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¿Siente usted a veces que no tiene con quién hablar? ¿Se da cuenta en ocasiones de que sonríe para disimular un dolor interno, que anhela hablar pero no encuentra quién le escuche? Si es así, usted no es la única persona. En una era que se caracteriza por las conexiones tecnológicas, resulta alarmante el número de personas que no tienen con quién hablar. A comienzos del 2019, el diario New York Post informó sobre un estudio que reveló este fenómeno: “Según una nueva investigación, una persona de cada cuatro siente que no tiene a alguien de confianza con quién hablar. Aun después de expresar sus sentimientos, siete de cada diez se han abstenido de comunicar lo que realmente sienten a un colega, amigo o pareja. Un estudio entre 2.000 personas observó cómo afectan la salud mental los factores de estrés cotidianos, y cómo impiden que la gente busque más terapia y ayuda” (30 de abril del 2019).
Todos necesitamos a alguien con quién hablar y sincerarnos. Quizás el hecho de que más y más personas se sientan desconectadas de otras es un síntoma de la época en que vivimos. Jesús dijo que en los últimos días “el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:12). ¿Es usted una persona que se siente sola y aislada? Si es así, tenga ánimo: no tiene por qué vivir en soledad.
¿Por qué lo afirmamos con tanta seguridad? Porque hay una fuente de luz y amor que se impone sobre cualquier oscuridad que en el mundo pueda haber. Hay un Ser soberano que creó a toda la humanidad y nosotros somos sus hijos. Se interesa por todos nosotros y nos puede ayudar. Da consejos sobre cómo afrontar la depresión, el aislamiento y la soledad; consejos que son especialmente necesarios en nuestro mundo cada vez más fragmentado.
¿Qué podemos hacer por combatir la sensación de no tener con quién hablar? Pensemos en las siguientes maneras de reaccionar contra la soledad, y de forjar relaciones profundas.
El Dios que nos creó también creó a la familia. Hizo a las familias para que fueran el cimiento básico con el cual se construirían las sociedades, y para que brindaran apoyo emocional cuando más lo necesitemos. Muchas familias se encuentran fragmentadas y aisladas. Si la nuestra es así, pensemos qué relaciones podemos restablecer y fortalecer. Recordemos a los miembros de la familia de quienes nos hemos distanciado, tal vez padres, hijos o hermanos; y hagamos lo posible por comunicarnos con ellos. Extendamos la mano. Busquemos reconciliación si es necesario. Perdonemos. Invirtamos en la familia. Tal vez nos sorprendan los resultados de comunicarnos con los de nuestra propia sangre.
Pero, ¿y si la familia está llena de ira y contiendas? A veces las relaciones familiares son complicadas o tirantes. A veces puede que no tengan arreglo. En algunos casos, la distancia física nos separa de nuestros familiares más cercanos. ¿Qué hacer entonces? Salomón fue inspirado a decir: “Mejor es el vecino cerca que el hermano lejos” (Proverbios 27:10). ¿Hay en nuestra vida amigos de quienes nos hemos distanciado sin darnos cuenta? ¿Cuándo fue la última vez que hablamos con determinada persona, o que le enviamos una carta, una tarjeta o un correo electrónico para decirle que la recordamos? El mundo está repleto de distracciones que nos alejan de los demás, y estorban las amistades impidiendo que les dediquemos tiempo. Tal vez sea el momento de identificar una o dos amistades que quisiéramos restablecer… y proceder a invertir tiempo en ellas.
Al empezar a comunicarnos con amigos y familiares distantes, no descuidemos a nuestra familia espiritual: los de nuestro mismo sentir que procuran vivir por la Palabra de Dios. Dios no dispuso que viviéramos aislados. En la carta a los Hebreos, Pablo advierte que sobre todo al acercarse el tiempo del fin, los verdaderos discípulos no deben dejar de congregarse (Hebreos 10:25). Estudiar y aprender por nuestra cuenta no basta, también necesitamos departir con otros que se esfuerzan por seguir la senda estrecha, “para estimularnos al amor y a las buenas obras” (v. 24)
Jesucristo les dijo a sus discípulos que trataran a los demás como deseaban que los trataran a ellos (Mateo 7:12). Si deseamos que nuestro estado emocional esté en paz, ¿tratamos de ayudar a otras personas que también necesitan apoyo? Es posible que sepamos de personas que tienen penas y dolor, que se sienten solas. Una de las mejores formas de encontrar paz interior y relaciones cercanas, es extender una mano y servir a quienes lo necesitan.
