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Toda generación ha vivido períodos de extrema tensión. Mis padres vivieron en tiempos de la gran depresión y la Segunda Guerra Mundial. A sus padres les tocaron la Primera Guerra Mundial y la gripe española. Más de 58.000 miembros de mi generación en los Estados Unidos perecieron en Vietnam, y esto sin contar a los muertos entre los aliados de los Estados Unidos, ni al millón de soldados enemigos, ni otros dos millones de seres inocentes que se encontraron en medio de las hostilidades. Más de 50.000 soldados estadounidenses regresaron gravemente heridos de Irak y Afganistán, si bien el número de muertos fue muy inferior debido en parte a los increíbles avances en la medicina aplicados en los campos de batalla. Aun así, comparando con lo que han afrontado muchas generaciones anteriores, la vida después de la Segunda Guerra Mundial ha sido benigna para la mayoría de quienes vivimos en el mundo desarrollado.
Pocas generaciones han concluido su jornada en la vida sin serias dificultades. La muerte, claro está, se presenta también en tiempos de paz, produciendo penas para el moribundo y dolor para sus amigos y seres queridos. Ninguno de nosotros puede evitar los grandes interrogantes sobre la vida y la muerte, ni sobre la vida después de la muerte. En algún momento, esta se puede convertir en la pregunta más importante de todas. Si no lo ha hecho ya, le invitamos a solicitar nuestro folleto gratuito titulado: El misterio del destino humano. Se puede leer en línea en el sitio en la red: www.elmundodemanana.org o pedir un ejemplar gratuito escribiendo al correo: [email protected].
En nuestra edición anterior, publicamos un artículo que escribí al comienzo de este año bajo el título: Viajando entre multitud de mascarillas. En ese momento todavía no había crecido la preocupación mundial por la COVID-19. Hice un viaje preparado mucho antes del comienzo de la crisis, que me llevó demasiado cerca del epicentro de la que pronto sería una pandemia. Estando en un restaurante con otras tres personas, alguien en una mesa vecina comenzó a toser fuertemente, cosa que nos alarmó mucho, ¡sobre todo al enterarnos de que la persona trabajaba en la cocina! En el artículo escribí mis observaciones personales en mi visita a las Filipinas, Tailandia y Sudáfrica; precisamente cuando el coronavirus empezaba a extenderse fuera de China. También explicamos por qué la COVID-19 era totalmente evitable.
En la página 20 verán un pequeño comentario del señor J. Davy Crockett III (descendiente del famoso pionero muerto en la batalla del Álamo), donde demuestra cómo lo que la mayoría de la gente come contribuyó a la crisis actual.
En su artículo de la página 8, el director editorial y presentador del programa Tomorrow’s World, Richard F. Ames, nos muestra que la confianza en las promesas de Dios puede darnos valor. ¿Por qué la gente se niega a buscar a Dios y su Palabra revelada hasta que ya no queda más esperanza? Como dijo cierto padre refiriéndose a su hijo: “Siempre hace lo correcto… después de probar todo lo demás”. ¿Habrá algún momento mejor que este para mirar más allá de las soluciones humanas, y descubrir las muchas promesas que nos hace el Creador?
Incluimos en este número un fragmento del folleto del doctor Douglas S. Winnail que pensamos publicar sobre principios bíblicos de la salud. En este se explora cómo las enfermedades contagiosas hacen estragos en el mundo, especialmente en los países del segundo y tercer mundo… aunque también, como estamos viendo, estas enfermedades no se quedan en su lugar de origen. Este resumen lo puede leer a partir de la página 11 como artículo titulado: El contagio en la lucha contra las enfermedades infecciosas.
Una vez impreso el folleto les estaremos enviando una invitación para solicitarlo. Como todas nuestras publicaciones lo enviaremos gratuitamente.
