Para hacer una búsqueda avanzada (buscar términos específicos), escriba juntamente los criterios de interés como se muestra en los siguientes ejemplos:
Muchas personas conocen el “Padre Nuestro”, incluso de memoria. Pero, ¿cuántas personas entienden lo que están diciendo mientras lo recitan? La oración aparece en dos pasajes del Nuevo Testamento, y para llegar a una comprensión correcta es preciso comparar ambos textos.
Jesús no tuvo la intención de que repitiéramos esta oración una y otra vez sin pensar en lo que decimos. Más que una oración en sí para recitar al pie de la letra, lo que conocemos como el “Padre Nuestro”, es un esbozo que dio Jesús en respuesta a la petición de un discípulo: “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos” (Lucas 11:1).
Lo que sigue fue la respuesta de Jesús a esa petición. “Y les dijo: Cuando oréis, decid…” (Lucas 11:2). Si tuviéramos únicamente esta versión, podríamos pensar que Jesucristo nos manda memorizar y repetir con exactitud estas palabras, como haría un niño a la hora de acostarse. Cuando estábamos pequeños, mi hermana y yo memorizamos una oración de agradecimiento que antes de la cena recitábamos sin pensar. Pero, ¿es esto lo que Jesús enseñó?
La versión de Mateo le añade un matiz ligeramente distinto al tema con estas instrucciones de Jesús: “Vosotros, pues, oraréis así…” (Mateo 6:9), precedidas de una importante advertencia: “Orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles” (v. 7). La memorización es buena y cumple un propósito importante. Pero, como mencioné al comienzo del capítulo seis en nuestro folleto: Juan 3:16--Verdades ocultas del versículo de oro: “El problema con la memorización es que, una vez que aprendemos algo, nuestro cerebro lo archiva y se concentra en algo nuevo” (Pág. 39). Una vez aprendidas las palabras, dejamos de pensar en lo que significan.
El esbozo de oración es importante en su totalidad, pero permítanme concentrarme en tres palabras. ¿Cuántos entienden, mientras están orando y pronuncian las palabras: “Venga tu Reino” (Mateo 6:10; Lucas 11:2), qué significa este Reino y cuándo ha de venir? Esta información está principalmente oculta al cristianismo convencional de nuestros días. Unos piensan que el Reino se establece en su corazón, otros, que es la Iglesia y otros creen que es el Cielo. ¿Cuál es la verdad? Según la Biblia, ¡ninguno de estos conceptos!
Desde el principio, el mensaje de Jesús fue un mensaje sobre el Reino de Dios (Marcos 1:14-15). Lucas relata una ocasión cuando, luego de predicar y sanar a muchos en cierto sábado, y de sanar a muchos más al caer la noche; madrugó al día siguiente para ir a orar a un lugar más tranquilo y de allí seguir su camino. Sin embargo, las multitudes lo encontraron y le rogaron que permaneciera. “Pero Él les dijo: Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del Reino de Dios; porque para esto he sido enviado” (Lucas 4:43). El Reino de Dios, llamado igualmente el “Reino de los Cielos”, fue el tema principal que Jesús proclamó durante todo su ministerio en la Tierra; y una lectura atenta de los cuatro Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan; así lo demuestra.
Muchas parábolas de Jesús tratan sobre el Reino de Dios, sea nombrándolo en forma directa (Marcos 4:26-32; Lucas 13:20-21), o dándolo a entender claramente (Lucas 14:15-24). Quienes lo escuchaban comprendían que el tema de su mensaje era un Reino venidero (Lucas 19:11-27). No supieron cuándo, pero sí que Jesús estaba hablando de un Reino que había de venir.
La revista que usted está leyendo, así como nuestro programa que se transmite por centenares de estaciones en todo el mundo, por una razón se llama: El Mundo de Mañana. No hablamos de un mundo ideado por seres humanos caracterizado por avances tecnológicos cada vez mayores, sino de un mundo en el cual la naturaleza humana cambiará por completo. No hay suficiente espacio aquí para una explicación completa, pero notemos que este es el tema central del Nuevo Pacto mencionado en la Biblia. “Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos” (Hebreos 8:10-11). Todo esto se refiere al regreso de Jesucristo a la Tierra para tomar las riendas del gobierno y traer soluciones reales a los problemas de la humanidad. Solo Él tendrá el poder para hacer todo esto.
El profeta Zacarías habló de un tiempo futuro en el cual Jerusalén estará rodeada de enemigos y una mano fuerte salvará a sus habitantes (Zacarías 12, 14). Es el tiempo cuando Jesucristo regresará como “Rey sobre toda la Tierra” (Zacarías 14:9). Es el tiempo en que el rey David resucitará para reinar sobre todas las tribus de Israel bajo Jesucristo (Jeremías 30:9; Ezequiel 34:23-24; 37:24-25). Es el tiempo cuando los doce apóstoles de Jesucristo serán los ayudantes del rey David, gobernando cada uno a una de las tribus de Israel (Mateo 19:28). ¡Este Reino de Dios venidero es el que Jesús predicó durante tres años y medio antes de morir crucificado!
¿Es acaso este el mensaje que se les viene a la mente a quienes piden: “Venga tu Reino”? ¿Quieren decir realmente: “Ruego que venga tu Reino pronto a la Tierra?” ¿Es este el mensaje en el cual pensamos cuando leemos o decimos aquellas palabras? Jesús dijo que vendría de nuevo y establecería un Reino en la Tierra. ¿Lo cree usted? Espero que sí, porque Él nos dice que lo creamos: “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del Reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:14-15).
Jesús es el Rey designado de ese Reino, y estaba allí para representarlo, pero el Reino no se establecería en ese momento. “Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el Reino de Dios se manifestaría inmediatamente” (Lucas 19:11).
La venida de ese Reino no depende de que lo creamos o no, pero hay muy buenas noticias para quienes sí creen. La parábola que Jesús dio en Lucas 19 muestra que habrá una recompensa increíble para quienes sean de Cristo a su venida. Así como a David y a los apóstoles se les prometió que ocuparían posiciones de gobierno, a nosotros también se nos promete. El que multiplique su mina diez veces recibirá diez ciudades. El que la multiplique cinco veces recibirá cinco ciudades. Las minas aquí representan lo que hagamos con el llamamiento de Dios, cuánto vamos a crecer y vencer. La fe nos salva (Efesios 2:8), pero la recompensa dependerá de nuestras obras: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).
Dios está llamando a personas que no siguen la corriente de este mundo, que se salen de su ambiente y proceden con fe a hacer la obra de Dios. Estos son los pocos elegidos que actúan conforme a lo que entienden; no los muchos que son llamados pero que aplazan, posponen y terminan por no cumplir. Tomemos notas de esta advertencia: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14).
El gobierno de Dios en la Tierra es lo que todo creyente debe procurar, tal como instruyó Jesús: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Quienes tengan esa meta como primordial en su mente y en su corazón orarán todos los días, con las palabras que vengan del Espíritu, pidiendo aquello que Jesús nos enseñó que pidiéramos: “Venga tu Reino”.