Cuando buscamos comunicarnos con otras personas, puede ser que el orgullo o el temor nos impidan tener confianza en los demás y “derribar los muros”. Tal vez creamos que la otra persona pensará mal de nosotros si se entera de nuestra vulnerabilidad e inseguridad. Queremos evitar la vergüenza o el rechazo. El artículo del New York Post observó: “Los resultados revelaron que nueve de cada diez personas reconocen que restan importancia a sus emociones para no ser una carga o no preocupar a un ser querido… Uno de cada cuatro [encuestados] pensaba que sus problemas no eran ‘lo bastante graves’ para que valiera la pena hablar con alguien”.
¿Acaso es realista decir que “no es nada” cuando la soledad nos causa tormenta mental o incluso dolencias físicas,”? ¿Vale la pena mantener oculto algo que nos corroe por dentro para no “ser una carga”? Quizá sea el momento de quitar las barreras y confesarle a alguien en quien confiamos qué es lo que nos molesta. El hecho de buscar apoyo no es señal de debilidad sino señal de que somos parte de la familia humana.
También debemos considerar nuestra relación con la tecnología. El uso excesivo de las redes sociales puede ser una fachada que oculta la soledad sin aliviarla. Cuando las primeras redes sociales se lanzaron al público, prometían abrir todo un nuevo campo de relaciones humanas. Ahora la triste realidad es que muchos sufren de adicción a las redes, y cada vez hay más indicios de que se asocia a estados de depresión. Un estudio de la Universidad de Arizona sobre el uso del teléfono inteligente determinó: “La conclusión principal es que la dependencia del teléfono inteligente predice directamente la aparición de síntomas depresivos” (Universidad de Arizona, 30 de septiembre del 2019).
Los seres humanos por naturaleza necesitamos un contacto frente a frente. Si percibimos un sentimiento de soledad en nuestras relaciones, tal vez sea necesario separarnos del teléfono, extender la mano a alguien de nuestra confianza y establecer una conversación real. Encuéntrense para tomar un café y un bocadillo. Miremos a la persona a los ojos y hablemos directamente. Hagámosle saber lo que ocurre en nuestra vida real, no lo que está en Facebook ni en Instagram.
Algunos tal vez no seamos aficionados a las redes sociales, pero puede que desperdiciemos el tiempo con los juegos en línea. O que nos mantengamos ocupados en un ciclo interminable de trabajo o diversión. El consejo es el mismo: ¿Por qué no hacer una pausa en la realidad virtual, la actividad incesante o las distracciones, y dar un paseo por el mundo real de las relaciones humanas y dinámicas como no lo hemos hecho antes? Recibiremos la agradable sorpresa de ver cómo renacen y prosperan las amistades.
Ante todo, pensemos en la relación con nuestro Creador. Muchas personas, aunque crean en Dios, tienen una relación apenas superficial. ¿Es Dios real para nosotros? Podemos confiar en Él, ¡pero tenemos que saber que está presente y que desea una relación profunda con nosotros! Antes de su crucifixión, Jesucristo les dijo a sus discípulos: “Ya no os llamaré siervos… pero os he llamado amigos” (Juan 15:15). ¡Esta es una declaración impresionante en boca del Salvador de toda la humanidad!
Como bien lo señaló un periodista en el informe del New York Post: Tener de nuestro lado a alguien que esté allí para ayudarnos ante los retos de la vida, puede ser algo de enorme significado. Y ese “Alguien” que queremos tener “de nuestro lado” es Dios. Nuestro Padre celestial y nuestro Salvador Jesucristo nos aman. Por muy solos que nos sintamos en el mundo, no nos dejarán ni nos abandonarán si los buscamos con fe, confianza y obediencia sincera (Hebreos 13:5).
¿Necesitamos a alguien en quien confiar? No tenemos por qué estar solos.