Con frecuencia no les damos importancia a los profundos efectos que se producen en los niños cuando ven lo que parece ser una implosión del mundo que los rodea. Aún recuerdo el impacto de la gripe asiática de los años 1957 y 1958 que afectó mi mente y emociones siendo yo un chiquillo de once años. El señor Mark Sandor, padre de cuatro hijos, nos dice cómo ayudar a nuestros hijos a aprender lecciones vitales en los momentos de crisis. Los niños aprecian el medio que conocen, y tiempos como estos suscitan preguntas: ¿Por qué cancelaron las clases? ¿Qué está pasando? ¿Estaremos en peligro? Los pequeños necesitan respuestas. El artículo de Mark en la página 16 es muy importante para quienes tengan hijos o nietos de corta edad.
El virus en sí no es la única noticia. También estamos padeciendo uno de sus efectos secundarios que es la consiguiente devastación económica en el mundo. Este es el tema del artículo del señor Dexter Wakefield en la página 18. Puede resultar que el mayor legado de la COVID-19 sea su efecto sobre las economías del mundo, así como los cambios políticos y contagios sociales, incluso mayores que ese daño impulsará. Y se pueden esperar efectos aún más grandes de las plagas futuras señaladas en las profecías.
En la página 23, John Meakin explora las muchas dificultades que afrontan el Reino Unido y Europa, ahora que el brexit se ha hecho realidad… realidad, dicho sea de paso, que El Mundo de Mañana predijo con decenios de anticipación con base en las profecías bíblicas; mientras muchos expertos se mostraban escépticos de que el Reino Unido se saliera de la Unión Europea. El Reino Unido y las naciones europeas ya se veían en apuros en sus esfuerzos por manejar las complicadas secuelas de un divorcio político. ¿Cuál será el resultado de estos grandes retos? No deje de leer la columna Inglaterra y las corrientes de la historia, en cada edición, para mantenerse al corriente de sucesos importantes en esa región del mundo. La pandemia de COVID-19 nos recuerda que lo que sucede en una parte del mundo, digamos Europa, es de vital interés para los pueblos de todo el globo.
El desplazamiento de mucha gente en la época del año nuevo chino contribuyó a llevar la COVID-19 fuera de Wuhan a otras partes de China y del mundo. Por esa misma época, Europa lidiaba con la incertidumbre en torno al impacto económico y social del brexit. Australia seguía tambaleándose luego del ciclo asolador de sequías, incendios e inundaciones; que el año anterior causaron la muerte a un número impresionante de animales: mil millones de animales silvestres y 600.000 cabezas de ganado. Oleadas de refugiados víctimas de la pobreza buscan una vida mejor en Europa, y Turquía no detiene el flujo. ¿Qué podemos esperar cuando la COVID-19 arrastre con las economías de México y las naciones de Centro y Sudamérica? ¿Adónde irán sus multitudes desconsoladas? ¿Qué recibimiento tendrán estas personas desesperadas cuando lleven enfermedades a sus países de destino?
Los sucesos mundiales suelen unirse y duplicar los problemas en períodos de tensión. Y esos períodos de tensión sirven para exaltar a los líderes fuertes, aunque no siempre sean buenos como: Vladimir Putin, Recep Erdoğan, Xi Jinping, Donald Trump, Benjamín Netanyahu y otros por el estilo.
Toda generación ha sufrido dificultades, pero los grandes avances tecnológicos, la rapidez de los viajes y la explosión demográfica han multiplicado el tamaño y alcance de los problemas. La Biblia nos dice que nos esperan tiempos aún más difíciles, casi inimaginables. La COVID-19 debe servir para llamar la atención, aunque sin mucho efecto, a un mundo indiferente para que despierte ante lo que se nos viene encima; si no enmienda sus caminos, abandona las conductas inmorales y deja de rechazar a nuestro Creador. ¡No es por coincidencia que el mundo enloquece justamente cuando da al traste con la moral!
Los avances médicos, los programas de estímulo económico y el distanciamiento social quizá traigan un alivio pasajero a nuestro mundo angustiado; pero esas medidas solamente tratan los efectos de los problemas y no las causas. Seguirá apareciendo dificultad tras dificultad hasta que se aprenda a obedecer a Aquel que ofrece soluciones reales. En lenguaje bíblico, es hora de que individual y colectivamente nos humillemos y arrepintamos del pecado. Toda otra solución es como aplicar una curita a una aorta cortada.