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La Biblia muestra la diferencia entre el juicio injustificado y el verdadero discernimiento.
Los medios de difusión frecuentemente emplean las palabras prejuicio y partidismo. La palabra prejuicio, definida como opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal; indica una actitud sesgada y negativa hacia otra persona o grupos, cuyo resultado suele ser intolerancia y franca hostilidad hacia ellos. El prejuicio se manifiesta más comúnmente como una fuerte aversión a alguien basada exclusivamente en nociones preconcebidas, o suposiciones sobre raza, etnia, edad, sexo, religión u otros factores.
La palabra parcialidad, que se relaciona con el prejuicio, se emplea para indicar una fuerte preferencia que se tiene injustamente hacia alguna persona o grupo por encima de los demás. Partidismo, definido como la adhesión o sometimiento a las opiniones de un partido con preferencia a los intereses generales, se refiere al sectarismo unilateral, actitud que a menudo estimula a los participantes en el escenario político.
En las redes sociales pululan el rencor y las reacciones partidistas precipitadas, así como expresiones prejuiciadas en forma de vituperios, motes ofensivos y acusaciones de diversos “ismos”, como racismo, antisemitismo, sexismo y machismo. Toda esta retórica con su carga emocional alimenta el fuego del odio, que parece arder cada día más. Y en las noticias, las acusaciones de parcialidad abundan entre los políticos.
Parece cosa de la naturaleza humana la inclinación a prejuzgar, y luego mostrar parcialidad o favoritismo basados en esos prejuicios.
La Biblia enseña a los seguidores de Jesucristo a formar juicios, a discernir las diferencias, y a preferir unas cosas y rechazar otras. Muchos confunden este discernimiento cristiano con las acciones pecaminosas del prejuicio, la parcialidad y el partidismo. Por otro lado, aceptar el pecado y abstenerse de discernir se considera la máxima expresión de ilustración y razonamiento imparcial. ¡Los seguidores sinceros de Jesucristo deben rechazar esos conceptos!
Los juicios del Dios Todopoderoso son buenos. No tiene prejuicios, parcialidad ni partidismo. Por medio del apóstol Pablo nos dice: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). Es claro que ser de cierta raza, etnia, posición social o sexo (masculino o femenino); no constituye un pecado y no debe ser base para prejuicios ni parcialidad.
Pero sí se le exige al cristiano que distinga entre el pecado y la rectitud tal como se definen en la Biblia. Igualmente, debe alejarse de quienes se obstinan en discutir y contender y que agravian, o de quienes practican el mal (1 Timoteo 6:3-5). También se le instruye así: “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19). El Dios Creador es quien decide qué constituye el bien y el mal. Hacer lo que ordena no es parcialidad sino fidelidad. Identificar el pecado y apartarse no es prejuicio. Ser un verdadero seguidor de Jesucristo no es partidismo.
Dios le instruyó a la antigua Israel que no tuviera parcialidad en el juicio (Éxodo 23:2-9; Levítico 19:15), pero también le ordenó que no se comportara como las naciones vecinas (Levítico 18:3, 24; Deuteronomio 18:9). En tiempos de Jesucristo, los judíos celosos rechazaban de hecho a los gentiles hasta negarse a tratarlos. Pero en una visión enviada al apóstol Pedro, Dios reveló que la salvación también se ofrecía a los gentiles. Esta fue la razón de la visión, que no pretendía indicar que ahora se podían comer carnes inmundas, sino mostrar que no se debe considerar común o inmundo a ningún hombre (Hechos 10:28), y que Dios no muestra parcialidad (v. 34). (Para más información vea el artículo: Si lo piensa bien… ¡No lo comería! en la edición de noviembre y diciembre del 2019, pág. 14)
El apóstol Santiago también enseñó que evitáramos el prejuicio y la parcialidad, e incluso señaló que son pecado: “Que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas... pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores” (Santiago 2:1, 9). Sin embargo, no hay que inferir que el hecho de evitar el prejuicio, el partidismo o la parcialidad, equivale a que el cristiano debe aprobar alguna cosa que Dios identifica como pecado en su Palabra. Lo “políticamente correcto” no se conforma a la mentalidad divina ni debe ser la de los seguidores de Cristo. El Padre y el Hijo llaman a toda transgresión de la ley santa de Dios lo que verdaderamente es: ¡pecado! (1 Juan 3:4).
Para más sobre este tema, recomendamos leer el artículo: Los pecados de racismo, anarquía y secularismo, publicado en la edición de marzo y abril del 2018, pág. 4.