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El último día de enero del 2020 será recordado durante mucho tiempo como el día en que el Reino Unido finalmente abandonó la Unión Europea. Después de fluctuar 47 años entre continuar o no su participación en una UE en proceso de cambio constante. Le convenía cosechar los beneficios económicos al lado de las otras naciones soberanas de Europa, y por eso se afilió. Pero nunca quiso entregar su soberanía a una organización política en camino de convertirse en un superestado paneuropeo federado, que de hecho estaría bajo el control de Alemania.
¿Y qué le espera ahora al Reino Unido? ¿Qué le depara el futuro? ¿Y qué podemos aprender al poner estos acontecimientos dentro del contexto bíblico profético?
El primer ministro Boris Johnson espera que su patria esté en el umbral de una importante renovación nacional. Sin embargo, habría que preguntarse si esta fecha quedará en la historia como una plataforma de lanzamiento hacia una mayor prosperidad, y un nuevo capítulo en el proceso hacia el éxito de las islas, o si se recordará el 31 de enero del 2020 como el punto de inflexión que marcó el comienzo de su decadencia y marginación. ¿Será esa fecha cuando la fortuna e intereses del Reino Unido se invirtieron? ¿Será la historia de una nación que queda liberada pero que naufraga solitaria en el mar tormentoso de sucesos internacionales poderosamente opuestos a sus intereses?
Al hacer realidad el brexit, el Reino Unido apostó a que su separación de la UE le devolvería la soberanía y el control sobre su propio destino, y que el poder político regresaría a la revivida madre de los Parlamentos en Londres. Recuperaría el control sobre la inmigración en sus fronteras. La producción económica continuaría sin tregua. El Reino podría celebrar convenios comerciales con cualquier país, y comenzar a transformarse en el corazón económico del intercambio comercial mundial, impulsado a la velocidad de un misil y libre de las pesadas restricciones burocráticas de la UE. La pesca en las costas de Inglaterra quedaría nuevamente bajo su propio control. Londres conservaría su preeminencia como centro financiero internacional, sirviendo a Europa y al mundo. ¿Qué podría marchar mal?
Se prevé que Europa luchará a brazo partido por cada ventaja que pueda lograr en el difícil año de negociaciones, que comenzaron luego del brexit en busca de un nuevo convenio comercial entre las dos entidades. Por su parte, el Reino Unido ha hecho saber que si no hay un acuerdo de retiro aceptable para el 31 de diciembre del 2020, esa nación se olvidará y acatará las reglas de la Organización Internacional del Comercio, lo que quizá no convenga a ninguna de las dos partes. Dada la formidable habilidad de un primer ministro resuelto y de su equipo de negociadores, respaldados por una sólida mayoría en el Parlamento, muchos observadores consideran que el Reino Unido tiene una buena mano para negociar con la Comisión Europea.
En este período de transición el Reino Unido seguirá formando parte de la Unión Aduanera de la UE, y estará bajo la jurisdicción del Tribunal de Justicia Europeo. Seguirá haciendo pagos al presupuesto de la UE, aunque ya no tendrá voz en la formulación de las políticas de esa entidad. Gibraltar volverá a ser centro de atención y Francia exigirá el acceso permanente a la franja marítima de pesca de Inglaterra. En el mundo de las finanzas, quizá Londres tenga que prepararse para una arremetida económica, ya que la UE probablemente querrá transferir grandes porciones de esa actividad de Londres a Fráncfort.
Ni Inglaterra ni la UE pudieron imaginarse el deterioro tan vertiginoso que se produciría en la situación mundial. De pronto se ha desatado una gran crisis global, un hecho gravísimo de una magnitud quizá devastadora, con consecuencias que harían palidecer a todos los asuntos ya mencionados como aspectos tan importantes para el Reino Unido.
