabras para referirse a la regeneración o a un nuevo nacimiento. Uno de estos términos es anagennaö, que significa literalmente “reengendrar” o “renacer”. Ocurre solamente en 1 Pedro (1:3, 23) y se refiere al hecho de que nacemos nuevamente de “semilla incorruptible”, proceso que empieza con la concepción espiritual y culmina con la resurrección (vs. 4-5).
Otra palabra, palingenesia, que literalmente significa “ser de nuevo”, aparece en Mateo 19:28 y Tito 3:5. Estos dos versículos nos hablan de un proceso que comienza con la renovación espiritual, simbolizada por el bautismo, y culmina con la resurrección, cuando los 12 apóstoles “serán de nuevo”, habiendo recibido un cuerpo espiritual glorificado (1 Corintios 15:43-44). Entonces se sentarán en 12 tronos para juzgar a las 12 tribus de Israel.
Una forma de esta expresión, palin genomai, es la única expresión de la versión de los Setenta (una traducción del Antiguo Testamento al griego que se usaba en tiempos de Cristo) para referirse al nuevo nacimiento. Figura en Job 14:14, donde Job prevé la resurrección: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir? Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi liberación [palin genomai, ‘renacimiento’]”.
La última expresión que vamos a examinar es gennaö anodsen en Juan 3:3. Suele traducirse “nacer de nuevo” pero muchos eruditos piensan que es mejor “engendrar de lo alto”. El Lexicon de Thayer explica que anodsen significa “desde arriba… de lo alto… a menudo… del cielo o de Dios”. Y enseguida cita otra acepción, que es “de lo primero… De ahí… de nuevo, otra vez, indicativo de repetición (uso algo raro pero rechazado erróneamente por muchos)” (Strong 509). El Lexicon de Thayer respalda esta segunda acepción para Juan 3:3 dada la respuesta de Nicodemo, según la cual él pensó que Cristo estaba hablando de la necesidad de “entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer” (v. 4), una repetición de la experiencia del nacimiento humano.
Este, naturalmente, no es el meollo del asunto. Las dos ideas son correctas, ya que sí es necesario nacer de nuevo, pero esta vez tiene que ser de lo alto. Es un proceso que se origina con nuestro Padre celestial, no en la Tierra con un padre terrenal. El punto importante para entender en Juan 3, es cuál etapa del proceso se está describiendo. En otro contexto, gennaö anodsen podría referirse simplemente a nuestra etapa actual de “nacer” o de convertirnos al ser “engendrados” ahora como hijos de Dios. Pero dadas las palabras de Cristo en Juan 3, podemos determinar que se está hablando de un proceso concluido. Los que sean gennaö anodsen se componen de espíritu (v. 3) y son invisibles como el viento (v. 8). Por tanto, la frase gennaö anodsen, en el contexto inmediato de Juan 3, se traduciría “plenamente nacido de nuevo”, es decir, nacidos de nuevo ¡como “hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección” (Lucas 20:36).