La pandemia viral que comenzó en China se ha extendido rápidamente por el mundo. Los esfuerzos por contener la propagación del virus asestan un golpe tremendo a las economías nacionales, llevándolas cerca de la parálisis. Y en vez de conducir la nave del Estado entre las aguas posteriores al brexit, en abril Boris Johnson víctima del coronavirus se vio hospitalizado.
La respuesta a nuestra pregunta anterior: ¿Qué podría marchar mal?, ha quedado clara: Todo. Las naciones en el mundo entero están luchando por sobrevivir. Hay países enteros enclaustrados, entre ellos Inglaterra; y los gobiernos se apresuran a proteger sus industrias, negocios y poblaciones amenazados de contagios y muertes en grandes números.
De pronto, el 2020 se perfila como un año crucial por razones que van mucho más allá del brexit. ¿Será posible que de pronto se detenga la pandemia de la COVID-19, y desarrollar medicamentos antivirales a la velocidad necesaria para evitar una mayor pérdida de vidas? ¿Habrá manera de salvar la economía mundial? ¿Qué efecto tendrá la emergencia actual sobre las elecciones de noviembre en los Estados Unidos, el socio comercial más importante del Reino Unido? Algunos prevén una victoria del presidente Trump, pero eso depende del grado de satisfacción del pueblo estadounidense con su economía, y con el manejo de la pandemia por la actual administración. Si Trump pierde ante su opositor del partido demócrata, Estados Unidos podría pasar repentinamente de ser una economía de mercado libre propicia al auge de los negocios, a una economía de planificación central altamente reglamentada, más al estilo de los gobiernos populistas. El destino de los Estados Unidos y del Reino Unido se encuentra irrevocablemente vinculado, y los grandes cambios en la Unión Americana podrían significar un desastre para los británicos.
Hasta ahora nadie sabe el alcance del daño económico que causará la pandemia en el Reino Unido, Europa y el mundo. Se han comprometido sumas enormes en intentos por salvar la economía, y el monumental endeudamiento de las naciones solo aplaza el pago de las cuentas a un futuro incierto. La globalidad no podrá continuar la marcha que traía antes. Esta crisis mundial arrasa con todo, dejando tras de sí un mundo muy diferente.
La Unión Europea con Alemania a la cabeza ya se encuentra en recesión, su presupuesto arroja un déficit de €75.000 millones, que deben reponerse después del brexit, y ahora con el colapso económico mundial además de todo lo demás, el futuro de la Unión Europea se ve indudablemente precario. En estas nuevas circunstancias, ¿cómo se abrirá paso el Reino Unido en un mundo donde gran parte del comercio y las economías se están derrumbando? ¿Podrá el Reino Unido permanecer cuando la política en Irlanda y Escocia amenazan con desintegrarlo?
Desde la perspectiva de la profecía bíblica, en El Mundo de Mañana solemos recordar a nuestros lectores que el mundo está viviendo en los “últimos días”, previos al regreso de Jesucristo para establecer una nueva era en la Tierra bajo su gobierno. Estos son tiempos volátiles y tenues de perturbación económica, patrones climáticos cada vez más adversos, alianzas políticas cambiantes y, en los países democráticos del Occidente, una oleada de política conservadora y populista que lucha por reemplazar la anterior agenda global liberal. Está predicho que el engaño religioso, las guerras, las hambrunas y las epidemias representadas por los cuatro jinetes del Apocalipsis, llegarán a ser tan graves como nunca se ha visto (Apocalipsis 6:1-8), y que el actual orden mundial habrá de desintegrarse pronto. Esto nos llevará al “tiempo de angustia para Jacob” (Jeremías 30:4-7), cuando los actuales descendientes del antiguo patriarca Jacob, entre ellos la nación de Israel, pero especialmente Inglaterra y los Estados Unidos, caerán en un tiempo de las mayores pruebas y angustia.
Vivimos en los tiempos más graves. Es hora de seguir las instrucciones de Jesucristo: Cuidar que nuestros “corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida” (Lucas 21:34). Por esto mismo, también nos advierte: “Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán” (v. 36). [MM]